1. UN ACUERDO “ENHEBRADO”:
Hacer esto es un arte.
Siempre he pensado que a los avatares los denominan hilos
de la madeja, hasta que son enhebrados, porque con ellos tejemos bonitos
tapices. Otros creen buscar justicia en todo esto, honor u otras buenas causas
que justifiquen las decisiones que toman. Personalmente, no fui escogido por la
organización para ser comedido. Pues si algo nos diferencia del resto de
agencias oficiales es el poder actuar sobre cualquier acuerdo de interés de
forma ineluctable. En nuestro idiosincrático sistema no vadeamos las leyes,
sino que literalmente las rebasamos. Y todo gracias al absoluto anonimato de
las muertes certificadas. Desde dentro contemplamos el mundo como un campo de
batalla, ciudadanos que pasean por trincheras sin ser conscientes de ello, que
pisan puntos candentes sin saberlo. Ciudadanos ingenuos que pasean sobre
conflictos invisibles, a puntos de estallar ante sus narices. En este contexto,
los avatares se convierten en la extensión idónea de guerra. Al menos será así,
siempre que la robótica no tome partido de manera activa. A ellos los abordamos
durmientes de un letargo indeterminado, para raptarlos de sus anodinas y
rutinarias vidas. Hoy están aquí al lado, mañana puede que en el otro extremo
del mundo como vagabundos, mensajeros de la muerte. Si la Tierra conociera de
la existencia mortífera de la asociación entre un músculo y un cerebro,
creerían en la ira de un verdadero dios en la forma de software computacional.
Sobre todo, aquellos que cometen los pecados a plena luz permisiva,
acaparadores de poder y generadores de destrucción, haciendo peligrar la
estabilidad permanente. El sistema informático o cerebro central determina para
ellos que el veredicto sea inamovible, porque sobrepasan los términos de una defensa
mínima y justa. En contadas excepciones también nos encontramos en el extremo
opuesto, a individuos denominados entre comillas: especiales, tan necesarios
para esa misma sagrada estabilidad futura, que se precisa una vez más de las
asociaciones entre un músculo y un cerebro, que determine la supervivencia de
los aptos.
Hacer bien todo esto, en definitiva, es cuestión de arte.
A día de hoy, trabajo con un nuevo asociado, un músculo
emplazado en un remoto punto de conflicto permanente, en el África central. El
hilo en cuestión, está fichado por la madeja como A-84.27 y permanece en el lugar
como un maestro de escuela de un territorio, dominado por las mafias del coltán
y los diamantes de sangre. A esto hay que sumar, lo propicio del agente
encubierto como un voluntario para una prestigiosa ONG. Por supuesto, yo solo le
acompaño desde que diera pie el reconocimiento del punto candente. Los cerebros
no acostumbran a inmiscuirse en las vidas ajenas de forma innecesaria. De eso
ya se encarga el cerebro central. Por tanto, las órdenes recibidas son precisas:
el objetivo a abatir es un alto mando de un bando rebelde, que lideraba desde
hacía décadas una guerrilla local. Gracias al acuerdo con los líderes políticos
del país, este individuo se ha convertido en el amo de un extenso territorio
rico en minerales. Un auténtico señor de la guerra que amedranta sin
escrúpulos. Por nuestra parte, no podemos saber el por qué de la ruptura de
este pacto tácito entre los rebeldes y los poderes fácticos que operan en el
sitio. Tan solo podemos intuirlo. Pero tampoco se nos permite cuestionar las
bajas.
Y es que en estas regiones, de conflictos permanentes e
inestabilidad perenne, las acciones de la madeja son una constante, vigilando
de forma sibilina a aquellos que vigilan para evitar guerras civiles
innecesarias y genocidios indiscriminados. Tanto es así, que si quisiéramos
podríamos tomar el país en una semana o arrasarlo por completo. Y por contra,
no es ese nuestro cometido, pues las potencias de todo los rincones del mundo
confían en nuestro correcto e informatizado criterio.

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