sábado, 15 de marzo de 2014

Relato vitalista: Un método extraño.

Camilo es un niño muy especial. A diferencia del resto de alumnos de su clase, el desea jugar con puzles y rompecabezas durante las horas de recreo. Mientras, el resto de compañeros lo pasan bien disputando un “partidillo”. Con el balón que les ha dejado el profesor de educación física o corriendo unos detrás de otros para pillarse. Estos gustos a la hora de elegir entretenimiento y su timidez, le dificultan la relación con el resto de chicos de su misma edad. Al llegar al instituto, la situación no mejora con el cambio, sino más bien lo contrario. El muchacho se vuelve más retraído y solitario, debido a que es el objetivo continuado de las burlas y mofas de los abusones de su clase. Sin embargo, en este nuevo centro conoce a su primer gran amigo, alguien que le mostrará una verdad que le cambiará su visión de la realidad.
Este amigo se llama Alfredo y tiene treinta y siete años. Y no, no es un continuo repetidor. Al contrario de lo que pueda parecer, se trata de su profesor de filosofía, un hombre atento y con una sensibilidad extrema para observar ciertos aspectos que suelen pasar desapercibido al resto del profesorado. Alfredo comienza a ganarse la confianza de su alumno, en los ratos de descanso entre horas lectivas. Después de un trimestre, ha logrado una relativa amistad con el muchacho, conociendo algunos de sus gustos y aficiones. Sabe por tanto, la pasión de Camilo por los puzles, algo que comparte él mismo. Así pues, decide regalarle su primer rompecabezas de tres mil piezas. A Camilo no le asusta el reto y promete realizarlo sin ninguna objeción. A cambio, el profesor solo le impone una única condición: que lo haga siguiendo un método muy especial. Para empezar, deberá guardar la primera pieza con la que se bloquee, es decir que tras varios minutos observando el trabajo no encuentre su posición exacta y únicamente la coloque cuando haya finalizado. A continuación, si lo desea, puede repetir este mismo proceso con el resto de fichas, hasta que no le queden fichas que poner, ni descartar. En este caso, puede comenzar a buscar de nuevo el lugar correspondiente de cada ficha que ha descartado siguiendo este método, exceptuando la primera.
Tras unas semanas, Camilo acaba el puzle sin dificultad aparente, siguiendo las instrucciones de su profesor. El muchacho se ha dado cuenta de que el placer de poner la última ficha del rompecabezas ha sido más intenso de lo habitual, pues a pesar de que en algunos momentos pudo intuir donde iba dicha pieza, dejarla de manera obligada para el final se convirtió en un aliciente más para terminar su trabajo. Nada más cumplirse el siguiente trimestre, Camilo le lleva el puzle enmarcado a su profesor de filosofía en busca de su aprobación. Acto seguido, el alumno le pide explicaciones sobre el origen del extraño método para resolver los rompecabezas. Sin embargo, Alfredo comienza a narrarle parte de su historia. El profesor le cuenta a Camilo sus problemas para relacionarse con el resto de compañeros del colegio. Le habla de su afición a los juegos de lógica y de cómo se inventaba diferentes métodos para acabar sus propios puzles, con los que mejoraba la experiencia de realizarlos. Alfredo también le explica que con el transcurso de los años, se graduó y posteriormente encontró un trabajo acorde a sus expectativas. Finalmente, el profesor le revela a Camilo que fue entonces, cuando se sintió tan especial como aquellas fichas que guardaba hasta el final, cada vez que iniciaba un rompecabezas. Que aquellas piezas que suponían un reto al comienzo, hacían del proceso de acabarlo un juego mucho más divertido y emocionante.    


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