Los
años se sucedieron y la familia de Rasiq fue grande y próspera. Su
sabiduría le permitió vivir en paz, construir grandes centros de
estudios y bibliotecas que recogían todo el saber del mundo
conocido. Sin embargo, una pandémica plaga azotó las provisiones
del imperio, trayendo consigo la hambruna. La enfermedad hizo acto de
presencia y las muertes en la familia de Rasiq se sucedían sin poder
remediarlo. Y tras la plaga, el emir que había sobrevivido había
visto perecer a sus hijos y a todas sus esposas. Este quedó tan
afectado por los horribles acontecimientos que muchos habitantes se
hicieron eco de su desconsuelo. Los habitantes comentaban con
lengua viperina la profunda infelicidad del gobernante.
Entonces, una noche oscura Rasiq vio la oportunidad de abandonar su
cargo. Y después de una ardua búsqueda por parte del califa se
renovaron las maledicencias sobre la familia tocada por la tragedia.
Con
el tiempo, se
prodigaron algunos comentarios de las hazañas de un personaje al que
nada retenía a quedarse demasiado tiempo en un mismo sitio. En otro
lugar, entre oleajes de arena fina, se oían leyendas de un hombre al
frente de una gran tribu, unificando a los nómadas que habían
permanecido en perpetua guerra. Sin embargo, crítica o alago, todos
coincidían en una misma cosa, el único anhelo de esta figura
errante no parecía ser acaudalar poder, sino hallar el descanso.
Mientras
tanto, mucho más lejos de la antigua ciudad de Rasiq, más allá de
las adustas arenas, se alzaba un peculiar oasis entre montañas de
arcillosa roca, sitiado por una constante caravana de viajeros muy
dispares. Todos ellos buscaban al sabio más sabio que ocupaba aquel
vergel remoto, contando con esmero historias de vidas pasadas.
“Oíd,
oíd esta historia que me llegó
difusa, como el débil canto del arroyo, y a la cual deseo dar forma
para todos los que prestáis vuestro preciado tiempo. En ella cierto
joven decidido se inició en la tarea ardua de encontrarle un sentido
a la vida misma. Mas, en muy poco tiempo tropezó con el oficio de
custodiar al alcalde de una próspera ciudad. Allí, entre lustrosas
almenas y dorados minaretes, observó las entrañas del poder mismo y
descubrió las formas de llevar el sufrimiento a sus enemigos. Con el
transcurrir del tiempo, el joven se convirtió en un hombre preciado
para el pueblo y recibía de este, ofrendas para aplacar su
beligerante severidad. Mas fuera el soldado tan impetuosos y
sanguinario que muy pronto enloqueció. Aquel que había lidiado
siempre con la muerte, de repente sufría una terrible maldición que
se adueñó de su mente, por el miedo a la finitud acechante. Y de
inmediato abandonó su cargo, entregándose a la mendicidad en su
renovada búsqueda.
Habiéndose
desplazado a mucha distancia, se encontró unas viejas ruinas donde
solo había piedras soterradas y un curioso pozo tan profundo como
seco. En aquel agujero horadado en el suelo halló el refugio de un
djinn que habitaba la antaño ciudad. El demonio del desierto vio en
el rostro compungido a un pobre loco al que poder engañar y en
seguida, se interesó por sus anhelos más profundos con promesas de
ayudar. Entonces el hombre le preguntó acerca del verdadero sentido
de la existencia. A lo que el demonio le propuso una lustrosa
situación, le daría abundancia y vida eterna pues ese era el
preciso sentido de la vida, según sus palabras. Después de cumplir
su parte, las ruinas quedaron transformadas en un oasis de abundantes
frutos y ricas fuentes de agua de manantial. Pero el trato tenía una
condición más, el maléfico demonio trastorno la apetencia del
vagabundo, impidiéndole disfrutar de los frutos del vergel. Con los
siglos, se forjó una nueva ciudad en torno al maravilloso oasis y a
su ocupante más anciano, que veía como seguía envejeciendo sin
disfrutar de cuanto había a su alrededor. Ya a una edad bastante
avanzada, el loco inapetente se rindió y abandonó su búsqueda. Así
decidió formar una numerosa familia en aquel sitio. Muy pronto, sus
hijas se unieron a los hombres de mayor rango de las tribus
asentadas, mientras sus hijos se convirtieron en miembros del
principal consejo de la floreciente ciudad.
A
pesar de todo lo que había conseguido, el longevo anciano continuó
sumido en su maldición de inmortalidad. Cierto día, se dice que el
último de su vida, caminaba por entre las vetustas piedras de la
otrora ciudad, cerca del pozo seco, y encontró un objeto brillante
semienterrado en la arena. Aquel tesoro era un sable curvo, grande,
ligero y ostentoso. De este modo, el demonio caprichoso que habitaba
en los cimientos de la ruina, quiso recordarle su fracaso en su
búsqueda. Por contra, el anciano comprendió que aquella hoja jamás
le había hecho justicia, durante su nefasto pasado, tan solo en los
pasos sumados al forjar su propia historia, más fuerte que cualquier
acero bruñido.”
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