domingo, 20 de marzo de 2016

Basado en hechos históricos.

ESCUELA DE LOWÓW.
Aquel café rezumaba densidad. No por el humo del tabaco, o el vapor de la máquina expreso. No por el bullicio constante del trasiego universitario. Esos aires eran densos debido a la calidad de sus contertulios. Exponentes que trasladaban sus cuitas en las aulas para consumir litros de café y fumar cientos de cigarrillos, hasta largas horas de la tarde. Los camareros estaban habituados a limpiar las mesas repletas de apuntes, que permanecían en forma de propinas. Al principio, unos cuantos matemáticos con ínsulas de cambio exponían sus teorías. Luego, un creciente número de curiosos se sumaban, fieles seguidores de las charlas y debates interminables. Y sobres sus rostros incansables, ávidos de oír más, de resolver e increpar con nuevas dudas a una humanidad que se sumía próxima a un gran conflicto, soñaban con un refugio para el intelecto. Una trinchera para la verdad.    

MANDATO DEL DESIERTO.
Al principio era de todos sabidos que el propio Nilo era quien gobernaba sobre los hombres del desierto. Pero más tarde, fueron las grandes familias que prosperaron, gracias a sus aguas, quienes tomaron el relevo y decidían sobre las leyes del hombre y también sobre las de la naturaleza misma. La serpiente de enorme caudal se convirtió entonces en un animal doméstico, acotado por la voluntad del faraón que permitía su paso como un dios. Sin embargo, el río podía ser tan indómito en algunas épocas del año que ni el mismo dios podía gobernar sobre esas aguas que dejaban de manar por aquel surco en la tierra, drenado de su sangre. Eran años de sequía tan extrema que las epidemias se cebaban con los hombres por la falta de reservas, como si el veneno de la hambruna que había inyectado el enorme Nilo no fuera suficiente. Es por ello, hijo mío que los habitantes de estas tierras construyeron el último refugio para aquellos que creían ser dioses sobre la naturaleza y decidieron llamarlo Ta-sekhet-ma´at. El valle de los últimos faraones.  

ORÁCULO DE DELFOS.
Al decidir las leyes que rigen la polis, se hace innegable la fuerza que imprime sobre el ágora el ala más conservadora. Los avances en el pensamiento filosófico de aquellos intelectuales que cuestionan al estado, sin embargo, ponen en tela de juicio la potestad de estos aferrados al poder. El oráculo no es independiente y desde Delfos se simula con engaño y alevosía la dirección que tomará el destino de los hombres, ya desde el inicio de la propia democracia. Aquí el pueblo no tiene nada que ver y los más propensos al cambio lo saben, lo asumen. Tan sólo esperan su momento. De repente, el oráculo habla y vaticina la victoria de un joven carismático y engreído. El favorito asume su cargo antes de realizar siquiera la votación en el foro, pues sabe que es una severa condición que la victoria sea comprada con misticismos consensuados. El peso de su voz se impone en la escala jerárquica que se establecía hasta el momento. Son tiempos de renovar la democracia y con todo, las escuelas de filosofía siguen descontentas, porque observan con detenimiento e imposibilidad la trampa, y advierten en sus discursos académicos que todos los sistemas son a la larga caducos, corruptos, pues el hombre está en constante movimiento.     

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