Harum
era un humilde comerciante que dedicó toda su vida a la venta
ambulante. Su pasión siempre le acompañó allí donde llegaba, con
sus alfombras y tapices, pues sus viajes transcurrían entre chismes
y leyendas que oía y luego narraba en forma de cuentos. Decidido a
convertirse en un gran narrador de historias siguió recogiendo
anécdotas que tejía con gran esmero y esplendidos resultados, hasta
que se ganó el apelativo de “el viejo fabulador”. A todos
gustaba y por ello, pasaban horas cerca del puesto para comprar su
mercancía. Pero cuando Harum alcanzó la vejez decidió retirarse y
ceder la mercancía a sus hijos mayores, Badis y Hassan. Sin embargo,
ninguno de los dos contaba con la maestría narrativa de su
predecesor. Por contra, Harum confió en un tercer hijo, que siendo
el menor se convirtió en su favorito, pues el pequeño Rasiq siempre
fantaseaba con los cuentos. Al hacerse mayor el muchacho, el viejo
fabulador pensó que debía emprender un viaje para encontrar el
lugar donde llevar la sabiduría del narrador, pues su fama había
recorrido las ciudades más próximas a ese lado del desierto.
Durante días lo discutió con su esposa Khadija, que permanecía
totalmente en contra de aquella empresa de locos. Así que a
espaladas de todos, padre e hijo se unieron a una enorme caravana que
viajaba al este. Durante la travesía amenizaron las noches heladas
con algunas historias entre los demás. Y a la hora de dormir sus
mentes se encontraron en tierras exóticas.
A
varios días de paso, la caravana topó con una enorme muralla que
protegía la primera ciudad. Harum decidió que aquel sitio en mitad
de la abrasiva arena del desierto era idóneo para iniciar a su
vástago. Con esta idea fija, se lanzó a narrar viejas historias,
atrayendo en seguida la atención en donde jamás puso un pie antes.
Muy pronto llegó a oídos del gran emir de la ciudad la maravillosa
habilidad de Harum y su joven acompañante. Este quiso encontrarse
con ellos en persona para oír de primera mano su peculiar vida.
Entonces, el viejo fabulador preparó la mejor versión de todo
cuanto le había acontecido y al finalizar su alegato, dejó a su
descendiente como heredero de aquella sabiduría, curtida con el paso
del tiempo. Al instante, el emir nombró al muchacho su narrador
personal.
Por
aquel entonces, la ciudad tenía un conflicto con dos grandes clanes
vecinos. Al este, la dinastía de jóvenes herederos adquiría mayor
poder mediante las artes del pillaje en sus fronteras. Al oeste, el
otro clan era víctima del robo y el saqueo cometido por los bandidos
del desierto. El emir permanecía siempre deprimido, debatiéndose en
la resolución de este problema político, pues antaño ambos clanes
eran aliados de la ciudad. Cada noche, el hombre añoraba el descanso
y pedía a sus fieles el entretenimiento que obligara a su mente a
huir de estos y otras disyuntivas. Primero, probó a hacer volar
palomas, halcones, y otros espectáculos con fieras. Después, se
recluyó en sus baños, siempre rodeado de su aren más privado.
Finalmente, Harum y Rasiq decidieron preparar una pequeña fábula
que alumbrara al gran emir en su toma de decisiones. Una noche Rasiq
se acercó al emir y le contó en la más estricta confianza:
“Oh,
gran emir que impartís justicia y equidad, oíd la historia que
ahora os narro. Pues sé que cierta ocasión, en un poblado
hormiguero a los pies de un viejo naranjo, vivía una insignificante
hormiga. Dicho insecto salió en busca de alimento como había hecho
de costumbre. Mas quiso dios que ese día una mosca engreída se
acercara a la displicente hormiga, a ras del suelo, para alardear de
su trompa y sus alas, con las que podía rastrear los frutos maduros
caídos del árbol. A continuación, la mosca se alejó haciendo
círculos. Entonces la hormiga se fijó en la trompa y deseó tener
una igual para mayor tener certeza del lugar donde caía el alimento.
Luego, se fijó en las alas y deseó tener unas iguales para tomar el
vuelo y llegar antes al alimento. Así pues, no le quedó más
remedio que seguir a las moscas a ras de suelo, mientras estas
arriesgaban sus vidas frente a la multitud de arañas que poblaban la
copa del viejo árbol. Cuando al fin se posaron unas cuantas,
atraídas por el hedor de una enorme naranja podrida, la hormiga
satisfecha marcó el lugar exacto y emprendió el camino de regreso
al hormiguero. Allí avisó al resto de sus hermanas que no dudaron
en tomar la fruta podrida. Pues para las moscas era el vuelo.”
El
emir satisfecho por la esclarecedora historia lo ascendió en seguida
a consejero y le regaló su primera mujer Ladda, una hermosa joven
escogida de su aren privado. A partir de aquí, Rasiq fue reconocido
por todos como “maestro fabulador”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario