Para
comenzar este relato, primero debo aclarar una breve cuestión
necesaria para entender esta magnífica crónica. La leyenda del
trimorfo proviene de antaño, de tiempos en los que se adoraba de
manera abierta a otros dioses y diferentes culturas formaban una gran
amalgama. Cada cual elegía a que dios rezar y aunque ciertas
deidades predominaban sobre otras menos favorecidas, proliferaban
credos de distinta índole y procedencia reunidos en un mismo lugar.
En aquel marco insólito, la escultura del trimorfo se representaba
como una figura sin forma definida. Según se cuenta, llegaba gente
de todos los puntos de la geografía con la intención de pedirle
consejo. Una de estas estatuas, situada en un bosque a las afueras de
una vieja aldea, juzgaba las intenciones de los demandantes. A
continuación, respondía cobrando la forma de una de las tres
representaciones que habitan en su interior. En ese preciso instante,
el trimorfo tomaba el aspecto de Astaroth, el señor de la mentira.
En otras ocasiones se manifestaba Belzebuth, señor de la guerra y
los conflictos. Y solo en contadas veces, aparecía la forma de
Lucifer.
Pues
bien, para ser exactos, mi historia se inició en una aldea cercana
al bosque en cuyo lugar permanecía oculta una de las mencionadas
esculturas muchas guerras después. La tempestad que había azotado
durante días la vaguada del valle, hacían imposible continuar el
viaje a peregrinos que como yo, deseaban visitar Compostela, tierra
santa para los hombres de la península y un lugar de peregrinaje
obligado para toda la cristiandad de Europa. Por estos motivos, me
dirigía a una taberna tan raudo como me lo permitían mi fardo y la
embadurnada capota que me protegía del viento, en un enclave digno
de mención en manuscritos paganos, de estantes secretos, en
bibliotecas monacales. Tras despojarme del peso en la entrada, pedí
una jarra de vino añejo y un poco de queso seco, ocupando la mesa
más cercana a la única ventana de aquel antro lujurioso. Este
asiento en concreto, tan privilegiado, me proporcionaría de seguro
algún material para utilizar en próximos encuentros con peregrinos
y borrachos del camino. No pasaron ni diez minutos, cuando llegó
tras de mi un joven de actitud desconfiada. Llamó mi atención su
rostro de pícaro oculto bajo el abrigo, muy probablemente curtido en
el recelo de la calle. Se secó la frente con el borde de su capa. Y
para saciedad de mi propia curiosidad, pidió mesa muy próxima a mi
sitio sin saber que tenía quien le observaba. Por último, comenzó
a beber de manera desconsolada.
Un
instante después, entró en la posada otro individuo. Este nuevo
visitante dejaba al descubierto un semblante aún más atormentado.
Su aspecto demacrado y rostro desencajado, reflejaban el pavor tras
el encuentro con el mismísimo diablo. También pidió una jarra de
vino, buscando con la mirada al que parecía ser un allegado. Una vez
sentados a la misma mesa, ambos comenzaron una conversación tan
peculiar que jamás olvidaré.
-
Al fin llegáis, hermano. ¿Qué tal vuestro encuentro con la
estatua? -Preguntó en tono de suspicacia el primero en entrar.
-
Bastante tormentosa. Al menos, puedo apreciar que no soy el último.
-Dijo el recién llegado y a continuación, miró con recelo en todas
direcciones.- Cuando la hallé, le hice una cuestión sobre mi
porvenir. Más olvidé ofrendar como es debido en este caso. Entonces
y sin saber por qué, la amorfa piedra sobre su pedestal tomó al
aspecto de un gusano gigante, repleto de púas como puños. Luego, me
contestó las siguientes palabras: “Esta
misma noche, perderás la vida a manos de quien en verdad no te ama”.
Los
dos hermanos quedaron en silencio y fijas sus miradas. Parecían que
aquellas palabras una vez pronunciadas, resonaron con diferente eco a
sus respectivas entendederas. De repente, una vez más el primero en
llegar tomó la iniciativa, sacó un puñal sin vacilar y atravesó
el pecho de su compañero de mesa. En un ambiente de exaltada
confusión, alguien vociferó, dando aviso a la guardia que por
suerte rondaba cerca. Acto seguido, dos soldados se llevaron raudos
al asesino y el tendero despachó el cuerpo del otro. Por
consiguiente, no tuve más remedio que desplazarme hasta el lugar del
arresto si quería dar así, conclusión a esta crónica bizarra.
Accedí
a los calabozos en calidad de uno de esos frailes espirituales que
hacen voto de pobreza, proporcionando la extrema unción a los
enfermos y cercanos a la muerte en aquel maldito lugar. Al final de
la noche y tras muchos padres nuestros, apareció una tercera
persona, alguien a quien de manera sencilla ligué con el suceso.
Este parecía tener una edad intermedia entre el menor de los
muchachos fallecido en la taberna y el que andaba preso. El visitante
se acercó de forma directa hasta la jaula donde retenían al pájaro
de su hermano y le dijo así:
-
Hermano, ¿qué ha sucedido? He estado en la taberna, lugar donde nos
citamos y me han narrado lo acontecido. -Luego, continuó con
semblante preocupado.- ¿Qué te llevó a atentar contra nuestra
querida familia? ¿Y pudiste quizás, encontrar a la estatua?
-
Es difícil de explicar. Más, te diré que fui el primero en hallar
a la que llaman trimorfo y regresar hasta la posada. Al contemplar
los tesoros que amasaba junto al pedestal, sin ser vigilados más que
por su figura inerte, decidí cambiar mis pocas cuestiones por un
bolsillo repleto de monedas. En ese preciso instante, y sin saber por
qué, la estatua tornó en forma de un pequeño demonio, cornudo y
sátiro. Luego, me dijo de la siguiente manera: “Veo
que has decidido optar por el oro que se encuentra a mis pies.
Empero, soy generoso y me apiado de tu alma. Te daré un consejo sin
reclamar nada a cambio. Debido a la codicia, uno de tus hermanos
matará por sus caudales.”
El
muchacho en libertad, se dio cuenta al instante del error de su
hermano. Entonces, decidió contarle su propia experiencia, por si le
servía en algo.
-
Yo, que también estuve ante el trimorfo, le pedí consejo, le
ofrendé su correspondiente parte y tomó en seguida la forma de un
niño con un cántaro entre sus manos. Entonces, pronunció las
siguientes palabras: “Sólo
quienes logran el dominio absoluto de sus propias vidas, son dueños
de su destino.”
Ahora
bien, querido lector, una vez acabada esta crónica yo os pregunto:
¿cuál es a cada una de las tres figuras que se manifiestan ante los
tres hermanos?

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