LAS FÁBULAS TIENEN GRACIA.
Las
fábulas tienen gracia, porque siempre refieren a la verdad en la conducta
animal. El zorro astuto, la lechuza te vigila, la liebre corre nerviosa o la
tortuga siempre flemática. La hormiga tan trabajadora y la corneja astuta. El
lobo que acecha… está bien, ya se comprende. Sin embargo, para el bosque todos
configuran un mismo órgano vivo que se nutre de sus propias desgracias
internas. Es la ley de la vida. Pero, ¿qué pasaría si diéramos verdadera
conciencia al animal que dormita en la agreste “boscosidad”? ¿Qué ocurriría si
despertáramos esa chispa de contemplación sobreestimada de sí, en el primer
ejemplar del bosque? Es muy probable que huyera en seguida, pues su hábitat se
habría transformado en una amenaza para su propia supervivencia. “No hay
motivos para asustarse,” -le dijo el árbol al homínido- “tú ya has bajado de
aquí, ya estás en el suelo y la caída será en tu propio seno.”
Ahora
las cosas son distintas. Los animales cantan y las personas se complican. Quiso
la suerte del hombre que fuera así. Mas no os equivoquéis porque la fábula
sigue. La oveja solitaria asustadiza, el león jerárquico,
la rata escurridiza, el sapiens… No es tan fácil, ¿verdad?
REGALO VOCACIONAL.
Hace
un tiempo acudí hasta la casa de un afamado retratista. “Se
realizan por encargo retratos del ser amado”, rezaba un cartel a la
entrada del estudio. Una vez hube entrado al “sancta sanctorum”,
allí donde seguro congelaba el tiempo el pintor, de centenares de
rostros petrificados que imaginaría ver, me sorprendí al descubrir,
por contra, que todos los lienzos que colgaban de sus paredes, nada
más que contenían caracteres. No por ello, eran menos hermosas las
letras que este había plasmado sobre los distintos lienzos, en algún
lenguaje ilegible pero muy ornamentados. A mi llegada el hombre ya
mezclaba los colores sobre la paleta, esperando un nuevo encargo. En
seguida se fijó en mí y sin mediar palabra, me animó con un
enérgico ademán a tomar asiento sobre una banqueta, justo en el
centro de la habitación. Cuando empezó a trabajar en su obra, este
misterioso y mudo personaje desapareció entre su caballete y la
paleta, con lo que su presencia se volvió aún más silenciosa. Sin
dirigir la mirada hacia mí en ningún momento, como si trabajara por
intuición, aquel hombre no pareció volver a la realidad de la
habitación, hasta haber resuelto su obra. Después, con una enorme
sonrisa me instó a aproximarme para comprobar así su trabajo
supuestamente terminado. Al plantarme frente al cuadro, comprobé
como había usado el mismo proceso en mi retrato que para el resto de
obras presentes. Había combinado formas y colores sencillamente, lo
que daba lugar a un hermoso “cartel” al óleo, que refería a la
extraña tipografía de cuerpo tan colorido. Para cada palabra
completa, había utilizado un color primario en el contenido de sus
caracteres. Y en el centro se entrelazaban todos estos en gran
armonía, dando forma a nuevos caracteres de un color intermedio, un
blanco casi luminoso. Tan sólo tras haber fijado bien la mirada
sobre el centro de la composición, comprendí las palabras que lo
conformaban y por ende, el significado de aquel gesto que entonces me
pareció bastante altruista. Eran pues, aquellos vocablos tres
adjetivos: “Responsabilidad”, “Autodisciplina” y “Educación”
que con sus correspondientes colores, tal y como ya he explicado,
determinaban tres verbos formulados justo en el centro: “Reutilizar”,
“Ahorrar” y “Estudiar”. Sólo entonces pude recordar al
susodicho “ser amado”.
P.D.:
En lo sucesivo, pude contemplar cómo sobre aquel increíble lienzo
se distinguían distintas palabras, dependiendo de las ocasiones y
del contexto de sus espectadores. Y es que tal y como sostienen los
que saben de ello, el criterio está en el ojo del que mira. Y en mi
caso, definiendo mi “RAE personal”.
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