¿Nunca han oído que en cada barrio o pueblo
siempre se cuecen dramas que de seguro podrían llevarse a la gran pantalla? ¿No?
Pues, esta historia que me ocupa tal vez no da para hora y media de palomitas
pero es digna al menos, de ser narrada o retratada por escrito.
Empecemos por explicar brevemente la
situación de la persona encargada de desencadenar la trama de esta anécdota.
Conchita, que así se llama la señora, es una mujer de su época, cotidiana y de bastante
edad. Todos sus años de duro trabajo la han curtido de forma humilde durante la
vida y posteriormente, digamos que más bien la han maltratado. La horrible
artrosis que le diagnosticaron hace un par de años le impide si quiera bajar a
la calle, debido a que vive en una segunda planta y su edificio no posee el ascensor
necesario. El año pasado se encargó de hacer llegar su problema al ayuntamiento,
en distintas cartas escritas por su vecino pero todas fueron contestadas con la
misma negativa. Parece ser que por motivos de seguridad y debido a la situación
de deterioro del centenario bloque de viviendas, la estructura de la
construcción no permite en su interior una máquina tan pesada y moderna. Sin
embargo, Conchita se niega en rotundo a abandonar su vivienda de toda la vida,
como solución alternativa. Es por tanto, que su propia casa se ha convertido de
manera paradójica, en su jaula particular.
Justo en la planta de abajo vive su
vecina Encarnación, otra mujer de edad avanzada que ha perdido de forma
reciente a su marido y es además, la segunda persona clave en esta rocambolesca
historia. Mientras su marido permanecía vivo, no pudo quedar embarazada y
tampoco gustaba de la adopción, lo que en la actualidad la convierte en una
mujer solitaria. La reciente muerte de su pareja después del duro tratamiento
al que fue sometido, la ha enclaustrado de forma perenne e inevitable en casa y
al mismo tiempo que su vecina Conchita, su vivienda se ha convertido en la
única superficie habitable para ella. A pesar de las múltiples diferencias que
existen entre sus vivencias personales, ambas mujeres mantienen en la
actualidad un par de cosas en común, las dos cobran ayudas del estado, de
jubilación y de viudedad de manera respectiva, y como es evidente, ambas reciben
la compra a domicilio.
Esto último es algo que evita Liborio
por su precaria situación económica. El último personaje en este triangular escenario,
es un joven extranjero, también vecino del edificio. En su país de origen este
hombre es tal vez ingeniero. Por el contrario, en este barrio es un simple inmigrante
como otro cualquiera. El joven lleva un tiempo en paro, desempeñando pequeños
trabajos cobrados en negro y que no le proporcionan siquiera el dinero
suficiente para poder volver a su país de origen. Liborio vive en la tercera planta
del bloque. Su trato con Conchita, su vecina del piso inferior es amable,
distendido y sus problemas no le son desconocidos. Esto le ha facilitado la
confianza suficiente para que ella, que no tiene demasiadas carencias
económicas, le ofrezca unos pequeños incentivos a cambio de algunos trabajos de
mantenimiento en el hogar. Liborio piensa de forma inmediata, que así podrá
ahorrar lo suficiente para su cometido, a pesar de la prolongada tardanza.
En una de esas habituales tardes de
trabajo, Liborio se aplica con esmero en los problemas de la vivienda de su vecina, mientras esta prepara a un café al joven. El
entregado inmigrante repara el vetusto suelo de la casa de Conchita, levantado
por completo debido a las humedades que han creado las cañerías desgastadas y que
pasan justo entre el suelo y el techo de Encarnación. Es entonces, tras el
segundo golpe con su herramienta sobre la superficie de cemento descubierto,
cuando Liborio observa, tal vez demasiado tarde que la estructura está peor de
lo que él esperaba. La sufrida dejadez de las casas, es patente en cada esquina
del edificio. Nadie más que nuestros tres protagonistas las aceptarían, personas
de la más baja situación social. Después de un nuevo golpe con la herramienta
sobre la inestable superficie, el inmigrante se encontró repentinamente con la
atenta mirada de la vecina del primer piso.
Pocos segundos antes, Encarnación veía
apacible la televisión como de costumbre en la penumbra de su hogar, al
descubrir horrorizada que una pequeña parte del techo se venía abajo, como si
de una lluvia de piedras se tratara. Evitando correr riesgos se acerca al haz
de luz que cae por la reciente apertura y se encuentra con la atónita mirada de
su vecino del tercero, con el que apenas ha cruzado tres palabras en todo el
tiempo que este lleva viviendo allí.
Es en estos casos de contrariedad, en la
que las personas destacamos por agudizar nuestra inventiva. Liborio que es un
gran ingeniero en otros lares, observa con fijación el diámetro de aquel
destrozo y en ese instante, lo ve todo claro.
Después
de cortar el agua del bloque, las dos vecinas llegan a un acuerdo común. Y es
que el joven propone una improvisada idea que acabará de una sola vez, con los
avatares de los tres vecinos. Su maña con la electrónica y sus leves conocimientos
de fontanería, le administran un trabajo a tiemplo completo, proporcionándole
en un año el dinero necesario para volver a su tierra natal. Liborio trabaja en
este tiempo, en un montacargas del tamaño de una persona, instalado en aquel
fortuito accidente. Después de todo, el agujero en el suelo no hizo más que simbolizar
la vía de escape para estos tres personajes.
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