Harum se enorgulleció de todo lo que había conseguido su
hijo en tan sucinto tiempo. Confiando en el buen porvenir de Rasiq decidió
volver junto a su esposa Kadija y sus otros hijos, para contar a todos lo
acontecido durante la travesía. Por su parte, el recién nombrado consejero
pidió un permiso al gran emir que le permitiera viajar junto a él. Cruzarían el
desierto, regresarían a su tierra natal, y allí presentaría a su esposa Ladda.
Ese día, su familia organizó un gran festín al que acudieron todos los vecinos
y amigos de Harum, alegres por las buenas nuevas. Y finalmente, junto a una
comitiva que velaba por su seguridad, Rasiq prosiguió el viaje en busca de tan
preciada inspiración, tal y como lo hiciera anteriormente su mentor. El camino
se prolongó hasta topar con una hermosa ciudad pesquera, junto a la costa más
taimada que habían visto sus ojos, donde obtuvo audiencia con los ancianos del
lugar y oyó recitar multitud de historias sobre los tesoros ocultos, bajo
antiguas ruinas custodia. También, oyó de poderosos hechiceros y alquimistas
que arrebataban el poder al califa, mediante pactos con los djinn, demonios del
desierto, tan antiguos como la propia existencia. Por no olvidar, las leyendas
sobre encantamientos y sortilegios que dotaban de la victoria frente al enemigo
más fiero, inclusive allende los mares.
Y al volver con su esposa, a la ciudad del emir, recibió la
triste noticia de la muerte de su padre en la placidez del hogar. Rasiq pasó
muchos días abrumado por aquel acontecimiento inesperado, pues hasta el momento
no había perdido a ningún otro ser querido. Mas, cierto día el gran emir quiso
conocer el estado del muchacho que ahora era como su propio hijo. A lo que el
joven contestó de la mejor manera que supo. Se lo narró con una de sus
historias en privado.
“Oh, gran emir que
impartís justicia y equidad, oíd la historia que os narro. Es
el corazón un músculo doliente que deja trastornado el juicio de aquellos
hombres que sufren de este mal. Había pues un joven en una pequeña aldea,
llamado Laudo, el cual quedó huérfano. Y fue tal el dolor de su corazón, que le
hizo buscar el refugio en los animales, pues estos le parecieron más humanos.
Cierto día, Laudo decidió acudir a casa del hortelano al que debía entregar a
tiempo unas semillas. Sin embargo, por el camino se entretuvo visitando primero
las camellas del lechero. Al igual que hacía siempre, observó como eran ordeñadas.
A continuación, se marchó al contemplar que estas pasaban el tiempo mascando sin
ofrecer conversación alguna. Por el camino saludó a todos los perros y gatos
con los que se cruzó. Pero tampoco estos animales quisieron devolver el saludo
al joven obnubilado. Fue entonces, que al cruzaba la aldea copó su atención
unas altas datileras en las que oía a los pájaros cantar entre sus ramas. Mas,
cada vez que Laudo se aproximaba a los árboles, las aves guardaban silencio. Así
que decidió retomar el camino y de paso, visitaría a las gallinas de otro
vecino, aves más familiares para el joven. Y al cabo de un rato en el gallinero
abandonó toda esperanza, porque las aves de corral tan solo deseaban alborotar.
De nuevo en el trayecto, pensó que podía hacer una parada más, junto al cerrado
en el que conviven los corderos del carnicero. Sin embargo, estos animales
correteaban tras la cerca, ignorando por completo la presencia del muchacho. Después
de haber completado el trayecto al fin, llamó a la puerta del hortelano. Pero allí
no contestó nadie pues era demasiado tarde.
Entonces, de
regreso a su casa contempló un frondoso palmeral que nunca había visitado. Los
animales allí le parecían lejanos y esquivos, siempre esquivos a la mirada del
hombre. Con esta idea rondando en su cabeza, el huérfano se adentró entre
palmeras y en seguida, se percató de una extraña sensación, cuanto más avanzaba
más voces podía oír. Reconoció que aquellos eran los sonidos propios de la
naturaleza. Y nadie volvió a ver al muchacho por el pueblo.”
El gran emir comprendió con total claridad, la enorme
aflicción que Rasiq guardaba en su corazón. Y por ello, decretó al instante que
aquel día era una fecha señalada en el que se celebraba la pérdida del “viejo
fabulador”, pues era hombre sabio y querido sobre la faz de la tierra.
Mientras, a Rasiq le fue entregado su peso en oro, con la condición de hacer
llegar dicho presente a su familia y así, atenuar el dolor de sus
corazones.
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