domingo, 26 de marzo de 2017

Rasiq el fabulador: El arma de un héroe.

Los años se sucedieron y la familia de Rasiq fue grande y próspera. Su sabiduría le permitió vivir en paz, construir grandes centros de estudios y bibliotecas que recogían todo el saber del mundo conocido. Sin embargo, una pandémica plaga azotó las provisiones del imperio, trayendo consigo la hambruna. La enfermedad hizo acto de presencia y las muertes en la familia de Rasiq se sucedían sin poder remediarlo. Y tras la plaga, el emir que había sobrevivido había visto perecer a sus hijos y a todas sus esposas. Este quedó tan afectado por los horribles acontecimientos que muchos habitantes se hicieron eco de su desconsuelo. Los habitantes comentaban con lengua viperina la profunda infelicidad del gobernante. Entonces, una noche oscura Rasiq vio la oportunidad de abandonar su cargo. Y después de una ardua búsqueda por parte del califa se renovaron las maledicencias sobre la familia tocada por la tragedia.
Con el tiempo, se prodigaron algunos comentarios de las hazañas de un personaje al que nada retenía a quedarse demasiado tiempo en un mismo sitio. En otro lugar, entre oleajes de arena fina, se oían leyendas de un hombre al frente de una gran tribu, unificando a los nómadas que habían permanecido en perpetua guerra. Sin embargo, crítica o alago, todos coincidían en una misma cosa, el único anhelo de esta figura errante no parecía ser acaudalar poder, sino hallar el descanso.
Mientras tanto, mucho más lejos de la antigua ciudad de Rasiq, más allá de las adustas arenas, se alzaba un peculiar oasis entre montañas de arcillosa roca, sitiado por una constante caravana de viajeros muy dispares. Todos ellos buscaban al sabio más sabio que ocupaba aquel vergel remoto, contando con esmero historias de vidas pasadas.
Oíd, oíd esta historia que me llegó difusa, como el débil canto del arroyo, y a la cual deseo dar forma para todos los que prestáis vuestro preciado tiempo. En ella cierto joven decidido se inició en la tarea ardua de encontrarle un sentido a la vida misma. Mas, en muy poco tiempo tropezó con el oficio de custodiar al alcalde de una próspera ciudad. Allí, entre lustrosas almenas y dorados minaretes, observó las entrañas del poder mismo y descubrió las formas de llevar el sufrimiento a sus enemigos. Con el transcurrir del tiempo, el joven se convirtió en un hombre preciado para el pueblo y recibía de este, ofrendas para aplacar su beligerante severidad. Mas fuera el soldado tan impetuosos y sanguinario que muy pronto enloqueció. Aquel que había lidiado siempre con la muerte, de repente sufría una terrible maldición que se adueñó de su mente, por el miedo a la finitud acechante. Y de inmediato abandonó su cargo, entregándose a la mendicidad en su renovada búsqueda.
Habiéndose desplazado a mucha distancia, se encontró unas viejas ruinas donde solo había piedras soterradas y un curioso pozo tan profundo como seco. En aquel agujero horadado en el suelo halló el refugio de un djinn que habitaba la antaño ciudad. El demonio del desierto vio en el rostro compungido a un pobre loco al que poder engañar y en seguida, se interesó por sus anhelos más profundos con promesas de ayudar. Entonces el hombre le preguntó acerca del verdadero sentido de la existencia. A lo que el demonio le propuso una lustrosa situación, le daría abundancia y vida eterna pues ese era el preciso sentido de la vida, según sus palabras. Después de cumplir su parte, las ruinas quedaron transformadas en un oasis de abundantes frutos y ricas fuentes de agua de manantial. Pero el trato tenía una condición más, el maléfico demonio trastorno la apetencia del vagabundo, impidiéndole disfrutar de los frutos del vergel. Con los siglos, se forjó una nueva ciudad en torno al maravilloso oasis y a su ocupante más anciano, que veía como seguía envejeciendo sin disfrutar de cuanto había a su alrededor. Ya a una edad bastante avanzada, el loco inapetente se rindió y abandonó su búsqueda. Así decidió formar una numerosa familia en aquel sitio. Muy pronto, sus hijas se unieron a los hombres de mayor rango de las tribus asentadas, mientras sus hijos se convirtieron en miembros del principal consejo de la floreciente ciudad.
A pesar de todo lo que había conseguido, el longevo anciano continuó sumido en su maldición de inmortalidad. Cierto día, se dice que el último de su vida, caminaba por entre las vetustas piedras de la otrora ciudad, cerca del pozo seco, y encontró un objeto brillante semienterrado en la arena. Aquel tesoro era un sable curvo, grande, ligero y ostentoso. De este modo, el demonio caprichoso que habitaba en los cimientos de la ruina, quiso recordarle su fracaso en su búsqueda. Por contra, el anciano comprendió que aquella hoja jamás le había hecho justicia, durante su nefasto pasado, tan solo en los pasos sumados al forjar su propia historia, más fuerte que cualquier acero bruñido.

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