Dos emperadores, Gleipnir y Fenris, se
disputaban una fracción de tierra en pleno centro de Europa cuando decidieron
reunirse a petición de Gleipnir, el asediado, tras cinco años de la contienda. Los
soldados de Fenris que acechaban con insistencia, aun sufriendo bajas mantenían
el ánimo firme gracias al aislamiento de sus oponentes. Mientras tanto, los fieles
de Gleipnir en el interior lograban soportar la contienda por la astucia del
rey y a la infinidad de pasajes secretos que comunicaban con el exterior. A
pesar de todo, eran mayores las pérdidas para los defensores, cuando el
mandatario extranjero fuera llamado y conducido por palacio, hasta la misma
sala de conferencias. Entonces, Fenris observó con detenimiento cuanto le rodeaba
y al encontrarse con su homónimo fue invitado a sentarse a la mesa, junto a sus
hombres leales, dando comienzo el parlamento.
- Me sorprende vuestra petición de tregua y más
aún que hayáis permitido mi entrada a este bastión. -Y añadió.- Sabéis que
poseo grandes estrategas que podrían estudiar los puntos débiles de tu
fortaleza con un solo vistazo…
- Mis motivos son suficientes y creo que para
ti los serán también, después de haberos expuesto mi petición. Mas sobra
mencionaros que esta infinita contienda se alarga en demasía, convirtiéndose en
una necedad para ambos.
- Estoy de acuerdo en lo que decís pero
debéis saber que mi posición es bien distinta, pues mis guerreros están
dispuestos a dar la vida por su señor y este, por la causa.
- Jamás dudaría de tal actitud por vuestra
parte o la de tus hombres, los cuales se aprecian belicosos en todo este tiempo.
Sin embargo, yo también tengo a mis órdenes valerosos guerreros de los que se
oyen narrar infinidad de hazañas.
En ese instante, entraron a la sala varios
hombres completamente pertrechados con lustrosos jubones de hierro, entre los
que se encontraban Pimor y Nobilis. Y todos en aquella sala reconocían
verdaderamente historias sobre estos dos héroes en el campo de batalla. Y junto
al monarca del castillo también se sentó otro hombre que observaba con
curiosidad todo lo que acontecía. Este hombre era Peritus y a diferencia de los
demás permanecía cubierto con ricos ropajes pero desprovisto de armadura. Era pues,
el hombre en la corte para el rey, hombre de confianza para su señor, un rostro
surcado por una enorme sabiduría. Por contra, en esta ocasión el rey le había privado
de la intención de sus planes.
- Hablemos de lo que nos concierne, que no es
sino poner fin al endemoniado conflicto. La primera forma de hacerlo, supone grandes
pérdidas para ambos. La segunda, por el contrario, es más loable, pues llegando
a un acuerdo mutuo justificaríamos una mutua retirada. Mas, ¿estáis dispuesto a
un acuerdo?
- Creo que mi disposición al dialogo queda demostrada
desde el punto en que aquí me expongo. Pero quedad conforme en que no lo pondré
fácil.
- Entonces me gustaría mostraros un manuscrito,
de mi puño y letra, que pongo sobre la mesa con absoluta confianza en todos los
puntos.
El rey Gleipnir mostró el pergamino enrollado
que su adversario que desplegó y leyó con atención. Tras unos segundos de
tensión contenida y rictus serio, el conquistador Fenris miró a su oponente y
respondió.
- Creo que vos pedís con exigencia para ser
la parte vulnerable. Mas no me parecen ser estas severas imposiciones. –Y a
pesar del comentario, seguidamente sentenció el monarca.- Estaré dispuesto a firmar
si de este modo acabáramos con la locura de la guerra. –Y la pluma recorrió el
pergamino con trazo firme y seguro. - Tras esto, debiéramos sellarlo con un gran
banquete.
- Estimad el tiempo que requiere mi reino
para recuperar su esplendor, y yo mismo os ofreceré mi palacio para tan honrosa
celebración.
Después de dos años de trabajo, en el que se
dio luto a los muertos y alimento a los vivos, se hizo llamar al rey vecino que
no dudó en disfrutar de la fiesta de palacio por una paz duradera. Con esta enorme
pitanza se reafirmó la tregua que Gleipnir y Fenris habían firmado tiempo atrás.
Y por fin, después de varias semanas, los hombres del rey invitado abandonaron
las estancias del castillo, junto a su señor, convencidos de la gran victoria.
Toda la corte de los dos reinos parecía sentirse conforme con este final. Todos
menos Peritus. Pues el viejo sabio, consejero del rey, se sentía lo
suficientemente intrigado como para interrumpir la serenidad de su amo y señor,
por conocer más que los demás. No había sido hasta entonces, que se habían
ausentado en la tarea de reconstrucción de la fortaleza.
- Señor si me permitís, vuesa merced, os ruego
poder formular una pregunta.
- Adelante, viejo Peritus. –Respondió el rey Gleipnir.
- ¿Qué exigisteis en el tratado, que con
tanta prestancia se resolvió la que parecía ser una imposible guerra?
- Sobre el manuscrito quedó patente que nuestro
hoy aliado, retiraría sus tropas del asedio con diligencia, para acceder a una
paz inmediata. Y al cambio recibiría los servicios de un aliado eterno y una
paz duradera.
- Perdonad mi insistencia, mi señor, pero, ¿y
eso es todo? -El consejero permanecía incrédulo al aclarar luego.- Todos
conocen el orgullo y arrogancia del rey Fenris, ¿cómo es posible que este
acceda a tal acuerdo?
- Nuestro antaño enemigo accedió a firmar tan
raudo por el mismo motivo, por el que fue invitado. -Entonces Gleipnir dibujó
una leve mueca.- Pues de este modo contempló con sus propios ojos la situación
de nuestras fuerzas, a pesar del tiempo que había pasado asediándola. Un revés
para el orgullo del rey.
- Y si no es demasiada mi indiscreción, ¿cuál
fue este revés?
Y el rey Gleipnir sabiendo que Peritus era
hombre importante en la corte, del que nada escapaba, se dispuso a revelar
cuanto deseaba conocer, fraguando una mayor confianza.
- Yo mismo mandé antes de su llegada, limpiar
las calles por las que pasaría, aquellas por las que iba a ser conducido limpié
de cadáveres y escombros. Luego, hice llamar a entrar en la sala a los nobles que
aún mantenían la compostura. Me aseguré que estuviesen presentes con sus
mejores galas, dejando al resto reorganizar a las tropas. Estas se repartieron en
trabajos displicentes por toda la fortaleza. También mandé poner en primera
plana los regimientos de mejor condición física, junto a ciudadanos bien
pertrechados. Al resto, los maltrechos, agotados o hambrientos, los mandé ocupar
todas las restantes calles de la fortaleza. –El rey Gleipnir concluye con sorna.-
Y si a eso le sumas la fama de este bastión infranqueable, tendrás razones de
peso suficientes para firmar el final de cualquier contienda que hayas
comenzado contra mi reino.
- Ahora lo veo todo claro, mi señor. –Respondió
Peritus.- Si me lo permitís, vuesa enorme figura es comparable a la de grandes
estrategas como lo fueran Cesar, Rómulo, Semíramis o Trajano.
- Viejo curioso, te revelaré algo aún más curioso,
pues hice uso a mi manera de aquel antaño dicho que rezara: “A enemigo que huye
puente de plata”.
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