1. El preludio de un nuevo comienzo.
Esta historia arraiga en el tiempo, “penetra” en la psique por lo que todos somos su presa. En ella se intuye el fin de un extenso prólogo que más parece un fraude óntico, un fracaso abnegado por pensar en sobrevivir, con el único motivo de sobrevivir. ¿Qué necesidad de saber cuando se está en mitad del ser? Al ser le es más probable ocupar sin más, establecer un nuevo punto, un paradigma en esa narración que avanza, apremia, empuja hasta dar con cada tecla apropiada, para escribir una partitura de símbolos instintivos y primarios, en forma de una melodía homogénea. Eso suena a desenlace incierto frente a un nuevo comienzo, ¿verdad? Es algo que resuena así como… alcanzar lo deseado sin hallar una recompensa merecida; tocar un techo simulado desde el que podemos observar la realidad de una obra particular pero nunca acabada; en definitivas, de un resultado pero uno inconcluso e incómodo. Esto es fruto de la experiencia en el devenir incierto.
¿Se nos permite entonces, trabajar con sosiego a sabiendas de nuestro conocido sino? ¿O por el contrario es necesario seguir afianzando improvisadamente, ante una nueva cobertura en el terreno de las certezas ya vividas? A nuestro protagonista, insensato pero a la vez hombre de acción, le resulta pesada esta carga. Sin embargo, en nuestro pasado común, no tan remoto, eran agradables las vicisitudes de quienes recogían las experiencias. Pues por más cruda que estas puedan parecer, son ellas las que nutren y dan sentido a nuestra firmeza en la inmediata existencia. Por ende, sin más ornamentos legítimos para presentar a nuestro aventurero que ser el primero por derecho fenotípico, genómico e histórico, hablaremos de Urtypus, de quien derivan todos los demás.
2. El error necesario.
Nacido de familia en dicha y virtud
crece Urtypus en afligida actitud,
caviloso en su más reciente juventud,
por si su ave enjaulada en senectud,
se haya mantenido en condiciones
de no ser, sino simulando que se es.
O que su vida reposa sobre dinteles,
empero estos ornamentos sin pilares.
Cuestiones estas que hayan aflorado
por su creciente apetito desbordado.
“¡Ah, tanta futilidad en mi propia vida,
que se presenta en mi hora más lucida!
¡Ah, tanta banalidad multiplicada,
ya de cuantiosa manera duplicada!”
Ese torvo discernimiento de sí mismo
que se va reproduciendo cuan aforismo,
llevan al efebo a morder en su sino,
renunciando a su sensación de abrigo.
Por todo, parte sin miedo al desatino
y gran deseo en topar, de seguido,
con otro necesitado desvalido
(“faltos de quimeras en su objetivo”).
Mas tamaña empresa, en este camino,
que demanda un pretérito sentido
como condicionante en la memoria,
ha permanecido siempre en la historia,
negándole a todos la propia gloria.
Urtypus prevé en sus presentes desquicios,
volver sobre sus pasos hasta sus inicios,
más despreocupado, resuelto, sin juicios.
¿Quién no exigiría un grato consumo
al hallar fatum que de cierto y seguro
topará con la muerte como un muro?
Ahora recuerda el joven al razonar,
se observa gacela huyendo del azar
(contrario, falto de aire al respirar).
Se antoja pues, extraño su denuedo
tras encontrarse con similar veneno,
corriendo por las venas de su propio ego.
La picadura que arrastrase al nacer,
llevada por el hombre tras su amanecer,
de sí mismo sobre su propio conocer.

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