Hace mucho, se realizaba un proyecto
faraónico en una enorme ciudad con la intención de reunir al mayor número de
feligreses y crear de esta manera, un lugar santo y de peregrinaje. En esta
magna obra se vieron envuelto grandes escuelas de arquitectura y los mejores
maestros especialistas en cantería, vidrieros, ebanistas, carpinteros y
herreros.
Para cuando la enorme mole de piedras estaba
casi finalizada, con una nave central, otra de crucero, tal como mandan los
cánones, su capilla y pórtico con parteluz y rosetón incluidos, surgió un pequeño dilema. Dos
aprendices de distintas escuelas discutían sobre la forma de finalizar la cúspide
de esta catedral. Ambos defendían con ferocidad y vehemencia su postura ante el
gran maestre, su teoría respecto a la construcción de la torre más alta de aquella
obra arquitectónica.
- Maestro, deberíamos acabar la torre en
forma de cúpula pues de esta manera ampliaríamos la acústica, y con el replicar
de las campanas llegaríamos a oídos de Dios. –Defendía uno.
- ¡Eso es una locura! –Espetó el otro.- La
torre debe finalizar en una cumbre piramidal, una cúspide que roce el cielo.
Eso nos acercaría aún más a la morada de Dios.
Ambos exponían poderosos razonamientos que
sostenían las bases de sus ideas con coherencia. Pero el maestro arquitecto,
después de sopesar unos segundos, respondió con gran calma y determinación.
- Queridos efebos, ¿por qué os empeñáis en
separar en vez de aunar vuestro excelente trabajo? –Luego continuo.- Los dos
aportáis razones suficientes para que la torre se lleve a cabo de una u otra
manera. Pero la cúpula sola puede acarrear problemas e cuanto las cigüeñas
aniden sobre esta y por su altura sería difícil de reparar posteriormente.
Mientras que la cúspide en vértice ha demostrado que no es suficientemente
acústica para que el replicar de las campanas inunde cada rincón de la ciudad.
Por tanto, debemos construir una bóveda y sobre esta misma haremos el tejado
acabado en prisma regular.
- Pero maestro… -Increparon al unísono ambos
jóvenes.- ¿Qué hay de Dios? ¿Qué opinará al respecto, nuestro creador?
- Mis insensatos aprendices, dejad que Dios
construya para sí, lo que necesitan los hombres primero. –Sentenció de forma
lapidaria el viejo.
