Encuentro con el Kraken:
Los incesantes pensamientos recurrentes, en razonamientos vomitados sobre el papel, seguían el acento de un epitafio funerario. Sin embargo, la grandiosidad de sus divagaciones le llevó más allá de la simpleza de una muerte. ¿Que era una muerte frente a la inmensidad del infinito? Tan solo suponía un mero tránsito de energía en un mar de corrientes entrópicas. Y aun eso suponía un remoto sector en la bastedad del universo eterno.
Los incesantes pensamientos recurrentes, en razonamientos vomitados sobre el papel, seguían el acento de un epitafio funerario. Sin embargo, la grandiosidad de sus divagaciones le llevó más allá de la simpleza de una muerte. ¿Que era una muerte frente a la inmensidad del infinito? Tan solo suponía un mero tránsito de energía en un mar de corrientes entrópicas. Y aun eso suponía un remoto sector en la bastedad del universo eterno.
El lápiz corría incesante, llenando la hoja en blanco como si
huyera de una realidad aparente que se manifestaba a ratos. Debido a esto, sus
apuntes aumentaron con relativa facilidad. Parecía haber entrado en un trance
de escritura casi automática, y por el contrario repleto de razones lógicas, demasiado
lógicas para andar dramatizando respecto al tema. Un sudor frío le recorrió la
nuca. Eso le despertó de la ensoñación y le privó de la profunda concentración que había alcanzado. En la quietud de aquel
silencio de biblioteca, rodeado de libros, saberes y conocimientos, parecía
haber alcanzado la inspiración cuando alzó la mirada al frente. Sus ojos
recorrieron la prolongada superficie de escamas de papel que se superponían. La
multitud de colores saltaban de los lomos en intrincados pensamientos que los
forjaban. Descubrió
que ni tan siquiera las tapas de portadas y contraportadas, podían delimitar el
contenido de aquellos tomos que formaban una enorme criatura, ahora viva.
A
continuación, sintió la necesidad de
acudir una vez más en busca de alimento. El alimento del intelecto. Movido por
el vacío interior, surgido tras plasmar sus ideas y conjeturas, resolvió acudir
en busca de un poco de metafísica. Se movió entre los tentáculos del monstruo. Política. Psicología. Química.
Religión. En el estante adecuado decidió dejarse llevar por una suerte de azar, un juego
inocente para aliviar las tensiones que había alcanzado, tras la visión de
aquella presencia. Frente a los libros, cerró los parpados y alzó las manos.
Acto seguido, comenzó una cuenta atrás. Justo al finalizar la cuenta llevó las
manos al frente hasta entrar en contacto con alguna parte del ser eterno. Un
pensamiento de vergüenza propia le invadió, al reconocer como había puesto su confianza absoluta, en un ridículo gesto,
un mero juego. Aun con todo, siguió adelante y abrió los ojos. Al momento,
reconoció dos libros bajo las manos alzadas. A su derecha se escondía una
Biblia, versión reina Valera. Su reacción inmediata, dejó escapar una risa en
la comisura, mirando con vergüenza a ambos lados. Tal vez buscaba la intima
soledad del lector. Entonces, pasó de manera aleatoria las páginas del popular
libro. En seguida, se encontró con las solemnes palabras del rey Salomón. Un
gran sabio pensó. Nada de lo que leía le produjo una impresión marcada. Así
pues, abandonó su lectura y acudió al segundo libro elegido de la misma manera.
El manuscrito pertenecía a una colección, una donación anónima, de textos
clásicos sobre la historia de la filosofía. Esto si llamó su atención
particular. El tomo en concreto, relataba las andanzas del sabio Platón por su
configurada cosmogonía, en épocas de mayor esplendor para la cultura helénica.
El mundo de las ideas frente a la physis. Con ambas elecciones, había juntado a dos individuos de
épocas casi remotas.
Mientras tanto, en
su mente aun daban vueltas las palabras recogidas en sus apuntes, llamando una
y otra vez, desde el confinamiento consciente al que habían sido sometidas, para dominar un colapso mental.
Entonces, decidió acudir hasta la base de datos de la biblioteca. De esta
manera, buscó manuscritos donde se dieran cita al unísono aquellos personajes
de la historia humana. La curiosidad por indagar en las vidas particulares de
los autores, en vez de sus obras, era fruto del sentimiento remoto e interno.
Era innato querer saber si estos ilustres hombres eran verdaderamente de carne
y hueso, con las mismas inquietudes que uno mismo. Ya en la pantalla del
ordenador se encontraron otros nombres reconocidos. Francis Bacon. Jorge Luis
Borges. De los dos autores, poseía referencias sobre el segundo, parecía
además, menos soporífero. Hizo
hincapié en encontrar un texto de dicho autor en el que se revelaran los pensamientos
del viejo rey judío, junto al antaño pensador griego. Tras varios minutos
revisando sus textos, cuentos y relatos, comprobó con asombro que tal vez,
existían más relevancias entre sus ideas propias y aquellas dos elecciones
aleatorias, de las que había supuesto en un principio. Justo en ese instante,
comenzó a forjarse una idea extraña en su cerebro, como una pieza clave que
encaja después de una ardua búsqueda.
Viendo que el autor argentino, hacía referencia y literalmente parafraseaba a
Bacon, no le quedó más remedio que buscar el libro de este. Al leer sobre
aquellas referencias concretas, no pudo creer las conclusiones del filósofo que
exponía y certificaba a un mismo tiempo, algunas de las motivaciones que le
habían llevado a escribir sus palabras de puño y letra. De repente, se produjo
una mezcolanza de sensaciones en su estómago que le revolvieron las tripas. Le
inundó una sensación de vértigo profundo. ¿Podía existir alguna posibilidad de
que en textos tan dispares se diesen un encuentro común? ¿Qué su ignorancia y
desconocimiento, le hubiesen guiado hasta una suerte de coincidencia general?
Para mayor
exaltación, su vida, sus experiencias e incluso su educación, le invitaban a
abandonar estos hechos. Por otro lado, sentencias vivas. No podía renegar de
estos pensamientos pero aparecían otros nuevos, premisas que abrían fronteras
para trazar. Señalaban posibilidades jamás planteadas en su conciencia
preceptiva. Al final, las escuetas lecturas le habían proporcionado el aliento
suficiente para retomar su alegato. Y alcanzar el final de su carrera de fondo
particular. 
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