Cuenta
la leyenda que en plena edad de hierro, es invitado del rey tarteso Argantonio,
un tal Menesteo de Cárthago, llamado a su reino en declive para consejo del
monarca. El maestro se asienta con su escuela, conocida por impartir sabiduría
y justicia en sus planteamientos a partes iguales, en un sureño punto de la
península ocupada en las minas de estaño. Y que los dichosos alumnos de este
conviven siempre deseosos de pasar las conocidas pruebas que impone su maestro.
También cuentan que Efebo, uno de sus discípulos más aventajados que conocía en
todo a su tutor, estaba siempre deseoso de pasar el primero estos óbices del
intelecto que a todos interpelaba. Cierto día decisivo, jovial y alegre por los
rayos juguetones de Apolo, la plaza de la ciudad era ocupaba por mercaderes
ambulantes venidos de todo el reino.
-
Querido discípulo, -se refirió Menesteo a Efebo- tú que has recogido en tu
corazón toda la sabiduría que puedo impartir, debes ser el primero en pasar la
afamada prueba que impongo a todos los que se aventuran en las nupcias del
saber a través de mi escuela.
-
Lo comprendo maestro y espero con impaciencia. –Respondió este con total
sinceridad.
-
Para ello te pediré lo mismo que pido a todos, ni más, ni menos. No impondré un
ejercicio distinto, sino que te exigiré lo mismo que a los demás.
-
Y seguro que no resta dificultad a la tal empresa, maestro. Pues, sé por los
muchos comentarios que preceden, que ninguno la ha pasado en el primer día,
desde que su escuela es piedra sobre piedra en esta ciudad.
-
Reconoces bien los rumores, más desconfía de ellos. –Entonces comenzó a explicar Menesteo.- Hoy mismo te dirigirás
hasta el mercado y una vez allí, debes adquirir los productos que te encargo
con una cantidad exacta de dinero y que son los mismos que pido siempre para mi
casa. En ello, tan solo te impongo una condición, lo harás siempre teniendo en
cuenta “la regla de la honestidad”.
-
¿La regla de la honestidad? –Pregunto el joven extrañado.
-
Sí. Debes seleccionar los alimentos, como si lo hicieses para tu propia casa y
no puedo añadir más. De este manera, utiliza bien lo que has aprendido hasta
aquí, joven pupilo. –Aconsejó el maestro.
Tras
largos paseos por la plaza, el aprendiz hizo la compra con la mejor de sus
intenciones. Eligió cada producto pensando en el gusto exquisito y refinado de
hombre tan ilustre como lo era su maestro, invitado del propio rey y partícipe
de convites y bodas notorias. Sin embargo, le faltó dinero para poder completar
la compra. Cuando volvió a la escuela con los artículos se los ofreció
humildemente a su maestro. Este observó lo que traía y luego dijo algo
desilusionado.
-
Debo reconocer que eres el más diligente de cuantos he enviado a esta prueba,
pues de todos, has hecho las adquisiciones en el menor tiempo que recuerdo. Por
contra, no puedo permitir que tu nombre sea ligado de inmediato al de esta
escuela, ya que no has procedido de la manera correcta.
-
Pero he elegido los productos más caros de cuanto pediste. He supuesto que son
de la mejor calidad, sabiendo de la distinción de su paladar como buen
degustador que es.
-
Entonces, tú mismo reconoces que no has aplicado la regla de la honestidad.
Pues, esta consiste en tomar las decisiones, siguiendo únicamente los avisos
que provienen del propio interior y no de lo que llega de fuera.
-
Pero maestro, ¿acaso no es buena esta comida?
-
En algunos aspectos, sí. No en su totalidad. Si hubieras sido honesto contigo
mismo te habría sobrado dinero ya que esa misma cantidad de dinero es la que yo
utilizo, a pesar de que siempre me sobra. De este modo, habrías sido franco con
lo que deseas, sabrías que en el mercado nada es lo que parece y que aquello
que se te oferta no es del todo lo adecuado.
-
¿Quiere decir eso que los mercaderes mienten, maestro?
-
Quiere decir que lo que buscas nunca vendrá de fuera, aunque se te ofrezca,
sino de dentro. Siendo así, a veces sacrificarás el precio y otras la calidad
del producto, más siempre siguiendo la regla de la propia honestidad. Si
hubieses elegido bajo esta premisa, me habrías demostrado que estas
completamente preparado para tomar decisiones propias.
-
Lo comprendo, señor. Mas pienso que apliqué esa regla de forma correcta, al
tomar la decisión de ponerme en su piel para comprender sus propios gustos.
-
Hiciste bien y sin embargo, es la enseñanza misma, impartida en mi escuela, lo
que viene de fuera. Y por tanto, al igual que con los alimentos del mercado,
precisa de mayor honestidad. Ten en cuenta que siempre has de hacer tuyo lo que
recibes para así poder utilizarlo en tú favor. Pues no te di otra condición,
sino que fueras honesto contigo mismo.
El
alumno que comprendió en seguida la lección preguntó:
-
¿Y qué sucederá ahora con mi aprendizaje, maestro?
-
Deberás continuarlo y para ello, guardarás el secreto de esta prueba hasta
mañana. Luego, le contarás a los demás, que como todos los que lo han intentado
antes, no has logrado superarla hasta después de haberlo intentado durante
varios días. De esta forma, la prueba continuará formando parte de la escuela,
hasta el día en que alguien la supere. Ese día, estaré orgulloso de abandonar
este mundo y dejar que sea otro quien imparta las
enseñanzas y decida las pruebas.
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