lunes, 17 de febrero de 2014

Cuento macabro: Trastorno de un maníaco. Parte 2.


[…] sobre la tierra las personas que más tarde me abrirían los ojos, […] ante aquellos que denominábamos erróneamente vampiros […]
Tras el ingreso de Mauricio al centro, la confianza con el personal se tornó de inmediato en una extraña relación. […] Al transcurso de los días, percibí en mi querido tío un acelerado desgaste en su semblante. Mención aparte merece, la rara figura de aquel celador encargado de dispensarle sus cuidados. La figura espigada y escuálida del tipo desprendía un vigor similar al de aquellos residentes que entrevisté el primer día, personas a las que por supuesto, no volvería a ver hasta el final de mi experiencia. […] Mis padres se encontraban demasiado ocupados para visitarlo y así pues, delegaban todo el interés en mi persona. […] con cada visita, Mauricio mostraba una delgadez más extrema, casi enfermiza.
¿Es que alguien le está privando de su comida?” Pregunté al celador cierto día. “Su tío abuelo se hace mayor.” Me contestó en tono amainado, hablando como si tuviera toda la eternidad a su disposición. “A veces no desea comer y nos vemos en la obligación de conectarlo a un suero para que no desfallezca. Eso es muy común a su edad.”      
Sin embargo, la respuesta del celador no satisfacía mi desconfiada curiosidad, fundada en el desconsuelo de ver su rostro cada día, en contraste con el de algunos residentes. La hermética conducta del personal, tampoco ayudaban a apaciguar mis temores. Por ende, decidí preparar una incursión nocturna a aquel centro, sin que absolutamente nadie quedara enterado de la menor noticia de mi atrevimiento. […] esa misma noche la Luna despedía un fulgor rojizo inusual que no presagiaba nada bueno […] que encontraría al continuar con mi osadía.
[…] hube superado con agilidad la verja que vadeaba el centro, se reveló ante mí la fachada iluminada únicamente por unos pocos faroles junto a la entrada. Sobre la fachada, también se apreciaba la luz tenue que emanaba la ventana de una de las últimas habitaciones, en la segunda planta. Entonces, me apliqué con ayuda de unas hebillas en forzar la cerradura de la maciza puerta principal. Después, recorrí varios pasillos en el que reinaba un incómodo silencio, hasta llegar a la habitación donde debía descansar mi tío. A través de un pequeño ventanal en su puerta, observé que su cama estaba desecha pero permanecía vacía. Entonces, giré el picaporte para entrar y cerciorarme de que el habitáculo efectivamente estaba desocupado. […]Mis sospechas sobre aquel siniestro lugar se acrecentaban con cada paso, nada más comprobar que todo el recinto parecía deshabitado. […] Ninguno de los celadores, médicos o gerentes, vigilaban. Cada espacio de la inmensa estancia replicaba el eco de mis pasos temerosos que una vez liberada de su trasiego habitual, parecía aún más melancólica. Estaba decidido a aventurarme y subir a la última planta. Ya solo podía comprobar la única habitación en la que parecía haber vida.
Al topar con la puerta, aprecié un pequeño letrero que señalaba a aquella estancia como el auditórium, utilizado a modo de salón de actos para el disfrute de los residentes. Sin dudarlo un segundo, giré el pomo con manos temblorosas. Después, tiré de la hoja. De inmediato, quedé bañado por el fulgor de una luz mortecina que inundaba el interior. Dentro no se oían palabras así pues, asomé ligeramente la cabeza por la apertura, buscando mayores indicios de lo que allí sucedía. Fue entonces, cuando pude apreciar con pavor la grotesca escena que componía aquel macabro lienzo. Todos los encargados del centro, junto a los residentes que aparentaban mayor edad, formaban un corro alrededor del resto de ancianos y enfermos. Entre los primeros, se hallaban aquellos curiosos residentes de los que doy cuenta al inicio de mi testimonio. Y entre los mayores que componían el centro se encontraba Mauricio. Este yacía sobre una camilla, conectado al suero. Justo en ese instante, aquellos que rodeaban el centro humano, alzaron las manos para alcanzar sus cuerpos. De repente, pude descubrir con mis propios ojos el gran secreto que escondía dicho lugar. La gran verdad que se me velaba hasta este momento. Todos los que habían posado sus manos sobre las víctimas rejuvenecían al instante, mientras los otros se marchitaban lentamente como si el mismísimo tiempo se hubiera acelerado de golpe sobre sus relojes biológicos. Acto seguido, reían con sarna a la vez que tornaban la vista al cielo, queriéndose burlar de las leyes que impone la naturaleza con la prolongación de sus vidas. Estos individuos, salían de la diabólica sala saciados de poder gracias a la ayuda de sus empleados. Era evidente que aquellos que regían el palacete, utilizaban a los nuevos residentes como verdaderas baterías humanas, absorbiendo de esta forma su energía vital y sin marcar con un rastro evidente sus cuerpos desgastados. Que podía pensar, sino que se trataban de los auténticos vampiros que poblaban esas viejas historias. Historias de hombres que se alimentan de lo que la gran mayoría poseen en su interior y no precisamente de sangre, como dictan las narraciones, sino de la chispa que prende la vida.
[…] los días en el centro se estiran como la goma y a muy seguro mis propios padres, habrán desistido en buscarme. Por el momento, el suero prolonga mi suerte hacia lo inevitable. No sé cuánto tiempo transcurrirá pues, hasta que este lugar maldito sea descubierto.
[…] aquellos que cada noche burlan las leyes del tiempo.  

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