Al
cerrar la tarde, la taberna se vacío de inmediato. Como un montón de liebres
asustadas, los pocos habitantes corrían en busca de la seguridad de sus
moradas. El tabernero rechoncho, igual que un pelele de trapo, cerró como pudo
su negocio, insistiendo una vez más en la imprudencia del joven, sin obtener
resultados.
Kenneth
se había propuesto recuperar su arma antes de visitar el cobertizo. Si en el
pueblo se habían oído chillidos en noches pasadas, era posible que aquellos fueran
reales por muy mermados de alcohol que estuviesen sus habitantes. Una vez se acomodó
en su lecho, era cuestión de segundos alcanzar el sueño con aquel camastro. Parecía
mentira que el simple tintineo de unos pequeños cencerros que colgaban en una vieja
pala oxidada, le produjeran el sopor necesario y rápidamente calló en un sueño
profundo. De repente, un gran alarido le sobresaltó. Aquella voz tan siniestra,
era claramente el lamento de un hombre. Además, provenía del mismo exterior,
muy cerca de la taberna. Sin pensarlo dos veces, se abrochó el cinturón que
había recuperado, se aseguró de que el tambor del revólver mantenía todas las balas
y salió en busca del origen del alboroto nocturno. Al cruzar la entrada, miro en
ambas direcciones, aunque le había parecido que el grito, provenía del interior
del pueblo. A pesar de ser la vía principal de todo el conjunto de casas, la
iluminación de la calle era bastante escasa. Tanto que si en ese instante alguien
quisiera acercase hasta Kenneth, el pistolero no podría verlo a menos de tres
metros de sus narices. Avanzó entonces, siguiendo la tendencia hacia arriba,
percatándose de que la vía giraba ligeramente en una curva a la derecha, ya que
el pueblo abrazaba una pequeña loma. Cuando su vista parecía habituarse a la
oscuridad que reinaba, comenzó a ver falsas figuras que se movían en la noche,
fantasmas que se dibujaban como siluetas fugaces. Luego dudó sobre las palabras
de los borrachos de la mesa de juego y la insistente sugerencia de Gene. “Esos
malditos viejos me han llenado la cabeza de serpientes”, se dijo. En ese
instante, sujetó con fuerza el sombrero contra su cabeza. Esto le dio más
seguridad. Al terminar la calle, descubrió la imponente iglesia que la cerraba.
El campanario superaba en altura incluso a la taberna y la iluminación en este
lado del pueblo era más notable, revelando algunos detalles de la fachada. Una
vez la observó con detenimiento, le pareció absurda una construcción de esas
dimensiones, en un lugar tan ruinoso. Entonces, distinguió a una figura ancha que
se dibujada sobre el portalón principal. Se trataba de alguien con una especie de
vestimenta larga y oscura, con la cabeza cubierta bajo un sombreo de ala negra
y que portaba un extraña herramienta al hombro. El individuo se encontraba de
espaldas a la calle cerrando un enorme candado. Por un momento, el pistolero se
dejó llevar por su imaginación y pensó que aquel era el mismísimo diablo, que venía
a hacerle una visita al sacerdote. Eso le produjo un sentimiento encontrado. Pero
en seguida, descubrió que donde había visto una guadaña y una capa, tan solo había
una pala y una sotana por vestimenta. Nada más darse la vuelta el individuo,
mostró un saco desgastado en la otra mano.
-
Esto huele a boñiga de vaca. -Dijo más aliviado y seguro.- Usted es el famoso
padre Turan.
-
¿Quién es usted? –Respondió el cura sobrecogido, dejando caer de golpe todo lo
que llevaba entre las manos.- ¿Y cómo me conoce?
-
Yo, soy el nuevo sheriff. –Le confesó, recordando una vez más a su primera víctima.-
Tan solo venía a hacerle una consulta, padre.
-
¿Qué? ¿Cómo? –Aclamó indignado y con cara de asombro.- Cuando se ha nombrado un
nuevo sheriff en este pueblo. Nadie me lo ha consultado.
-
¿Cuándo ha tenido un sheriff este nido de ratas? ¿Verdad padre?
El
cura recogió la pala. A Kenneth, que aun no había desenfundado su arma, se le hacía
imposible creer que aquel hombre de dios, quisiera enfrentarse a él con una mísera
herramienta pero por si acaso, se llevó las manos a la hebilla del cinto. Turan
pareció percatarse de inmediato, en el arma de su posible delator.
-
Oye… mira, no sé lo que te habrán contado pero yo solo quiero lo que le
corresponde a dios, que para eso es nuestro creador y reden...
-
¡Óyeme tu a mí, lengua viperina! -Le interrumpió sin miramientos.- Si crees que
te vas a marchar con el botín del oro, es que está demasiado jodido.
Con
bueno había topado el cura. A Kenneth todo aquel galimatías religioso, le
interesaba tanto como el tiempo en el otro extremo del mundo. A continuación, el
pistolero le sobrevino la imagen del hombre de la sotana chillando y
rápidamente se desmintió algo en su cabeza.
-
¿Quién es tu compinche, malnacido? – Le interrogó.- He oído su chillido y esa
no era tu voz.
Turan
se mantuvo en silencio. Parecía bastante asustado por lo que acababa de decir.
Por
otro lado, tampoco veía en aquel mentecato, las fuerzas suficientes para cavar
en las profundidades más recónditas de la mina en solitario. Entonces, centró
su mirada fija sobre el aquel rostro redondo, intentando leer en su semblante
como en una arriesgada timba. Observó un ligero tic en el ojo derecho. Luego
pudo ver como su mirada se giró rápida a la izquierda, posándose en algún lugar
de la oscuridad. Tal vez a alguien más gordo que él, intuyó Kenneth. El
pistolero se dio media vuelta con la rapidez de un felino, mientras
desenfundaba el arma. Apuntó en la dirección, buscando cualquier movimiento en medio
de la penumbra. Justo en ese instante, detectó una figura redonda, con un paso
torpe y entrecortado, que se aproximaba lentamente. La forma se identificó a la
luz. Para satisfacción personal de ambos, se trataba de quien esperaban, Gene
el tabernero. Bragan, había recordado, desde que se encontrara con el hombre de
la sotana, la pala oxidada en el cobertizo.
Sin
embargo, el cuerpo de Gene parecía estar mal trecho, por su paso torpe y
errático.
-
¡Tabernero idiota, ésta sucia alimaña nos ha descubierto! ¿Por qué no me has
avisado de que habíais nombrado a un sheriff? –Le gritó Turan.
El
seboso balbuceó algo inteligible. Tenía la mirada fija en el pistolero, con los
ojos a punto de estallar. Sus pupilas estaban completamente contraídas en un
pequeño punto, como si fuesen a desaparecer en cualquier momento. Luego cayó al
suelo, desplomándose con el sonido de un peso muerto. Su espalda dejaba al
descubierto, una herida horrible, con el aspecto de un comedero para buitres. Kenneth
recordó entonces el chistoso comentario del gordo sobre estas aves rapiñas. Por
ello se le dibujó una ligera sonrisa en la cara. Y en seguida, se tornó en una
expresión de desconcierto.
-
Pero ¿quién coño ha podido…? –Exclamó.
Bragan
había olvidado por completo a Turan que vio la oportunidad perfecta a sus
espaldas. El improvisado sheriff permanecía con su mirada fija en el cadáver.
Entonces, alzó los brazos, con la pala entre sus manos y se aproximó de manera
silenciosa. Al dar su tercer paso, el sacerdote declaró su propia sentencia de
muerte. Kenneth se giró en seguida, avisado por la alargada sombra que
proyectaba Turan, y una bala de colt atravesó el corazón del sacerdote,
deteniendo el musculo vital de su dueño. “Delatado por su oronda codicia”,
pensó.
Bragan
aún no respiraba con tranquilidad. Sabía que algo oculto en la oscuridad había
acabado con la vida del tabernero. Además, él se encontraba bajo los focos de
luz y eso lo delataba ante cualquier enemigo escondido en la sombra. Justo en
ese preciso instante, la hoja fría de un cuchillo arrojadizo atravesó su pecho,
hundiéndose y alcanzándole el pulmón derecho. Después, cayó de rodillas y dejó escapar
su arma de entre las manos.
-
¡Tú! –Exclamó al ver una silueta de cabeza emplumada en la penumbra.- Creí que
te había perdido el rastro, cuando cruce el río.
Bragan
volvió a vagar por última vez entre imágenes y recuerdos pero esta vez eran más
recientes. Vio a su tercera y última víctima, un joven hijo de indios apaches. El
forajido huía desenfrenadamente por medio del desierto y se topó con una
pequeña tribu. Había escuchado cientos de historias estremecedoras sobre las
victimas a manos de pieles rojas. Así que intentó robar algo de alimento para
el camino y pasar de largo. En su estrepitosa huida, mató de manera irremediable
a un joven muchacho de aquella tribu.
-
Era tu hijo, ¿verdad salvaje? –No sabía si el indio le entendía pero tampoco le
importo.- Sabía que este era mi destino… pero me fastidia que sea a manos de un
perro salvaje.
El
apache se acercó hasta el pistolero y bajo un solemne silencio, le arranco la
cabellera con su machete, mientras su corazón aun seguía latiendo. Los
chillidos de Kenneth Bragan el renegado, se extendieron por todo el poblado.
En
la mañana siguiente, una multitud de curiosos habían rodeado los tres cuerpos.
La mayoría en aquel lugar, aceptó de buen acuerdo que el mismísimo diablo había
surgido del infierno, para llevarse el alma de aquellos tres individuos.
Algunos porfiaban en que había poseído primero al forastero, para acabar con la
vida del pobre Turan y el tabernero, movido por la avaricia que le había
imprimido en su alma el demonio. Renglón seguido, esto mismo le habría llevado
al suicidio, aunque de una manera bastante extraña. En los días sucesivos, el
pueblo fue desapareciendo en el silencio y de forma lenta. Nadie se preocupó en
seguir indagando sobre aquellas muertes. Los escasos habitantes, mermados por
el miedo, dejaban atrás un pueblo asustado por falsas especulaciones. Todos llegaron
a la misma conclusión, ninguna leyenda sobre el posible oro, merecía tanto la pena
como para aceptar la muerte o una maldición de por vida.

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