En
seguida, parece amanecer ya que todo queda iluminado con una bonita luz
blanquecina. Esa falsa idea inicial tan solo llega para romper las barreras
emocionales, penetrando como una espada bien afilada para luego salir y dejar
al aire una herida mortal. Entonces, allí en pie sobre una escarpada caída
vertiginosa, nada se presenta salvo la sensación de que el día cambia a gris
aciago. El clima torna aunque tan solo sea por una falsa percepción, con olas
que se levantan empicadas como muros de más de diez metros de altitud. Aquí nada
puede hacer un pequeño bote contra tan virulenta marejada. Es igual a utilizar
un avión de papel frente a un agujero negro. Una esperanza perdida por la
lógica apórica de la situación. Una isla sí parece un bonito refugio ante una
catástrofe tan evidente y desproporcionada. Pero las islas se presentan en
forma de vaga excusa para querer vivir más allá, querer seguir avanzando ilusoriamente.
Esto se debe a que este trozo de tierra pronto se torna en un problema para la
mente. Es un engaño para el sistema de referencias. Un laberinto inventado que
se reproduce sobre la marcha. Eso quiere decir que a medida que la visión
transcurre, la propia voluntad del laberinto quiere superar todos los mismos
límites. Es una entelequia infinita. Las paredes crecen con celeridad a ambos lados,
en cada ángulo que cortan verticalmente, surgiendo nuevos planos del suelo al
igual que plantas. Se mofan de quien pretende atravesar la infinitud de un
mundo indomable. Entonces todo vuelve al terreno de lo imposible. De lo
milagroso. Y una vez más, una salida se ilumina con tal intensidad al final de
un enorme pasillo que su flujo y luminiscencia neutralizan la mente. En ese
instante, cualquier persona preferiría permanecer al borde de un barranco antes
que en la seguridad de un suelo tan firme pero al mismo tiempo traicionero. Por
ello, la luz se vuelve tenue, no molesta a la visión, permitiendo ver como un
atardecer sobre el basto horizonte se alimenta de una enorme bola rojiza que va
menguando en un arco. Luego resta en una diminuta pestaña. Y finalmente la luz
mortecina de la bola blanca permanece y deja una ambigua seguridad. Ahora todo
se funde en gris, en una falsa neutralidad, que tan sólo llega para romper las
barreras emocionales, penetrando como una espada bien afilada. Pues al borde de
aquel indómito barranco se ven las nubes de la desesperanza para luego traer
las olas de la angustia, salvadas por una pequeña esperanza aislada. Y por
último, los inabarcables caminos de la desesperación hasta la oscuridad densa
de la mente. Es difícil reconocer los bucles.
- No
has muerto. Solo divagas.
- Lo
sé, las victorias son duras de alcanzar. No es tan fácil dejarse morir cuando
se está consciente. Alcanzar al ser finado con la virtud de la cordura es casi
imposible y solo se acepta la muerte cuando esta es inmediata y tajante o tu
mente grita basta. Mientras tanto, el cuerpo lucha, esgrime mil artimañas para
que resistas. Te dice que no eres dueño de tu propio final. ¿Cómo puede ser eso
verdad?
- La
biología humana es muy compleja. Aún no conocemos nada semejante.
-
Sí, encima eso. No sólo debo luchar contra la voluntad de mis torturadores sino
que además tengo que enfrentarme a la angustia caprichosa, propia de mi
existencia.
- Es
curioso como cambias tus argumentos cuando te vas acercando a ciertos patrones
limítrofes. Ya sabes que es lo habitual en los que sufren estos castigos. Por
el contrario, es de agradecer que cada individuo sea un mundo en sí y que sus
reacciones difieran tanto, a pesar de nuestras enormes similitudes genéticas.
-
Has de saber que nada de lo que hayas experimentado antes, te prepara para lo
que se te viene encima. Un error y…
- No
me asustas, tengo mi conciencia tranquila. Sin embargo, me alegra oír esas
palabras de tu boca. Estas si forman parte inherente de las posibles
experiencias que siempre desconocemos en nosotros mismos, ya sabes la negación,
la locura, la muerte…
-
Sobre tu falsa seguridad no opino lo mismo.
-
Eso son solo reminiscencias del sueño, percepciones que perduran en el
inconsciente. Además, tu opinión personal no es de mi incumbencia. Pero veo que
aún expones argumentos con facilidad, mantienes ciertas facultades cognitivas
que te permiten resistir al dolor antes de dejarte llevar del todo.
- ¿Y
qué? La única forma de aceptar estas circunstancias como un mal cumplido, sería
conociendo si mi sentencia es reprogramable.
-
¡Ah, la esperanza en el error ajeno! ¡Haciendo siempre acto de presencia como
un ángel cegador! Pero no te confíes a tal demonio.
- ¿Eso
es una pista…?
-
Eso es una advertencia, si sigues entregándote a tu naturaleza innata.
- No
es verdad. Mi naturaleza solo me ayuda a aceptar mi final como algo orgánico a
lo que debo transitar como obsolescencia programada, pero no me prepara para el
sufrimiento perpetuo.
-
Estamos rondando con demasiada insistencia los mismos hilos que nos conducen a
determinados círculos peligrosos. Cambiemos de tema y háblame sobre algo del
pasado.
- En
el pasado fui vanidoso, de eso estoy seguro.
-
¿Por qué insinúas eso?
-
Porque de no ser por la sed de conocimiento nadie se embarca en tales empresas.
Ahora recuerdo con nostalgia el “mare
tenebrorum”, y la curiosidad como brújula y motor para seguir indagando más
y más allá. Y de manera persistente más allá…
- Puede
ser, a veces la curiosidad se convierte en un pecado dionisiaco. De eso estamos
curados los que formamos parte de esta distinguida sociedad.
-
Sí, eso mismo creía yo. Pero siempre están las normas y el impulso irrefrenable
de incumplirlas que a su vez se torna en un agravio descaro ante el intento de
equilibrar los flujos de la información.
-
Eres persistentemente ingenioso. Creo que insistes demasiado así pues, tendrás
que esperar hasta el siguiente sueño.
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