domingo, 26 de junio de 2016

Basado en hechos históricos.

FOSFENOS RUPESTRES:
El Shanmur del grupo no era el único en usar mensajes cifrados, enviados por la diosa creadora para todos los que tomaban sus hierbas rituales, una mezcla de plantas pasadas por el mortero y consagradas con el líquido vital de animales. Por el contrario, sí era el primero en no revestir a los suyos con las visiones reiterativas: puntos, círculos blancos sobre fondos negros; rayas blancas y negras que se entrecruzan, dibujando figuras simples. Formas que encerraban el contenido ocre, de la arcilla sagrada, protegiendo a aquellos que las portaban. Tampoco era venerado por iniciar un sinfín de ceremonias en las profundidades de la madre, la boca más oculta a ojos mortales. Ni por usar la bendición de quienes se entregaban al éxtasis. El Shanmur era reconocido entre sus iguales como el primero en atreverse a expresar ese lenguaje, directamente sobre la irregular piedra, en las inmortales entrañas de la Tierra.

CRISTO DE LA EPIDEMIA:
El muchacho se arrimó al camastro de su progenitor con el ánimo del consuelo.
- El señor párroco me pide que le avise, padre, pues debe rezar todo lo que pueda. –Dijo mostrando su mejor cara, aunque tiznada.
- ¡Ay, hijo mío! -Se lamentó el adusto padre.- Nuestro señor, parece que se haya olvidado de Málaga, como lo hiciera en tiempos de los grandes señores.
- Pierda cuidado, usted, que todo tiene un porque.
- Sí, eso dicen…
- ¡Que tenga fe le digo, padre! Pues el señor párroco dice que se ha obrado milagro… -Se detuvo un instantes.- ¡Sepa que un Crucificado ha señalado el lugar donde debemos “procesionar”, para que Dios cumpla con el castigo!
- Rezaré por eso, hijo mío, porque Dios acabe con las miasmas del mal. También rezaré por tu madre, que el señor la tenga en su seno. -Paseó el enfermo un vetusto pañuelo femenino entre las manos. -¿Y qué hay de los poderes civiles?

- Ellos no hablan en el lenguaje de la fe. 

ESTABLECER Y PROGRESAR:
Desde la lanzadera exterior, los físicos e ingenieros hacían sus cábalas, mientras el propulsor del cohete despedía enormes chorros de fuego al combustionar el frío contenido de las dos grandes columnas custodias del transbordador espacial. Los tripulantes, una pequeña comitiva de astronautas, presentían que la llegada a la estación espacial no sería tan liviana, pero sus ganas de ampliar la MIR, desde que esta orbitara estable, les mantenían muy por encima del miedo, del temor a no regresar, de la fría incógnita a lo desconocido. Varios compañeros esperaban allá arriba, en el exterior, cuidando de que todo siguiera igual a la llegada del ansiado relevo. Y una vez pasada las habituales turbulencias del inicio los mimos astronautas se relajaban con algunos chascarrillos, propios del nerviosismo. Los novatos en viajes espaciales, mantenían a duras penas la compostura para aparentar ante la veteranía. Sin embargo, los más experimentados sabían que debían pensar en todo momento para mantener el coraje, para tener la cabeza bien fría ante la inestabilidad del caos, de la realidad externa. 

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