domingo, 28 de junio de 2015

Microrrelato vitalista: Una obra finalizada.

Hace mucho, se realizaba un proyecto faraónico en una enorme ciudad con la intención de reunir al mayor número de feligreses y crear de esta manera, un lugar santo y de peregrinaje. En esta magna obra se vieron envuelto grandes escuelas de arquitectura y los mejores maestros especialistas en cantería, vidrieros, ebanistas, carpinteros y herreros.
Para cuando la enorme mole de piedras estaba casi finalizada, con una nave central, otra de crucero, tal como mandan los cánones, su capilla y pórtico con parteluz y rosetón  incluidos, surgió un pequeño dilema. Dos aprendices de distintas escuelas discutían sobre la forma de finalizar la cúspide de esta catedral. Ambos defendían con ferocidad y vehemencia su postura ante el gran maestre, su teoría respecto a la construcción de la torre más alta de aquella obra arquitectónica.
- Maestro, deberíamos acabar la torre en forma de cúpula pues de esta manera ampliaríamos la acústica, y con el replicar de las campanas llegaríamos a oídos de Dios. –Defendía uno.
- ¡Eso es una locura! –Espetó el otro.- La torre debe finalizar en una cumbre piramidal, una cúspide que roce el cielo. Eso nos acercaría aún más a la morada de Dios.
Ambos exponían poderosos razonamientos que sostenían las bases de sus ideas con coherencia. Pero el maestro arquitecto, después de sopesar unos segundos, respondió con gran calma y determinación.
- Queridos efebos, ¿por qué os empeñáis en separar en vez de aunar vuestro excelente trabajo? –Luego continuo.- Los dos aportáis razones suficientes para que la torre se lleve a cabo de una u otra manera. Pero la cúpula sola puede acarrear problemas e cuanto las cigüeñas aniden sobre esta y por su altura sería difícil de reparar posteriormente. Mientras que la cúspide en vértice ha demostrado que no es suficientemente acústica para que el replicar de las campanas inunde cada rincón de la ciudad. Por tanto, debemos construir una bóveda y sobre esta misma haremos el tejado acabado en prisma regular.
- Pero maestro… -Increparon al unísono ambos jóvenes.- ¿Qué hay de Dios? ¿Qué opinará al respecto, nuestro creador?
- Mis insensatos aprendices, dejad que Dios construya para sí, lo que necesitan los hombres primero. –Sentenció de forma lapidaria el viejo.    

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