No
existen las fronteras. Eso parece apetecible pero en exceso la amplitud produce
vértigo. Parece mentira como condicionan la mente los espacios abiertos y
vacíos, el terror de una frontera infinita, sin límites definidos. La mente no
responde a estímulos. El tedio es una nefasta condición para regular nuestros
miedos, pues sin ocupar nuestro campo visual, la mente está perdida en lo
anodino. El marco perceptivo avanza, a veces rápido, a veces lento. A veces se
detiene. Se toma su tiempo. Pero el paisaje no cambia. ¿Qué es lo que hace
pensar que se avanza entonces? No es posible tener una percepción de velocidad
tan precisa si no hay referencias. Entonces se denota que los campos de la
imagen son páramos blancos, dunas de yeso y cal que se extienden hasta perderse
en la lejanía. Allí no hay más que sombras que juegan a ser puntos en los que
reposar la vista de tanta monotonía cromática. Además, los grises de dichas
sombras no solucionan más que el problema de una ficticia percepción del
movimiento, ya que estos se extienden con igual persistencia por todo lo que se
ve. No existe más que la blancura de un marco inmaculado y sus propias sombras.
Como si todo estuviera falazmente equilibrado. Tan equilibrado que no es
necesario la perturbación pues es lo inalterable en sí lo que perturba la propia
psique. Eso vuelve a dar miedo, a intimidar al que observa. La profundidad de
campo sin demoras es como la potencia sin control. Es como la multitud sin
contención. Es como un todo sin nada en concreto. Así se construyen las
tautologías, pues son fruto de la pura abstracción y no pueden tomar forma
real. Entonces se hace sencillo perder la conciencia en un estado profundo de
divergencia. Solo se puede volver al negro del que se partía. Volver a la
oscuridad perpetua.
- No
has muerto aún. Que más quisieras.
-
¡No lo aguanto más!
- Sí
que puedes. Y si no fuera así tus visiones serían otras, créeme.
-
Sigo esperando a que alguien me ofrezca un condicionante.
- Ya
pero ese es tu propio engaño. La mente puede agarrarse a cualquier cosa antes
de sucumbir.
-
Entonces esperáis en serio que pierda la cordura. Eso me suena a…
- Yo
no he dicho tal cosa y si lo hubiera insinuado tan solo, habría abandonado mi
puesto en seguida.
- Sí
lo sé, aunque no lo recuerdo bien, pero sé que en la corporación no se perdona
el error. Compartir datos, información condicionante, en mitad de un castigo no
puede ser posible.
- ¿Y
quién te puede asegurar que no soy otra persona, alguien que ha sustituido en
seguida al primer oyente? A lo mejor está siendo juzgado por su error, en este
preciso instante. En cualquier caso, tú jamás lo sabrás.
-
Conozco ese peligroso juego, al menos así lo recuerdo. Y empiezo a estar
cansado. Algún día, todos conocerán vuestra manera de proceder. Y esta
“sociedad privada del conocimiento compartido” se verá comprometida por querer
hurgar en los sueños ajenos.
-
Veo que empiezas a adentrarte en sentimientos de ira. Puede que tu límite esté
más cerca de lo que parece.
-
Puede ser. Demasiados años caminando por entre las mentes ajenas y ahora
desconozco por completo mi propia condición. Es la vida de un mal mentalista.
El chiste que sirve de escarmiento a quien quiere saber más de lo que merece.
-
Sea como fuere tu existencia aún no ha acabado. Tendrás que esperar al
siguiente sueño.
- Al final acabaré amando casi tanto la muerte como el dormir cuando se sufre de insomnio.
- Al final acabaré amando casi tanto la muerte como el dormir cuando se sufre de insomnio.
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