domingo, 5 de marzo de 2017

Rasiq el fabulador. Moscas y hormigas.

Harum era un humilde comerciante que dedicó toda su vida a la venta ambulante. Su pasión siempre le acompañó allí donde llegaba, con sus alfombras y tapices, pues sus viajes transcurrían entre chismes y leyendas que oía y luego narraba en forma de cuentos. Decidido a convertirse en un gran narrador de historias siguió recogiendo anécdotas que tejía con gran esmero y esplendidos resultados, hasta que se ganó el apelativo de “el viejo fabulador”. A todos gustaba y por ello, pasaban horas cerca del puesto para comprar su mercancía. Pero cuando Harum alcanzó la vejez decidió retirarse y ceder la mercancía a sus hijos mayores, Badis y Hassan. Sin embargo, ninguno de los dos contaba con la maestría narrativa de su predecesor. Por contra, Harum confió en un tercer hijo, que siendo el menor se convirtió en su favorito, pues el pequeño Rasiq siempre fantaseaba con los cuentos. Al hacerse mayor el muchacho, el viejo fabulador pensó que debía emprender un viaje para encontrar el lugar donde llevar la sabiduría del narrador, pues su fama había recorrido las ciudades más próximas a ese lado del desierto. Durante días lo discutió con su esposa Khadija, que permanecía totalmente en contra de aquella empresa de locos. Así que a espaladas de todos, padre e hijo se unieron a una enorme caravana que viajaba al este. Durante la travesía amenizaron las noches heladas con algunas historias entre los demás. Y a la hora de dormir sus mentes se encontraron en tierras exóticas.
A varios días de paso, la caravana topó con una enorme muralla que protegía la primera ciudad. Harum decidió que aquel sitio en mitad de la abrasiva arena del desierto era idóneo para iniciar a su vástago. Con esta idea fija, se lanzó a narrar viejas historias, atrayendo en seguida la atención en donde jamás puso un pie antes. Muy pronto llegó a oídos del gran emir de la ciudad la maravillosa habilidad de Harum y su joven acompañante. Este quiso encontrarse con ellos en persona para oír de primera mano su peculiar vida. Entonces, el viejo fabulador preparó la mejor versión de todo cuanto le había acontecido y al finalizar su alegato, dejó a su descendiente como heredero de aquella sabiduría, curtida con el paso del tiempo. Al instante, el emir nombró al muchacho su narrador personal.
Por aquel entonces, la ciudad tenía un conflicto con dos grandes clanes vecinos. Al este, la dinastía de jóvenes herederos adquiría mayor poder mediante las artes del pillaje en sus fronteras. Al oeste, el otro clan era víctima del robo y el saqueo cometido por los bandidos del desierto. El emir permanecía siempre deprimido, debatiéndose en la resolución de este problema político, pues antaño ambos clanes eran aliados de la ciudad. Cada noche, el hombre añoraba el descanso y pedía a sus fieles el entretenimiento que obligara a su mente a huir de estos y otras disyuntivas. Primero, probó a hacer volar palomas, halcones, y otros espectáculos con fieras. Después, se recluyó en sus baños, siempre rodeado de su aren más privado. Finalmente, Harum y Rasiq decidieron preparar una pequeña fábula que alumbrara al gran emir en su toma de decisiones. Una noche Rasiq se acercó al emir y le contó en la más estricta confianza:
Oh, gran emir que impartís justicia y equidad, oíd la historia que ahora os narro. Pues sé que cierta ocasión, en un poblado hormiguero a los pies de un viejo naranjo, vivía una insignificante hormiga. Dicho insecto salió en busca de alimento como había hecho de costumbre. Mas quiso dios que ese día una mosca engreída se acercara a la displicente hormiga, a ras del suelo, para alardear de su trompa y sus alas, con las que podía rastrear los frutos maduros caídos del árbol. A continuación, la mosca se alejó haciendo círculos. Entonces la hormiga se fijó en la trompa y deseó tener una igual para mayor tener certeza del lugar donde caía el alimento. Luego, se fijó en las alas y deseó tener unas iguales para tomar el vuelo y llegar antes al alimento. Así pues, no le quedó más remedio que seguir a las moscas a ras de suelo, mientras estas arriesgaban sus vidas frente a la multitud de arañas que poblaban la copa del viejo árbol. Cuando al fin se posaron unas cuantas, atraídas por el hedor de una enorme naranja podrida, la hormiga satisfecha marcó el lugar exacto y emprendió el camino de regreso al hormiguero. Allí avisó al resto de sus hermanas que no dudaron en tomar la fruta podrida. Pues para las moscas era el vuelo.”
El emir satisfecho por la esclarecedora historia lo ascendió en seguida a consejero y le regaló su primera mujer Ladda, una hermosa joven escogida de su aren privado. A partir de aquí, Rasiq fue reconocido por todos como “maestro fabulador”.

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