Cierta tarde de verano, acudía un bufón revenido a preguntar al consejero del conde de Florencia sobre las dudas que le afligían ciertamente. Al llegar a los aposentos del anciano, aquel hombrecillo comenzó a relatar algunos sucesos por los que no encontraba consuelo para su presente y aún menos para su futuro. Sin embargo, a medida que aquel hombre de la corte oía al bufón relatar sus vicisitudes, pensaba en una solución diplomática para su propio futuro, pues por un lado, aquel pobre infeliz era el favorito del rey en sus mofas más denigrantes y cualquier consejo contrario al plan de su señor, sería una mala decisión. Pero, por otra parte, se planteaba a sí mismo que tampoco podía despachar con desprecio a alguien tan próximo a los favores del conde. Finalmente, el bufón le preguntó desconsolado, cómo podía plantearse él una visión afable de su porvenir, si cada vez que recordaba todas las torturas y degradaciones a las que era sometido le impedían poder conciliar el sueño siquiera. El astuto consejero entonces, respondió con cautela: “Pueden ser contrarios a tus deseos lo que tus propios señores precisan y por ello, pueden no ser agradables aquellos trabajos que desempeñas. Más todo eso jamás puede decidir sobre los acontecimientos que están por venir, pues ni tan siquiera lo haces tú mismo.” El bufón se consoló con aquellas engañosas palabras, pues aplicándoselas creyó para sí mismo, que a pesar de serle adversa su situación nadie podría ser dueño de su próxima decisión.
GRANDES MALES GRANDES REMEDIOS:
Los
rifles semiautomáticos habían silbado lo suficiente como para tener las bocas a
fuego, en la incesante fricción. El motor del viejo Ford no mostraba mejor cara
y los ocupantes desprendían olor a sudor y lo que aún era peor, a sangre.
Ninguno presagiaba que el desvío que despistaría a los perseguidores de la
autoridad, también les llevaría a traspasar un árido territorio reclamado
por los indios. Los tres gánster estaban exhaustos y el choque contra aquel tronco no hacía más que
agravar la situación tan precaria. Tras unos segundos de inconsciencia, los
compañeros de fechorías se encontraban maniatados en el interior de unos tipis,
rodeados de miradas fijas que no auguraban nada bueno. El consejo de ancianos
de la tribu de cheroquís se había reunido para decidir sobre la vida de
aquellos que habían trasgredido los límites prohibidos para los pieles blancas.
Sin embargo, dudaban entre si el castigo debía ser una severa reprimenda o una
clara sentencia de muerte. En cualquiera de los casos todos perderían algo. A
pesar de que la tribu siempre había rehuido de las leyes de los “cara pálidas”,
a sus habitantes no les costó comprender que refugiar a tres forajidos de la
justicia no les traería más que problemas. Así pues, decidieron herir de muerte
como castigo y retornar a los sentenciados a su viejo Ford sin motor. “Que sea el propio hombre blanco, quien se
ocupe de los problemas del hombre blanco.” Sentenció
el jefe con la intención de perpetuar la paz y la tranquilidad de su
pueblo.
POR UN PUÑADO DE RÁBANOS:
Hace
mucho tiempo, en la antigua China, se produjo un suceso del que su propio
protagonista haría un recuerdo memorable. Este reputado pensador de la cultura
oriental paseaba por sus pocas tierras de cultivo cuando encontró a un pequeño
muchacho que había saltado el muro para robar algunos rábanos de su propiedad.
El ladronzuelo pillado infraganti intentó huir al principio pero fue atrapado
por algunos de los discípulos que acompañaban al filósofo. Al aproximarse el
sabio le cuestionó su acto, pues como aseguró tan sólo debía pedírselo, y él
mismo le habría entregado parte de su cosecha. Esto le dijo, asegurándole: “Estas no son las tierras de un señor de la
guerra o las de un avaro emperador, sino las de un humilde estudioso que
comparte gustoso con quien lo necesita sus pocas posesiones.” A
continuación, el pequeñajo le respondió a aquel hombre con descaro: “Le agradezco su hospitalidad, amable señor,
pero no sería quien soy si no hiciera como hago, ya que esta es la única vida
que conozco.” El sabio quedó sorprendido por la sinceridad filosófica del
pequeño hurtador, a lo que respondió con una oferta de trabajo en sus propias
tierras, sin más mediaciones ni reprimendas.
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