domingo, 4 de diciembre de 2016

Relato vitalista: Una fortaleza inquebrantada

Dos emperadores, Gleipnir y Fenris, se disputaban una fracción de tierra en pleno centro de Europa cuando decidieron reunirse a petición de Gleipnir, el asediado, tras cinco años de la contienda. Los soldados de Fenris que acechaban con insistencia, aun sufriendo bajas mantenían el ánimo firme gracias al aislamiento de sus oponentes. Mientras tanto, los fieles de Gleipnir en el interior lograban soportar la contienda por la astucia del rey y a la infinidad de pasajes secretos que comunicaban con el exterior. A pesar de todo, eran mayores las pérdidas para los defensores, cuando el mandatario extranjero fuera llamado y conducido por palacio, hasta la misma sala de conferencias. Entonces, Fenris observó con detenimiento cuanto le rodeaba y al encontrarse con su homónimo fue invitado a sentarse a la mesa, junto a sus hombres leales, dando comienzo el parlamento.
- Me sorprende vuestra petición de tregua y más aún que hayáis permitido mi entrada a este bastión. -Y añadió.- Sabéis que poseo grandes estrategas que podrían estudiar los puntos débiles de tu fortaleza con un solo vistazo…
- Mis motivos son suficientes y creo que para ti los serán también, después de haberos expuesto mi petición. Mas sobra mencionaros que esta infinita contienda se alarga en demasía, convirtiéndose en una necedad para ambos.
- Estoy de acuerdo en lo que decís pero debéis saber que mi posición es bien distinta, pues mis guerreros están dispuestos a dar la vida por su señor y este, por la causa.
- Jamás dudaría de tal actitud por vuestra parte o la de tus hombres, los cuales se aprecian belicosos en todo este tiempo. Sin embargo, yo también tengo a mis órdenes valerosos guerreros de los que se oyen narrar infinidad de hazañas.
En ese instante, entraron a la sala varios hombres completamente pertrechados con lustrosos jubones de hierro, entre los que se encontraban Pimor y Nobilis. Y todos en aquella sala reconocían verdaderamente historias sobre estos dos héroes en el campo de batalla. Y junto al monarca del castillo también se sentó otro hombre que observaba con curiosidad todo lo que acontecía. Este hombre era Peritus y a diferencia de los demás permanecía cubierto con ricos ropajes pero desprovisto de armadura. Era pues, el hombre en la corte para el rey, hombre de confianza para su señor, un rostro surcado por una enorme sabiduría. Por contra, en esta ocasión el rey le había privado de la intención de sus planes.
- Hablemos de lo que nos concierne, que no es sino poner fin al endemoniado conflicto. La primera forma de hacerlo, supone grandes pérdidas para ambos. La segunda, por el contrario, es más loable, pues llegando a un acuerdo mutuo justificaríamos una mutua retirada. Mas, ¿estáis dispuesto a un acuerdo?
- Creo que mi disposición al dialogo queda demostrada desde el punto en que aquí me expongo. Pero quedad conforme en que no lo pondré fácil.
- Entonces me gustaría mostraros un manuscrito, de mi puño y letra, que pongo sobre la mesa con absoluta confianza en todos los puntos.
El rey Gleipnir mostró el pergamino enrollado que su adversario que desplegó y leyó con atención. Tras unos segundos de tensión contenida y rictus serio, el conquistador Fenris miró a su oponente y respondió.
- Creo que vos pedís con exigencia para ser la parte vulnerable. Mas no me parecen ser estas severas imposiciones. –Y a pesar del comentario, seguidamente sentenció el monarca.- Estaré dispuesto a firmar si de este modo acabáramos con la locura de la guerra. –Y la pluma recorrió el pergamino con trazo firme y seguro. - Tras esto, debiéramos sellarlo con un gran banquete.
- Estimad el tiempo que requiere mi reino para recuperar su esplendor, y yo mismo os ofreceré mi palacio para tan honrosa celebración.
Después de dos años de trabajo, en el que se dio luto a los muertos y alimento a los vivos, se hizo llamar al rey vecino que no dudó en disfrutar de la fiesta de palacio por una paz duradera. Con esta enorme pitanza se reafirmó la tregua que Gleipnir y Fenris habían firmado tiempo atrás. Y por fin, después de varias semanas, los hombres del rey invitado abandonaron las estancias del castillo, junto a su señor, convencidos de la gran victoria. Toda la corte de los dos reinos parecía sentirse conforme con este final. Todos menos Peritus. Pues el viejo sabio, consejero del rey, se sentía lo suficientemente intrigado como para interrumpir la serenidad de su amo y señor, por conocer más que los demás. No había sido hasta entonces, que se habían ausentado en la tarea de reconstrucción de la fortaleza.
- Señor si me permitís, vuesa merced, os ruego poder formular una pregunta.
- Adelante, viejo Peritus. –Respondió el rey Gleipnir.
- ¿Qué exigisteis en el tratado, que con tanta prestancia se resolvió la que parecía ser una imposible guerra?
- Sobre el manuscrito quedó patente que nuestro hoy aliado, retiraría sus tropas del asedio con diligencia, para acceder a una paz inmediata. Y al cambio recibiría los servicios de un aliado eterno y una paz duradera.
- Perdonad mi insistencia, mi señor, pero, ¿y eso es todo? -El consejero permanecía incrédulo al aclarar luego.- Todos conocen el orgullo y arrogancia del rey Fenris, ¿cómo es posible que este acceda a tal acuerdo?
- Nuestro antaño enemigo accedió a firmar tan raudo por el mismo motivo, por el que fue invitado. -Entonces Gleipnir dibujó una leve mueca.- Pues de este modo contempló con sus propios ojos la situación de nuestras fuerzas, a pesar del tiempo que había pasado asediándola. Un revés para el orgullo del rey.
- Y si no es demasiada mi indiscreción, ¿cuál fue este revés?
Y el rey Gleipnir sabiendo que Peritus era hombre importante en la corte, del que nada escapaba, se dispuso a revelar cuanto deseaba conocer, fraguando una mayor confianza. 
- Yo mismo mandé antes de su llegada, limpiar las calles por las que pasaría, aquellas por las que iba a ser conducido limpié de cadáveres y escombros. Luego, hice llamar a entrar en la sala a los nobles que aún mantenían la compostura. Me aseguré que estuviesen presentes con sus mejores galas, dejando al resto reorganizar a las tropas. Estas se repartieron en trabajos displicentes por toda la fortaleza. También mandé poner en primera plana los regimientos de mejor condición física, junto a ciudadanos bien pertrechados. Al resto, los maltrechos, agotados o hambrientos, los mandé ocupar todas las restantes calles de la fortaleza. –El rey Gleipnir concluye con sorna.- Y si a eso le sumas la fama de este bastión infranqueable, tendrás razones de peso suficientes para firmar el final de cualquier contienda que hayas comenzado contra mi reino.  
- Ahora lo veo todo claro, mi señor. –Respondió Peritus.- Si me lo permitís, vuesa enorme figura es comparable a la de grandes estrategas como lo fueran Cesar, Rómulo, Semíramis o Trajano.

- Viejo curioso, te revelaré algo aún más curioso, pues hice uso a mi manera de aquel antaño dicho que rezara: “A enemigo que huye puente de plata”. 

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