domingo, 11 de diciembre de 2016

Terror en corto.

LOS PRIMEROS DEL BOSQUE:
Durante el Japón feudal, vivían un leñador y su familia en un frondoso bosque al pie del monte Fuji, manteniéndose al margen en las disputas entre clanes vecinos. Quisiera el destino para esta historia, que un grupo de borrachos armados con catanas huyeran al territorio que habitaba esta familia. Cuando el leñador se percató de la situación decidió ocultar a su familia bajo el suelo de la casa, junto a las reservas para el invierno. Luego recibió a los intrusos. Estos samuráis sin amo en seguida comieron las pocas existencias de la casa y descontentos, no dudaron en matar al solitario ermitaño. El hombre temiendo por su vida juró que ciertos espíritus del bosque duplicaban los víveres, cada vez que alguien consagraba un poco de sake en la entrada de su casa. Durante la noche los hijos del leñador vaciaron el plato de sake, dejando alimento de la forma que había indicado su padre. De este modo, salvaron su vida. Viendo como su credibilidad aumentaba el leñador se atrevió a ir un paso más allá. Entones, juró que otros espíritus del bosque, más poderosos todavía, proveían de riquezas, cada vez que un samurái consagraba un arma en la entrada de su casa. Durante la noche los hijos del leñador, nuevamente se hicieron con las pocas armas depositadas, dejando baratijas rapiñadas a guerreros caídos. Sin embargo, el gesto los puso en cólera, descontentos por la recompensa. Entonces, el leñador vio la oportunidad y juró una vez más, que otros espíritus del bosque, aún más poderosos todavía, proveían de muchas más riquezas, cada vez que un hombre entregaba todas sus pertenencias. Esa noche, los hijos del leñador se hicieron con las armas y no dejaron nada a cambio. Aquellos ronin ebrios por el sake dormían sin percatarse de que el leñador y sus hijos, los espíritus del bosque, atravesaban las paredes para huir con el botín, mientras otros samuráis vagabundos llegaban a la casa encantada en busca de sangre para sus catanas.  

UNO POR NOCHE:
Quisiera el caprichoso destino que dos náufragos de muy distinta condición quedaran a la deriva por la inmensidad del océano atlántico, tras el naufragio de “La esperanza”, un velero esclavista que partió del centro de África. Uno de ellos era Tamango, un individuo enorme, de piel de ébano, acostumbrado al canibalismo en su lugar de origen. El otro era Institor, un tratante español sin escrúpulos. Esta situación entre ambos hombres los mantenía abocados a permanecer juntos, soportándose mutuamente, pues Institor no tenía medios para matar a Tamango, más fuerte y ágil, pero el africano tampoco se atrevía a acabar con la vida de su acompañante, pues él no sabía pilotar aquella enorme máquina marina. Con el paso de los días, Tamango empezó a acuciar el hambre. Así pues, no se le ocurrió otra cosa que cortar un miembro del español por cada noche transcurrida. Institor amaneció un día sin piernas. Otro sin brazos. Hasta que un día quedó hecho un macabro tocón con muñones donde antes había extremidades. El turbado español interpeló una última vez a la enorme figura de ébano, gritándole que había perdido el juicio y que a su muerte él jamás podría regresar a casa. A lo que el negro respondió con sinceridad que no era el sentido común quien devoraba el alimento que le correspondía, sino su propia naturaleza.      

                    

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