domingo, 17 de abril de 2016

Relato: Injustas injusticias. Parte II

En la radio continúan hablando.
- Antes de continuar con nuestros tres expertos, tenemos al teléfono a un oyente que asegura haber empezado a notar el efecto de esta nueva situación en su vida cotidiana. ¿De qué manera, amigo oyente, has vivido en tu rutina la desaparición del concepto de injusticia tras probar la vacuna?
- Hola, sí... -Titubea al comienzo el nuevo interlocutor.- Pues bien, yo tenía una resolución pendiente en los juzgados sobre un caso de una herencia, sabe usted, y no esperaba noticias satisfactorias al respecto. Sin embargo, -de repente, parece cambiar su tono- mi hermano, con quien estaba en trámites, ha decidido retirar la denuncia para hacer las paces, después de cinco años de discusión y multitud de costes de abogados. A todo esto, -aclara,- hay que sumar que el juez ha decidido archivar el caso sin aplicar ningún cargo más, para dar por concluido un caso "ejemplarizante", según su sentencia.
- No me lo puede creer. ¿Pero esta gente habla en serio? -Me digo.
Durante unos intensos minutos, no dejo de escuchar lo que sale de la radio, que me trasporta a una realidad totalmente distinta a la que he estado viviendo hasta que subí al vehículo. E incluso, el hambre tan típica de esta hora, desaparece de mi pensamiento como por arte de magia.
- Para poder continuar con la exposición del señor Galimatías, quiero dar paso primero a un par de llamadas más. Querido radioyente, ¿cómo es su caso? Cuéntenos, por favor.
- Hola, buenas tardes me llamo Jason. Pues mi caso en particular, se centra en uno de esos productos milagrosos que anuncia en la tele un famoso. –Explica el individuo, con tono molesto.- Prometía cambios imposibles y la verdad es que todo era un puñetero engaño, con perdón. –Se excusa.- Pues justo después de ponerme la vacuna todo quedó arreglado de inmediato.
- Quiere decir que le devolvieron el dinero… -Apunta el presentador.
- No que va. En una semana me puse más alto, más rubio y más joven. ¡Todo de golpe! 
- Si claro… Jason. Bueno, pasemos a la segunda llamada, ¿amigo? ¿Qué nos puede contar usted?
- Hola, buenas tarde. Me llamo Pedro. –Empieza muy decidido.- Yo era adicto a ciertas sustancias y precisamente el día que me vacuné fui a hacerle una visita a mi camello. Ya de vuelta a casa me robaron todo lo que llevaba encima, incluido la droga. Sin embargo, y es aquí donde está lo curioso, una semana después me volví a tropezar con aquel tipo que entonces también estaba vacunado y me devolvió todo lo robado, incluido la droga.
- ¡Ehem! Sí, justo. –Espeta el presentador.- No sé si… no acostumbramos a… sobre las…
- Pero si eso no es todo, señor. –Interrumpe ahora el tipo de la llamada.- Lo mejor es que para entonces, la droga no me hacía ningún efecto. Digo yo que eso también fue cosa del fármaco Salomón. 
Y justo después de estas últimas palabras, la llamada se interrumpe y los expertos retoman la charla. Comienzan a hablar sobre nuevas medidas que se adoptarán, predicciones que auguran un futuro extraño con propuestas de cómo gestionar los bienes públicos que me dejan absorto. Entonces decido avanzar con el coche unos metros, cuando el atasco parece más fluido, para tomar la próxima salida y detenerme un momento en un polígono colindante. Justo ahora habla el tal Julio Sesudo, el experto en temas sociales.
- Bien, la gente tiene que aceptar este tema con seriedad y aprovechar los posibles cambios que se produzcan con el transcurso del tiempo, porque esto comportará cambios a una escala global. Tal vez en unos pocos meses sean solo las leyes, lo que afectará al poder legislativo y por consiguiente al sistema judicial. Pero después, es muy probable que cambie el resto del sistema, adoptando las responsabilidades que surgen de nuevos valores.
- ¡Pero qué…! ¿De qué diantres está hablando esta gente? -Exclamo una vez más con gran incertidumbre.
Clavado en el asiento del automóvil, y aún en marcha, me aferro con fuerza al volante para no salir volando sobre la nube en la que me encentro. Algunos conductores que pasan cerca con sus coches, me observan perplejos por los retrovisores. ¿Es que ellos no han oído la noticia? Mis oídos se centran en cada una de las palabras que salen de los altavoces, como si fuesen un canto celestial. El presentador toma una vez más las riendas del programa para despedirse, cuarenta minutos después del intenso debate. Entonces, se dibuja una tímida sonrisa nerviosa en mi rostro desencajado.
- Bueno, amigos, queremos dar por finalizado este programa. Además, nos gustaría dar las gracias a todos los que han intervenido, y en especial a nuestros falsos expertos por participar en este ejercicio tan alentador y gratificante en los tiempos que corren, sobre todo para el sentido del humor. Deciros también, que posiblemente volvamos a repetirlo próximamente, debido al enorme éxito de llamadas entrantes en la redacción. Y a los oyentes que han entrado tarde al programa, tan sólo quiero recordarles que esto es “De Tarde”, el programa de radio donde las noticias más elucubradoras y estrafalarias se hacen realidad. -Hace una pausa y aclara.- Aunque tan sólo sea durante los cuarenta minutos de programación.  
Tras oír esto, apago la radio. Luego, meto la primera marcha. El coche continúa casi por inercia para tomar de nuevo la entada a la autovía y volver así a la cruda realidad. Sin embargo, la dichosa sonrisa sigue ahí. No se ha borrado.
- Si ya decía yo. -Me lamento.- Al menos, han conseguido que me ría como un tonto a esta dichosa hora del día.

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