domingo, 12 de marzo de 2017

Rasiq el fabulador. Laudo el huerfano.

Harum se enorgulleció de todo lo que había conseguido su hijo en tan sucinto tiempo. Confiando en el buen porvenir de Rasiq decidió volver junto a su esposa Kadija y sus otros hijos, para contar a todos lo acontecido durante la travesía. Por su parte, el recién nombrado consejero pidió un permiso al gran emir que le permitiera viajar junto a él. Cruzarían el desierto, regresarían a su tierra natal, y allí presentaría a su esposa Ladda. Ese día, su familia organizó un gran festín al que acudieron todos los vecinos y amigos de Harum, alegres por las buenas nuevas. Y finalmente, junto a una comitiva que velaba por su seguridad, Rasiq prosiguió el viaje en busca de tan preciada inspiración, tal y como lo hiciera anteriormente su mentor. El camino se prolongó hasta topar con una hermosa ciudad pesquera, junto a la costa más taimada que habían visto sus ojos, donde obtuvo audiencia con los ancianos del lugar y oyó recitar multitud de historias sobre los tesoros ocultos, bajo antiguas ruinas custodia. También, oyó de poderosos hechiceros y alquimistas que arrebataban el poder al califa, mediante pactos con los djinn, demonios del desierto, tan antiguos como la propia existencia. Por no olvidar, las leyendas sobre encantamientos y sortilegios que dotaban de la victoria frente al enemigo más fiero, inclusive allende los mares.
Y al volver con su esposa, a la ciudad del emir, recibió la triste noticia de la muerte de su padre en la placidez del hogar. Rasiq pasó muchos días abrumado por aquel acontecimiento inesperado, pues hasta el momento no había perdido a ningún otro ser querido. Mas, cierto día el gran emir quiso conocer el estado del muchacho que ahora era como su propio hijo. A lo que el joven contestó de la mejor manera que supo. Se lo narró con una de sus historias en privado.        
“Oh, gran emir que impartís justicia y equidad, oíd la historia que os narro. Es el corazón un músculo doliente que deja trastornado el juicio de aquellos hombres que sufren de este mal. Había pues un joven en una pequeña aldea, llamado Laudo, el cual quedó huérfano. Y fue tal el dolor de su corazón, que le hizo buscar el refugio en los animales, pues estos le parecieron más humanos. Cierto día, Laudo decidió acudir a casa del hortelano al que debía entregar a tiempo unas semillas. Sin embargo, por el camino se entretuvo visitando primero las camellas del lechero. Al igual que hacía siempre, observó como eran ordeñadas. A continuación, se marchó al contemplar que estas pasaban el tiempo mascando sin ofrecer conversación alguna. Por el camino saludó a todos los perros y gatos con los que se cruzó. Pero tampoco estos animales quisieron devolver el saludo al joven obnubilado. Fue entonces, que al cruzaba la aldea copó su atención unas altas datileras en las que oía a los pájaros cantar entre sus ramas. Mas, cada vez que Laudo se aproximaba a los árboles, las aves guardaban silencio. Así que decidió retomar el camino y de paso, visitaría a las gallinas de otro vecino, aves más familiares para el joven. Y al cabo de un rato en el gallinero abandonó toda esperanza, porque las aves de corral tan solo deseaban alborotar. De nuevo en el trayecto, pensó que podía hacer una parada más, junto al cerrado en el que conviven los corderos del carnicero. Sin embargo, estos animales correteaban tras la cerca, ignorando por completo la presencia del muchacho. Después de haber completado el trayecto al fin, llamó a la puerta del hortelano. Pero allí no contestó nadie pues era demasiado tarde.
Entonces, de regreso a su casa contempló un frondoso palmeral que nunca había visitado. Los animales allí le parecían lejanos y esquivos, siempre esquivos a la mirada del hombre. Con esta idea rondando en su cabeza, el huérfano se adentró entre palmeras y en seguida, se percató de una extraña sensación, cuanto más avanzaba más voces podía oír. Reconoció que aquellos eran los sonidos propios de la naturaleza. Y nadie volvió a ver al muchacho por el pueblo.”
El gran emir comprendió con total claridad, la enorme aflicción que Rasiq guardaba en su corazón. Y por ello, decretó al instante que aquel día era una fecha señalada en el que se celebraba la pérdida del “viejo fabulador”, pues era hombre sabio y querido sobre la faz de la tierra. Mientras, a Rasiq le fue entregado su peso en oro, con la condición de hacer llegar dicho presente a su familia y así, atenuar el dolor de sus corazones.  

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