lunes, 20 de julio de 2015

Círculo sísmico. Parte 1


Por motivos poco determinados, nadie hubo encontrado una sola razón a tan extraño suceso. A lo cual, la mayor parte de habitantes de aquel pueblo quejumbroso, por su apartada localización, evitaban el comentario directo. Mas decíame, consejera mía, la habitual intuición, que dichas evasivas eran fruto del miedo popular. Tal vez miedo a ser acusados ante la ley, a ser repudiados por sus familiares y por ende, demasiado asustados al castigo divino del fuego eterno. Luego ante este rompecabezas de piezas inconexas, decidí trasladarme hasta el lugar donde se fraguaron los acontecimientos.
A mi llegada al pueblo, pocos días antes, en calidad de representante del consejo de estado y más concretamente, en la figura de nuestra majestad Felipe II, víme colmado de buenas maneras a la par que una encomiable ética cristiana. Aún con todo aquel respeto a la autoridad, siendo aristocrática, no todos lograban ocultar el enorme desconcierto allí reinante. A tal revuelo, había que sumar las insulsas conclusiones de la investigación llevada a cabo por mi ayudante Juan, un sagaz joven bachiller de la universidad de Salamanca. En cuanto a mí, parecíame que el muchacho hubiera reunido un montón de conjeturas sin arrojar nada esclarecedor, un menesteroso grito de advertencia de enormes proporciones exotéricas. En otro tercio, tal y como concluyera antaño el ilustre filósofo Aristóteles, la investigación pudiera quedar sustentada tanto en síntesis como diéresis. Y este misterio había aunado inconvenientes suficientes como para trastornarse en un asunto de política mayor, mayor por exterior, y exterior por motivos que no son el caso de comentar en un mismo manuscrito.
Sin nada que pudiera evitarlo pues, nos trasladamos al lugar exacto del accidente, bajo las condiciones que convocaban, allí mismo y de forma voluntaria, a todos los elementos indispensables para aquel mal llamado ritual, por el pueblo. Hacíamos por tanto, esta incursión en lo indescifrado junto a una joven virginal de la localidad acompañada por su humilde padre, un hombre de campo, carirredondo y chato.  
- Juan, mi noble ayudante, ¿no debiéramos al menos, quedar satisfechos en haber llegado antes que los emisarios de la inquisición? -Comenté exasperado por la quietud de la noche.- Paréceme a mí que en una situación tan apacible no suceda nada.
- Si no me equivoco, señor, aún queda un lapso a más tardar, para topar con la media noche, así también requerida. –Dijo en esto el bachiller con las esperanzas puestas en ver algo que poder contar luego.
-¿Qué pensáis vos al respecto, amable lugareño? –Pregunté entonces al padre de nuestra inocente.
- Como comprenderá vuestra merced, –comenzó el campesino con marcado acento y desconcierto- en estas entendederas tan solo encontrará las razones de un humilde trabajador de la tierra. En mi cortedad, señor, mis saberes se limitan a lo tocante en la recogida de papas, cebollinos y tomates, de sol a sol.
- A fe que no debéis preocuparos, buen hombre, por lo que pueda salir de vuestros humildes labios. Permaneced tranquilo, pues no es labor de consejero de estado, ante tal situación, que os prenda en galera o calabozo de Toledo. –Sostuve y a continuación concluí.- Tan solo queremos saber la verdad de lo que diantres ocurre en estas dehesas.
- En verdad os digo, mi señor, -desconfiara él mismo en mis buenas maneras a una represalia al prolongar su silencio- que no conozco a nadie que volviera por estos lares una vez sucediera el accidente. Mas si puedo jurarles y no en vano, señor, que todo lo que se dice en el pueblo es tan real que jurado queda por la vida de mi hija menor, aquí presente. Y fíjese, vuestra merced, en que todo lo dicho es cierto, que de ser esas piedras, antes eran un mismo peñasco y que en su caer, luego, dieron en esa extraña forma guiadas por la mismísima mano del diablo.
El mencionado círculo no se apreciaba con claridad en lontananza empero si se contemplaba desde nuestra posición, como al final del camino ascendente se recortaba una extraña silueta de rocas desperdigadas sobre el suelo plano. Y por si todo aquello fuera poco, al peñasco caprichoso se le sumaba la luz mortecina de una esférica luna, asomada por entre las densas nubes de montaña. A lo cual, todos los ingredientes preparaban en la mente la innegable impresión de haber querido ser conjurado dicho paraje, para realizar profanaciones y aquelarres.
- Maestro, a mi entender estamos a punto de entrar en la media noche señalada, véase de este modo la posición del satélite lunar. –Rompió el bachiller Juan un sepulcral silencio.
- En efecto, ¿qué dicen a este respecto en el pueblo?
- Sostienen las habladurías, que la chiquilla debiera acudir hasta el mismo centro, previamente acompañada de un adulto. –A continuación aclaró.- Mas preferiblemente de un lugareño.
- Seré yo mismo en tal caso quien acompañe a la joven.
- Luego, las anotaciones prosiguen, señor, que dicha persona es decir, vos, si no es limpia de conciencia, desaparecerá tragado por la tierra. Mas según puedo entender, quedará la niña a su suerte, por aquello de ser pura, en lo referente a su virginidad. Y no puedo decir más, maestro, pues de conocer, solo sabemos que la única muchacha superviviente a dicho entuerto huyera con denuedo de este endiablado peñón.
Sin más miramientos, alcé la mano hacia la pequeña la cual, colgando del brazo de su progenitor, se encontraba atemorizada. En las facciones de su cara un terror profundo se retrataba severamente. Mas por contra, encontrábame decidido a desentrañar todo aquel entresijo colmado de incertidumbres. Fuera en ello, que el labriego empujando a la joven hacia adelante, insufló la suficiente confianza en la pequeña para que esta cambiase a mi brazo como si no hubiese un suelo. Renglón seguido, juntos avanzamos el resto del camino hasta el mismo promontorio. Allí corría una brisa helada tan típica de la zona montañosa, un rebujo del demonio, que no ayudaba a taimar mis agitados ánimos y turbados pensamientos. Aun con todo, nos adentramos en dicho círculo traicionero, ubicándonos así, en su mismo centro. La tierra que cubría aquel suelo, entre piedra y piedra, parecíame extrañamente allanada como en la era. Entonces, la impresionable joven sin mancillar entró en convulsiones.
- Tranquilizaos muchacha. – Dije en tono áspero.- Pues sostienen, aunque dudosos comentarios, que no es tu vida la que corre peligro en este enclave de malagüero.
Creí apaciguar con esa parquedad sus nervios a flor de piel, por la situación que tanto medraba a mi acompañante. Y sin embargo, esta temblaba aún más con cada segundo allí de pie. Por lo que preferí mirar en derredor y apreciar con claridad renovada, ese halo de misterio que se erguía en la forma completa de un auténtico círculo de piedras. El inusitado marco provocó los más profundos temores que asaltáronme los pensamientos de pleno. Pereciendo ante tan beligerante oscuridad en mi mente, cedí de la seguridad en las certezas al baldío terreno de la superchería barata, a los cuentos de pellejos. Y a pesar de mi escepticismo racional, casi enfermizo, empezó a recorrerme el cuerpo toda aquella histeria colectiva en la forma de un tibio escalofrió que surgiendo desde dentro llegara hasta la nuca, donde se erizaban los vellos de esa parte al raso. Mas todo quedaba oculto en lo más profundo, bajo mi manto de serena apariencia.
A todo esto, mi ayudante y el padre de la muchacha aguardaban la espera en silencio al inicio del claro, por lo que pudiera ocurrir. Y una vez entrada la media noche, las pocas nubes disipadas dejaron la luna al desnudo, con lo que sus siniestros rayos de luz fueron a bañar aquel lugar elevado, cubriendo a la par nuestras cabezas. De esta forma, todo parecía cobrar una áurea aún más lúgubre. Y sin previo aviso, el suelo comenzó a bailar bajo nuestros pies. Aquellos iniciales movimiento manifestaron ser convulsos, tornando así en temblores no poco violentos. Luego, nuestros agitados cuerpos perdieron su habitual equilibrio. Sin embargo, por increíble que esto pareciera, la caída no fue violenta, pues la tierra que pisábamos se desprendió con facilidad y eso hubo amortiguado nuestro fatídico golpe.
Después, todo cesó.


Habiéndome quedado sepultado, de cintura para abajo, pude ver como la enjuta niña arrastró su ligera figura hasta la roca más cercana. Fuera entonces, que aquel temblor tan característico, de buena tinta, hiciéseme conocido por un estudiado movimiento de tierra desperdigada que descansa en la superficie de un hueco en el subsuelo. Mas de seguida, comprendí lo que allí daba lugar. Entonces, díjeme en voz alta, recordando las palabras de santo Tomás de Aquino.
- De los sufrimientos del alma las adecuaciones de las cosas. –A lo que grité después.- ¡A mí, caballeros, pues preciso de toda ayuda! ¡Ya demos comienzo a la labor que en estos momentos nos ocupa!
- ¿Y cuál es esta labor, señor, que nos apremia tan repentinamente?
Enseguida oí en la voz del mi ayudante, su interés desmedido que subía precipitadamente por la angustiada loma. En lo que respondí a su precipitada demanda.
- No os de yo, joven impaciente, cada respuesta en su momento.
Acto seguido, el labriego trajo unas palas y azadas de su propiedad, en lo que tan pronto nos pusimos a la intrigante búsqueda, faena la cual, apenas nos diera complicaciones por ser aquella reciente tierra movida.
-¡Por los clavos de cristo, que ya encontré algo, señor! –Alzó su voz repentinamente el labriego, mientras acompañaba con ímpetu sus palabras de innumerables indicaciones sobre una mano trémula salida del piso.
Tras desenterrar el resto del excelso cadáver, observamos que el cuerpo mostraba señales del trabajo de pequeños insectos habituados a la carroña. Y para muestra de ello, no hubo más que reparar en su irreconocible rostro.
- Otrora nadie pueda poner en duda, con dicho hallazgo, que este individuo fue fagocitado por la tierra, tampoco así, que haya sido digerido. –Dijo a esto jocoso el bachiller.
- Detened esa lengua viperina y no seáis valientes con aquel que no ha alguna replica posible, grandísimo tunante. –Exclamé molesto a la par que excitado, al resolver la primera parte de mis acertadas deducciones.- Que ya tan solo nos atañe, en acudir al hogar que dejara en vida este hombre finado.   

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