2. DIÁLOGOS INTERNOS MODERADOS:
La asociación con mi nuevo cerebro ha concluido como de
costumbre. Tras el tiempo de enhebrado, se pone en marcha la misión sin la
necesidad de instrucciones previas. De modo que llevado por una sensación de
falsa seguridad, me veo empujado hasta las proximidades del complejo donde
imperan las fuerzas del objetivo. A continuación, tomo una sucia mesa en un
tugurio, con la idea de hacer la espera más amena sobre un periódico local y un
café. El resto de calles del gueto empobrecido, no destacan por la variedad de
sus comercios. Y de forma paradójica, ninguno admitiría el dinero de sospechosos
extraviados. Por ello, mi apariencia racial y ocupación habitual fue crucial para
mí selección en la operación encubierta. Por otro lado, los márgenes de la
cautela nos obligan a realizar el acto en un único intento improvisado.
- Agente, es muy probable que observemos a dos vehículos
de la seguridad abandonar el complejo. –Previene el cerebro que recibe
información satélite en tiempo real.
- ¿El líder viaja en un “aerosedan”? -Pregunto en un
dialogo interno.
Mientras, dirijo una mirada disimulada en lontananza,
hacia una loma embarrada. Ese marco natural queda cortado por un interminable
muro que dibuja una gran entrada de acero blindado, como único acceso.
- No te confundas. –Aclara el cerebro.- Son un señuelo.
El objetivo viaja siempre en vehículos de escolta.
- Está bien. ¿Ahora, puedo hacerte una pregunta mientras
esperamos?
- Sabes que los cerebros no podemos revelar nada innecesario.
Me es literalmente imposible.
- Dejemos entonces, que sea el ordenador quien modere… -Contesto
conforme y pregunto sin reparos.- ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para la
madeja?
- Más de lo que crees y menos de lo que me gustaría. En
mi opinión, no se trata solo de matar, asesinar a sangre fría, sino que hay que
hacer de cada caso una obra de arte. Acabar con la vida de una persona lo puede
hacer cualquier mercenario. Certificar lo mismo sin dejar rastros… -Luego
apunta en tono animado.- En el argot de los cerebros los llaman muertes
creativas y existen importantes apuestas al respecto.
- Hablas como si participaras en un juego donde no existiera
un peligro real.
Ambos mantenemos el carácter prohibitivo de la
conversación, a sabiendas de que todo se reproduce en un proceso telepático pero
informatizado. Cada palabra es seleccionada. Cada frase moderada.
- Aunque pueda parecer extraño, por nuestra sensible asociación,
me es imposible ver la situación como tú. Tal vez, la presión a la que estáis
sometidos los hilos y músculos os hace más vulnerables. Pero recuerda que el
enhebrado se hace gradual para todos. –Hace patente su condición.- Los cerebros
tampoco estamos exentos de vigilancia, por lo que debemos dar gracias al
cerebro central.
- Visto así, eso me consuela. Quiero decir, que las
decisiones no te corresponden sino que te son dadas.
- ¡Agente, ahí salen los vehículos! –Interrumpe
abruptamente.
Tal y como le informaran previamente, la enorme puerta se
activa en un par de movimientos mecánicos de apertura, dejando salir del
interior sendos vehículos oscuros.
- Es hora de hacer los deberes, A-84.27. –Comenta el
cerebro, mientras dejo unas monedas sobre la mesa.
Tomo un “ciclodeslizador”, mi vehículo unipersonal,
alquilado para el minucioso seguimiento y elegido por su enorme maniobrabilidad.
Y de inmediato, los transportes perseguidos revelan un recorrido concreto, un
itinerario prefijado con una serie de paradas mediante las cuales, pretenden
despistar a posibles fisgones. Entonces el ordenador central calcula
rápidamente posibilidades alternativas, con distintos algoritmos de datos cotejados
hasta la fecha: functores que se repiten sobre planos satélites actualizados; lo
que nos remite directamente a la última de estas paradas como de alto interés.
La comitiva estaciona finalmente bajo un aparcamiento privado en un hotel de
lujo, El Oasis Palace, en el centro de la ciudad y a varios kilómetros del
complejo del que partimos. El lugar tiene fama de ofrecer suites de exigencias
presidenciales, con una selecta compañía femenina. Por lo que el ordenador central
había precisado, con antelación, que la seguridad rebelde frecuenta habitualmente
este lugar para "desestresar" a sus chicos.
- Ok. El cerebro central toma el control absoluto. –Da
aviso la voz familiar desde su remoto lugar.- Se asegurarán de los números de
las habitaciones y de si el propio líder se encuentra entre estos. A partir de
ahí, nos interesa saber cómo llegar a nuestro objetivo sin tropiezos. Recuerda nuestro
credo a la teoría del caos. –Cierra en tono burlón.
Las decisiones en manos del cerebro central no se
cuestionan, ya que de ellas depende el éxito en cada misión. En ello juega un
papel importante la improvisación en tiempo real. Para ello, nos movemos en cálculos
de posibilidades aleatorias que se limitan en alternancias concretas, durante
todo el proceso. Aquí no hay armas. No existe la artillería pesada o ligera.
Únicamente es un hombre en compañía de su cerebro informatizado, y las
habilidades que se ponen de manifiesto en la misión, son las que hacen
especiales las bajas que certificamos con cada acierto.
- Se alojan en las suites de la última planta. –Oigo de
repente en mi cabeza.
- Eso juega en favor de las previsiones. –Contesto
displicente.
A continuación, me dirijo hasta la parte trasera del
edificio. Y una vez llegado a al callejón donde se deposita la basura del hotel
me desvisto, dejando al descubierto un ceñido mono con una capucha completa.
Esta segunda piel está hecha de un textil inteligente y memoria propia, desarrollada
con nanotecnología a base de grafeno. Entre otras cosas, puede activar un
camuflaje óptico. Por último, dejo la ropa en una de las bolsas del contenedor.
La temprana nocturnidad certifica el acierto de nuestra
iniciativa, un refuerzo decisivo para la acción. Sin embargo, eso no supone un
impedimento a la hora de encontrar salientes, pollos, quicios ornamentados por
los que asciendo con pasmosa habilidad por la fachada del edificio. Incluso
para mis propias estimaciones. Una vez alcanzado el tejado, me dirijo al lado
del edificio que muestra la ventana. Sin detener el paso, saco un fino cordón
de acero de la hebilla y lo engancho a una gavilla saliente en la cornisa.
Luego, me dejo caer de forma improvisada hasta quedar en una pose que me
permite maniobrar en el descenso. En cuanto me alineo con la planta adecuada,
pego el cuerpo a la pared, apoyando los pies sobre unas finas molduras. El traje
realiza un sobresfuerzo de rozamiento. Una vez anclado a este punto, me es
sencillo pasar al pollo saliente de la ventana y recoger el cordón de nuevo. A
continuación, echo un ligero vistazo a la habitación, percatándome de que el
objetivo está acompañado. El ordenador central detalla todo un plano de puntos
calientes, como suelen llamarlo: lugares en los que un posible accidente es más
factible. En estos casos el cerebro central recibe las imágenes directas de mis
retinas y tras cotejarlas en tiempo real, actúa en consecuencia como procesador
del terreno.
Por mi propia seguridad reposo las palmas de las manos en
el cristal de la ventana. En milésimas de segundos, puedo entrever la luz de la
calle a través de mi cuerpo translucido. Ahora trazo una revisión exacta de la
escena interior. En la habitación una exuberante chica retoza sobre su montura
humana. Ambos practican el sexo de forma desinhibida en una enorme cama
circular. Y justo en ese instante, en mi cabeza comienza lo que se conoce como
el baile de ideas. Multitud de imágenes acuden a las mentes de la asociación,
cerebro y músculo, que proyectan todo tipo de posibilidades virtuales. Después
del agotador proceso de experiencias simuladas, debo esperar unos interminables
segundos, hasta que ocurra algo inesperado. Siempre surge una ocasión que decide
de manera repentina. Por ejemplo, que la joven abandone la habitación entre
risas, tras haberle realizado una felación al objetivo. Que este quede tumbado
con los ojos cerrados y bajo los efectos del alcohol, las drogas o el
desenfreno que inundan la habitación. Y es en ese instante, que una orden cuasi
instintiva me induce a retomar la acción.
El cerrojo no se resiste
a los circuitos de electroimanes que irradian presión sobre una pieza de
niodinio, ajustada a la hendidura de la ventana. La fuerza de atracción que
ejerce sobre los mecanismos internos, simulan la manipulación de una mano
humana desde su interior. Una vez superada, la mantengo ligeramente
abierta y me aproximo con sigilo a los pies de la cama, junto a una champanera.
Acto seguido, dejo caer en la botella abierta una pequeña cápsulas de un
polímero ultrafino, que se rompen delicadamente al primer contacto con el
líquido carbonatado. Otra burbuja más, pero esta facilitará la mezcla del
contenido en su interior. Un potenciador que disuelto en alcohol se volatilizará
si la mezcla permanece aireada, durante más de sesenta minutos. Y sin embargo,
el riesgo es mínimo. Ergo, la opción parece correcta. Así que sin girarme,
cubro el camino de vuelta a la ventana, en dos largos pasos. Tras un último
vistazo a la habitación, dejo atrás las probabilidades indetectables de la
trampa y quedo rezagado en la superficie que ofrece el resquicio de la ventana
cerrada. En ese momento, todo permanece en calma. Todo menos el cielo que trae
lluvia. Y a pesar de ello, debemos asegurar que el objetivo cumple su parte al
beber de la botella “edulcorada”.
En los eternos minutos, la lluvia persiste con
insistencia.
-El camuflaje en estos casos es contrarrestado. –Comenta
el cerebro al percatarse del reflejo que la silueta del traje arroja sobre el
cristal. 

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