El monstruo de la ropa sucia es un mero eco
en aire, un rumor en el inconsciente colectivo. Se trata de un ser sin forma y a
la vez, una forma sin definir que apenas ha hecho mella en la superficie del
intelecto humano, mediante nuestra mitología popular, para evitar llamar la
atención del hombre. Su figura y comportamiento son por tanto, completamente
desconocidos. Es muy probable que alguna madre haya amenazado con esta figura
errante a su hijo desobediente, en la candidez de un hogar. Es posible que la
masa etérea que lo componen, que ha viajado a través del tiempo y el espacio
hasta nuestra conciencia, haya sido sometida por el dulce néctar de la
imaginación sin fisuras, de la mente de un pequeño. Ahí se siente cálido y
vibrante como las cuerdas de un arpa bien afinadas. Es entonces, cuando cobra
forma al igual que la música, siguiendo las notas discordantes de las sinapsis
neuronales. La amenaza de la madre se canaliza en la mente de su hijo, dando
rienda suelta al desenfreno del menor.
Por el contrario, he de aclarar que sus
inicios fueron turbios, oscos y agrestes, exactamente igual que cada vez que
nace la vida en todos esos lugares donde se dan las condiciones apropiadas. Más,
quien estaba allí para juzgarlo, si ni tan siquiera el tiempo o el espacio, conocen
de su ausencia. En aquel momento, el hombre no era hombre para darle nombre y
sin embargo, fue en la tierra movido entre la realidad y el mundo del
inconsciente donde su presencia sería animada, empujada y empatizante con
aquellos ocupantes de este joven planeta. Fue atraído en otros tiempos por las
incesantes ondas sonoras que viajan a través del espacio y atraviesan su
ubicación, a veces en una forma gaseosa, otras en pura energía electromagnética.
Después, descubrió que el aire funcionaba como el medio idóneo para fluir entre
sus ocupantes. Con el paso de las vidas terrenales, ha adoptado todas las
lenguas del ser humano, apropiándose de esta manera, de su único apelativo
conocido: el monstruo de la ropa sucia.
Es vital saber que solo necesita la
invitación desde su lugar santo, allá donde confluyen las ideas que en
ocasiones le dan una forma corpórea, y la imaginación de un niño para hacerse
realidad. En ese preciso instante, aquellos que le han nombrado bajo un tono
amenazante y ante la presencia de un joven, maldicen, se lamentan y claman al
cielo volver al momento en que decidieron dejarse llevar, pronunciando las
palabras exactas que coparon su atención. Es entonces, cuando el producto del universo
entrópico en evolución forma parte de los vivos, siguiendo siempre las pautas y
deseos de los pequeños del hogar, para finalizar lo que ellos mismos nunca se
atreverían a realizar. A caso, ningún muchacho le ha dado jamás por imaginarlo
con una forma afable y cariñosa. Es que ninguno ha decidido guardarse de esos
sentimientos que matan la conducta humana y dejan salir al ente.
Este terrible dilema se debe únicamente, al
contexto en el que es utilizado su nombre por los padres ofuscados, en tonos
inquisitivos o repletos de amenazas. Eso repercute en la decisión final de sus
efebos creadores. Es igual la cultura, el lugar etnográfico o las raíces
ancestrales. Siempre es dominado por el mismo estado de ánimo, embargado por los
mismos sentimientos. Siempre es avisado por la misma sed de venganza. La crueldad
de los niños, inherente en el hombre, pero inhibida por la moral de los
adultos, es el fino hilo en el que se deleita y balancea nuestro mayor temor. A
lo mejor cierto día, un niño bien intencionado oirá la invitación para este primigenio
del tiempo, no cederá ante sus deseos de culpabilidad que recaen sobre sus
progenitores y ese día, pensará en algo distinto, algo que dará forma a un ser
con una nueva característica fundamental. Una criatura que cambie las
directrices de su destino.
Tal vez algún día. Tal vez.
Mientras tanto, intenten no pronunciar su nombre
cerca de un pequeño cerebro deseoso de darle forma. Eviten este tipo de
amenazas o de este modo, aténganse a las consecuencias. 
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