domingo, 22 de mayo de 2016

La madeja: Con un hilo se teje un bonito tapiz.


2. DIÁLOGOS INTERNOS MODERADOS:
La asociación con mi nuevo cerebro ha concluido como de costumbre. Tras el tiempo de enhebrado, se pone en marcha la misión sin la necesidad de instrucciones previas. De modo que llevado por una sensación de falsa seguridad, me veo empujado hasta las proximidades del complejo donde imperan las fuerzas del objetivo. A continuación, tomo una sucia mesa en un tugurio, con la idea de hacer la espera más amena sobre un periódico local y un café. El resto de calles del gueto empobrecido, no destacan por la variedad de sus comercios. Y de forma paradójica, ninguno admitiría el dinero de sospechosos extraviados. Por ello, mi apariencia racial y ocupación habitual fue crucial para mí selección en la operación encubierta. Por otro lado, los márgenes de la cautela nos obligan a realizar el acto en un único intento improvisado.
- Agente, es muy probable que observemos a dos vehículos de la seguridad abandonar el complejo. –Previene el cerebro que recibe información satélite en tiempo real.
- ¿El líder viaja en un “aerosedan”? -Pregunto en un dialogo interno.
Mientras, dirijo una mirada disimulada en lontananza, hacia una loma embarrada. Ese marco natural queda cortado por un interminable muro que dibuja una gran entrada de acero blindado, como único acceso.
- No te confundas. –Aclara el cerebro.- Son un señuelo. El objetivo viaja siempre en vehículos de escolta.
- Está bien. ¿Ahora, puedo hacerte una pregunta mientras esperamos?
- Sabes que los cerebros no podemos revelar nada innecesario. Me es literalmente imposible.
- Dejemos entonces, que sea el ordenador quien modere… -Contesto conforme y pregunto sin reparos.- ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para la madeja?
- Más de lo que crees y menos de lo que me gustaría. En mi opinión, no se trata solo de matar, asesinar a sangre fría, sino que hay que hacer de cada caso una obra de arte. Acabar con la vida de una persona lo puede hacer cualquier mercenario. Certificar lo mismo sin dejar rastros… -Luego apunta en tono animado.- En el argot de los cerebros los llaman muertes creativas y existen importantes apuestas al respecto.
- Hablas como si participaras en un juego donde no existiera un peligro real.
Ambos mantenemos el carácter prohibitivo de la conversación, a sabiendas de que todo se reproduce en un proceso telepático pero informatizado. Cada palabra es seleccionada. Cada frase moderada.
- Aunque pueda parecer extraño, por nuestra sensible asociación, me es imposible ver la situación como tú. Tal vez, la presión a la que estáis sometidos los hilos y músculos os hace más vulnerables. Pero recuerda que el enhebrado se hace gradual para todos. –Hace patente su condición.- Los cerebros tampoco estamos exentos de vigilancia, por lo que debemos dar gracias al cerebro central.
- Visto así, eso me consuela. Quiero decir, que las decisiones no te corresponden sino que te son dadas.
- ¡Agente, ahí salen los vehículos! –Interrumpe abruptamente.
Tal y como le informaran previamente, la enorme puerta se activa en un par de movimientos mecánicos de apertura, dejando salir del interior sendos vehículos oscuros.


- Es hora de hacer los deberes, A-84.27. –Comenta el cerebro, mientras dejo unas monedas sobre la mesa.
Tomo un “ciclodeslizador”, mi vehículo unipersonal, alquilado para el minucioso seguimiento y elegido por su enorme maniobrabilidad. Y de inmediato, los transportes perseguidos revelan un recorrido concreto, un itinerario prefijado con una serie de paradas mediante las cuales, pretenden despistar a posibles fisgones. Entonces el ordenador central calcula rápidamente posibilidades alternativas, con distintos algoritmos de datos cotejados hasta la fecha: functores que se repiten sobre planos satélites actualizados; lo que nos remite directamente a la última de estas paradas como de alto interés. La comitiva estaciona finalmente bajo un aparcamiento privado en un hotel de lujo, El Oasis Palace, en el centro de la ciudad y a varios kilómetros del complejo del que partimos. El lugar tiene fama de ofrecer suites de exigencias presidenciales, con una selecta compañía femenina. Por lo que el ordenador central había precisado, con antelación, que la seguridad rebelde frecuenta habitualmente este lugar para "desestresar" a sus chicos. 
- Ok. El cerebro central toma el control absoluto. –Da aviso la voz familiar desde su remoto lugar.- Se asegurarán de los números de las habitaciones y de si el propio líder se encuentra entre estos. A partir de ahí, nos interesa saber cómo llegar a nuestro objetivo sin tropiezos. Recuerda nuestro credo a la teoría del caos. –Cierra en tono burlón.
Las decisiones en manos del cerebro central no se cuestionan, ya que de ellas depende el éxito en cada misión. En ello juega un papel importante la improvisación en tiempo real. Para ello, nos movemos en cálculos de posibilidades aleatorias que se limitan en alternancias concretas, durante todo el proceso. Aquí no hay armas. No existe la artillería pesada o ligera. Únicamente es un hombre en compañía de su cerebro informatizado, y las habilidades que se ponen de manifiesto en la misión, son las que hacen especiales las bajas que certificamos con cada acierto.
- Se alojan en las suites de la última planta. –Oigo de repente en mi cabeza.
- Eso juega en favor de las previsiones. –Contesto displicente.
A continuación, me dirijo hasta la parte trasera del edificio. Y una vez llegado a al callejón donde se deposita la basura del hotel me desvisto, dejando al descubierto un ceñido mono con una capucha completa. Esta segunda piel está hecha de un textil inteligente y memoria propia, desarrollada con nanotecnología a base de grafeno. Entre otras cosas, puede activar un camuflaje óptico. Por último, dejo la ropa en una de las bolsas del contenedor.
La temprana nocturnidad certifica el acierto de nuestra iniciativa, un refuerzo decisivo para la acción. Sin embargo, eso no supone un impedimento a la hora de encontrar salientes, pollos, quicios ornamentados por los que asciendo con pasmosa habilidad por la fachada del edificio. Incluso para mis propias estimaciones. Una vez alcanzado el tejado, me dirijo al lado del edificio que muestra la ventana. Sin detener el paso, saco un fino cordón de acero de la hebilla y lo engancho a una gavilla saliente en la cornisa. Luego, me dejo caer de forma improvisada hasta quedar en una pose que me permite maniobrar en el descenso. En cuanto me alineo con la planta adecuada, pego el cuerpo a la pared, apoyando los pies sobre unas finas molduras. El traje realiza un sobresfuerzo de rozamiento. Una vez anclado a este punto, me es sencillo pasar al pollo saliente de la ventana y recoger el cordón de nuevo. A continuación, echo un ligero vistazo a la habitación, percatándome de que el objetivo está acompañado. El ordenador central detalla todo un plano de puntos calientes, como suelen llamarlo: lugares en los que un posible accidente es más factible. En estos casos el cerebro central recibe las imágenes directas de mis retinas y tras cotejarlas en tiempo real, actúa en consecuencia como procesador del terreno.
Por mi propia seguridad reposo las palmas de las manos en el cristal de la ventana. En milésimas de segundos, puedo entrever la luz de la calle a través de mi cuerpo translucido. Ahora trazo una revisión exacta de la escena interior. En la habitación una exuberante chica retoza sobre su montura humana. Ambos practican el sexo de forma desinhibida en una enorme cama circular. Y justo en ese instante, en mi cabeza comienza lo que se conoce como el baile de ideas. Multitud de imágenes acuden a las mentes de la asociación, cerebro y músculo, que proyectan todo tipo de posibilidades virtuales. Después del agotador proceso de experiencias simuladas, debo esperar unos interminables segundos, hasta que ocurra algo inesperado. Siempre surge una ocasión que decide de manera repentina. Por ejemplo, que la joven abandone la habitación entre risas, tras haberle realizado una felación al objetivo. Que este quede tumbado con los ojos cerrados y bajo los efectos del alcohol, las drogas o el desenfreno que inundan la habitación. Y es en ese instante, que una orden cuasi instintiva me induce a retomar la acción.
El cerrojo no se resiste a los circuitos de electroimanes que irradian presión sobre una pieza de niodinio, ajustada a la hendidura de la ventana. La fuerza de atracción que ejerce sobre los mecanismos internos, simulan la manipulación de una mano humana desde su interior. Una vez superada, la mantengo ligeramente abierta y me aproximo con sigilo a los pies de la cama, junto a una champanera. Acto seguido, dejo caer en la botella abierta una pequeña cápsulas de un polímero ultrafino, que se rompen delicadamente al primer contacto con el líquido carbonatado. Otra burbuja más, pero esta facilitará la mezcla del contenido en su interior. Un potenciador que disuelto en alcohol se volatilizará si la mezcla permanece aireada, durante más de sesenta minutos. Y sin embargo, el riesgo es mínimo. Ergo, la opción parece correcta. Así que sin girarme, cubro el camino de vuelta a la ventana, en dos largos pasos. Tras un último vistazo a la habitación, dejo atrás las probabilidades indetectables de la trampa y quedo rezagado en la superficie que ofrece el resquicio de la ventana cerrada. En ese momento, todo permanece en calma. Todo menos el cielo que trae lluvia. Y a pesar de ello, debemos asegurar que el objetivo cumple su parte al beber de la botella “edulcorada”.
En los eternos minutos, la lluvia persiste con insistencia.
-El camuflaje en estos casos es contrarrestado. –Comenta el cerebro al percatarse del reflejo que la silueta del traje arroja sobre el cristal. 

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