Por
motivos poco determinados, nadie hubo encontrado una sola razón a tan extraño
suceso. A lo cual, la mayor parte de habitantes de aquel pueblo quejumbroso, por
su apartada localización, evitaban el comentario directo. Mas decíame,
consejera mía, la habitual intuición, que dichas evasivas eran fruto del miedo
popular. Tal vez miedo a ser acusados ante la ley, a ser repudiados por sus
familiares y por ende, demasiado asustados al castigo divino del fuego eterno. Luego
ante este rompecabezas de piezas inconexas, decidí trasladarme hasta el lugar
donde se fraguaron los acontecimientos.
A
mi llegada al pueblo, pocos días antes, en calidad de representante del consejo
de estado y más concretamente, en la figura de nuestra majestad Felipe II, víme
colmado de buenas maneras a la par que una encomiable ética cristiana. Aún con
todo aquel respeto a la autoridad, siendo aristocrática, no todos lograban
ocultar el enorme desconcierto allí reinante. A tal revuelo, había que sumar
las insulsas conclusiones de la investigación llevada a cabo por mi ayudante
Juan, un sagaz joven bachiller de la universidad de Salamanca. En cuanto a mí,
parecíame que el muchacho hubiera reunido un montón de conjeturas sin arrojar
nada esclarecedor, un menesteroso grito de advertencia de enormes proporciones
exotéricas. En otro tercio, tal y como concluyera antaño el ilustre filósofo
Aristóteles, la investigación pudiera quedar sustentada tanto en síntesis como
diéresis. Y este misterio había aunado inconvenientes suficientes como para
trastornarse en un asunto de política mayor, mayor por exterior, y exterior por
motivos que no son el caso de comentar en un mismo manuscrito.
Sin
nada que pudiera evitarlo pues, nos trasladamos al lugar exacto del accidente,
bajo las condiciones que convocaban, allí mismo y de forma voluntaria, a todos
los elementos indispensables para aquel mal llamado ritual, por el pueblo.
Hacíamos por tanto, esta incursión en lo indescifrado junto a una joven virginal
de la localidad acompañada por su humilde padre, un hombre de campo,
carirredondo y chato.
-
Juan, mi noble ayudante, ¿no debiéramos al menos, quedar satisfechos en haber
llegado antes que los emisarios de la inquisición? -Comenté exasperado por la
quietud de la noche.- Paréceme a mí que en una situación tan apacible no suceda
nada.
-
Si no me equivoco, señor, aún queda un lapso a más tardar, para topar con la
media noche, así también requerida. –Dijo en esto el bachiller con las
esperanzas puestas en ver algo que poder contar luego.
-¿Qué
pensáis vos al respecto, amable lugareño? –Pregunté entonces al padre de
nuestra inocente.
-
Como comprenderá vuestra merced, –comenzó el campesino con marcado acento y
desconcierto- en estas entendederas tan solo encontrará las razones de un
humilde trabajador de la tierra. En mi cortedad, señor, mis saberes se limitan
a lo tocante en la recogida de papas, cebollinos y tomates, de sol a sol.
-
A fe que no debéis preocuparos, buen hombre, por lo que pueda salir de vuestros
humildes labios. Permaneced tranquilo, pues no es labor de consejero de estado,
ante tal situación, que os prenda en galera o calabozo de Toledo. –Sostuve y a
continuación concluí.- Tan solo queremos saber la verdad de lo que diantres
ocurre en estas dehesas.
-
En verdad os digo, mi señor, -desconfiara él mismo en mis buenas maneras a una
represalia al prolongar su silencio- que no conozco a nadie que volviera por
estos lares una vez sucediera el accidente. Mas si puedo jurarles y no en vano,
señor, que todo lo que se dice en el pueblo es tan real que jurado queda por la
vida de mi hija menor, aquí presente. Y fíjese, vuestra merced, en que todo lo
dicho es cierto, que de ser esas piedras, antes eran un mismo peñasco y que en
su caer, luego, dieron en esa extraña forma guiadas por la mismísima mano del
diablo.
El
mencionado círculo no se apreciaba con claridad en lontananza empero si se
contemplaba desde nuestra posición, como al final del camino ascendente se
recortaba una extraña silueta de rocas desperdigadas sobre el suelo plano. Y
por si todo aquello fuera poco, al peñasco caprichoso se le sumaba la luz
mortecina de una esférica luna, asomada por entre las densas nubes de montaña.
A lo cual, todos los ingredientes preparaban en la mente la innegable impresión
de haber querido ser conjurado dicho paraje, para realizar profanaciones y
aquelarres.
-
Maestro, a mi entender estamos a punto de entrar en la media noche señalada,
véase de este modo la posición del satélite lunar. –Rompió el bachiller Juan un
sepulcral silencio.
-
En efecto, ¿qué dicen a este respecto en el pueblo?
-
Sostienen las habladurías, que la chiquilla debiera acudir hasta el mismo
centro, previamente acompañada de un adulto. –A continuación aclaró.- Mas
preferiblemente de un lugareño.
-
Seré yo mismo en tal caso quien acompañe a la joven.
-
Luego, las anotaciones prosiguen, señor, que dicha persona es decir, vos, si no
es limpia de conciencia, desaparecerá tragado por la tierra. Mas según puedo
entender, quedará la niña a su suerte, por aquello de ser pura, en lo referente
a su virginidad. Y no puedo decir más, maestro, pues de conocer, solo sabemos
que la única muchacha superviviente a dicho entuerto huyera con denuedo de este
endiablado peñón.
Sin
más miramientos, alcé la mano hacia la pequeña la cual, colgando del brazo de
su progenitor, se encontraba atemorizada. En las facciones de su cara un terror
profundo se retrataba severamente. Mas por contra, encontrábame decidido a
desentrañar todo aquel entresijo colmado de incertidumbres. Fuera en ello, que
el labriego empujando a la joven hacia adelante, insufló la suficiente confianza
en la pequeña para que esta cambiase a mi brazo como si no hubiese un suelo.
Renglón seguido, juntos avanzamos el resto del camino hasta el mismo
promontorio. Allí corría una brisa helada tan típica de la zona montañosa, un
rebujo del demonio, que no ayudaba a taimar mis agitados ánimos y turbados
pensamientos. Aun con todo, nos adentramos en dicho círculo traicionero,
ubicándonos así, en su mismo centro. La tierra que cubría aquel suelo, entre
piedra y piedra, parecíame extrañamente allanada como en la era. Entonces, la
impresionable joven sin mancillar entró en convulsiones.
-
Tranquilizaos muchacha. – Dije en tono áspero.- Pues sostienen, aunque dudosos
comentarios, que no es tu vida la que corre peligro en este enclave de
malagüero.
Creí
apaciguar con esa parquedad sus nervios a flor de piel, por la situación que
tanto medraba a mi acompañante. Y sin embargo, esta temblaba aún más con cada
segundo allí de pie. Por lo que preferí mirar en derredor y apreciar con
claridad renovada, ese halo de misterio que se erguía en la forma completa de
un auténtico círculo de piedras. El inusitado marco provocó los más profundos
temores que asaltáronme los pensamientos de pleno. Pereciendo ante tan
beligerante oscuridad en mi mente, cedí de la seguridad en las certezas al
baldío terreno de la superchería barata, a los cuentos de pellejos. Y a pesar
de mi escepticismo racional, casi enfermizo, empezó a recorrerme el cuerpo toda
aquella histeria colectiva en la forma de un tibio escalofrió que surgiendo
desde dentro llegara hasta la nuca, donde se erizaban los vellos de esa parte
al raso. Mas todo quedaba oculto en lo más profundo, bajo mi manto de serena
apariencia.
A
todo esto, mi ayudante y el padre de la muchacha aguardaban la espera en
silencio al inicio del claro, por lo que pudiera ocurrir. Y una vez entrada la
media noche, las pocas nubes disipadas dejaron la luna al desnudo, con lo que
sus siniestros rayos de luz fueron a bañar aquel lugar elevado, cubriendo a la
par nuestras cabezas. De esta forma, todo parecía cobrar una áurea aún más
lúgubre. Y sin previo aviso, el suelo comenzó a bailar bajo nuestros pies.
Aquellos iniciales movimiento manifestaron ser convulsos, tornando así en
temblores no poco violentos. Luego, nuestros agitados cuerpos perdieron su
habitual equilibrio. Sin embargo, por increíble que esto pareciera, la caída no
fue violenta, pues la tierra que pisábamos se desprendió con facilidad y eso
hubo amortiguado nuestro fatídico golpe.
Después,
todo cesó.
Habiéndome quedado sepultado, de cintura para abajo, pude ver como la enjuta niña arrastró su ligera figura hasta la roca más cercana. Fuera entonces, que aquel temblor tan característico, de buena tinta, hiciéseme conocido por un estudiado movimiento de tierra desperdigada que descansa en la superficie de un hueco en el subsuelo. Mas de seguida, comprendí lo que allí daba lugar. Entonces, díjeme en voz alta, recordando las palabras de santo Tomás de Aquino.
-
De los sufrimientos del alma las adecuaciones de las cosas. –A lo que grité
después.- ¡A mí, caballeros, pues preciso de toda ayuda! ¡Ya demos comienzo a
la labor que en estos momentos nos ocupa!
-
¿Y cuál es esta labor, señor, que nos apremia tan repentinamente?
Enseguida
oí en la voz del mi ayudante, su interés desmedido que subía precipitadamente
por la angustiada loma. En lo que respondí a su precipitada demanda.
-
No os de yo, joven impaciente, cada respuesta en su momento.
Acto
seguido, el labriego trajo unas palas y azadas de su propiedad, en lo que tan
pronto nos pusimos a la intrigante búsqueda, faena la cual, apenas nos diera
complicaciones por ser aquella reciente tierra movida.
-¡Por
los clavos de cristo, que ya encontré algo, señor! –Alzó su voz repentinamente
el labriego, mientras acompañaba con ímpetu sus palabras de innumerables
indicaciones sobre una mano trémula salida del piso.
Tras
desenterrar el resto del excelso cadáver, observamos que el cuerpo mostraba
señales del trabajo de pequeños insectos habituados a la carroña. Y para muestra
de ello, no hubo más que reparar en su irreconocible rostro.
-
Otrora nadie pueda poner en duda, con dicho hallazgo, que este individuo fue
fagocitado por la tierra, tampoco así, que haya sido digerido. –Dijo a esto
jocoso el bachiller.
-
Detened esa lengua viperina y no seáis valientes con aquel que no ha alguna
replica posible, grandísimo tunante. –Exclamé molesto a la par que excitado, al
resolver la primera parte de mis acertadas deducciones.- Que ya tan solo nos
atañe, en acudir al hogar que dejara en vida este hombre finado. 
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