viernes, 5 de diciembre de 2014

Relato: Teletransporte de la materia.

Aquel día el salón de actos del campus permanecía repleto. La expectación que se había suscitado era máxima, por motivos de que el doctor Henry Bonn Käuhser daba una conferencia sobre la presentación oficial de su proyecto. Bajo un halo de misterio, debía ofrecer la tesis de toda una vida trabajo y que él mismo había descrito con sus propias palabras: “como de una gran envergadura social”. A pesar de todo este revuelo generado en torno a su obra científica, el doctor no pensó en desvelar nada demasiado relevante. Esta cita ineludible solo era el fruto de una necesidad, la necesidad imperiosa de esclarecer sus avances y justificar el aval que la universidad le permitía desde hacía años, como físico nuclear y como catedrático emérito de la universidad.
- Estamos hartos de oír una y otra vez… -comenzó entrecortado- que la línea más corta entre dos puntos es una recta. Tal vez esta verdad sea una propiedad irrefutable para un geómetra o un matemático pero no para un físico especializado en el campo de la fisión atómica. La linealidad en el espacio tiempo, nos obliga a todos compañeros, a pensar en la estabilidad entrópica que se ha proyectado para permitir el desarrollo de la biología humana, dando como resultado las cotas más altas en la especie más avanzada hasta ahora conocida. Sin embargo, algunas de mis incursiones en los cuantos elementales, pueden arrojar luz sobre ciertas dudas de si la existencia de un cuerpo negro ideal, permiten que la nueva mecánica atisbe algunas escalas de reformulación, con respecto a las moléculas que se desenvuelven en el espacio tiempo en la relatividad general…        
Justo al terminar esta breve exposición, se alzó un molesto bullicio que se extendió por la sala a la velocidad de la luz. El profesor levantó en seguida la vista un poco alterado de entre sus hojas repletas de apuntes emborronados, imaginando a un público contrariado por la necesidad de debatir sobre tantos problemas metafísicos que conllevaban una propuesta con un cariz tan adverso en la física de aquel momento.  
- No estuve cinco años estudiando física cuántica para que un lunático me diga que toda la base científica actual es pura fantasía. -Se elevó una voz entre el murmullo.
- Desvaríos de una mente ilógica. – Espetó otra a continuación.- Algo más propio de un escritor de ficción como Wells que de un científico empírico.
Desde otros puntos dispares de la sala, se apresuraron más comentarios que se envalentonaban en escupir improperios en la misma línea.
-  ¡La ciencia no es un chiste! –Gritaba uno jaleado por la algarabía.
- ¿Qué pretendes hacernos ver con esas hipótesis sin sentido?
- ¿Crees acaso que somos ignorantes, personas a las que puedes engañar sin más?
Las reacciones eran similares a las que siempre se había encontrado en su lugar de trabajo. Desde que comenzara, ya hace más de año y medio, había visto como un mar embravecido de críticas y comentarios despectivos, chocaban una y otra vez contra la roca de seguridad que representaba su trabajo, el parapeto en el que se había refugiado continuamente. Sin lugar a duda, su obstinación por transformar esa idea tan clara en su cabeza en algo real y palpable, era lo único que le empujaba para continuar sin descanso. Cuanto mayor se hacía la crítica, tanto mayor era el avance en su carrera de fondo. Por otro lado, comprender que todo ese revuelo era generado por la horrible forma en que resonaba el título que encabeza su proyecto, teletransporte de la materia, era entender que verdaderamente aquello congeniaba en las conciencias de aquellas personas versadas en sus estudios a pura ciencia ficción. El día anterior había trasnochado intentando arreglar los desajustes que los gráficos de mediciones le indicaban en el control del espacio y el tiempo dentro de una enorme cabina de reacción de fisión. Pero en ese instante, no encontraba fuerzas en ningún ápice de su cuerpo para enfrentarse a toda una sala repleta de hombres con batas blancas y doctos en las realidades empíricas que ofrecía las formas de la materia en la Tierra.
- Lo siento señores… -retoma algo confuso su discurso– Así no puedo exponer mi trabajo de ninguna manera posible.
Acto seguido, subió las pocas escaleras que llevaban directo hasta la salida de emergencia con la celeridad de un rayo, una huida que dejaba atrás un jaleo producto de auténticas fieras embravecidas por un mar de dudas sobre invertir el orden de los acontecimientos en el tiempo. Después de su forzado abandono por hacer comprender a los demás la novedad de su empresa, cruzó los jardines del campus hasta su santo sanctórum, la sala donde daba cabida a su magnífica idea. Dentro, nadie podía reprocharle nada. De hecho, muchos se dejaban caer por allí y excepto su joven ayudante Martin, ninguno comprendía nada de lo que veía realmente. El nombre de dicho aparato complejo, aún era algo no concretado. Y desde la muerte de su gran amigo Albert Einstein, el cual le había aconsejado en un par de ocasiones, todo parecía que apuntaba a que una teoría del todo era imposible, y que por tanto nadie creería jamás que aquello pudiera llegar a ser realizable. Henry había asimilado de forma traumática que ambos científicos se habían convertidos en dos genios incomprendidos, para el resto de la comunidad.
Nada más entrar cerró ambos batientes de la pesada puerta tras de sí. Ahora parecía respirar aliviado. La habitación estaba repleta de cables de colores, distinguiendo su verdadera importancia entre montones de tubos que se plegaban en interminables curvas. Estos a su vez, se agitaban entre laberínticas tuberías de cobre y plomo que liberaban su presión en momentos puntuales. El manómetro y los termopares no indicaban nada anormal en el funcionamiento de la reacción en la maquinaria. Había dejado todo el complejo activo por si tenía que realizar alguna demostración después de la charla. Por si aquello de una exposición oral sin resultados obvios, no era del todo efectivo. Entonces, volvió sobre sus pasos para cerrar el pestillo corredizo de la puerta y realizar algunas mediciones rutinarias complementarias, ajuntándolo todo para realizar un “desplazamiento” que es como Henry llamaba a la puesta en marcha de la enorme cabina.
Hasta ese preciso momento, a duras penas había logrado una pobre rata de laboratorio chamuscada por las terribles radiaciones y algunos pequeños objetos que se habían desplazado aparentemente de manera fortuita. Pero esta vez correría el riesgo más alto, ya que los resultados eran tan exactos que nada parecía indicar que su decisión fuera incorrecta. De este modo tomó algunas notas previas en su archivador, activó varios interruptores para llevar la máquina a pleno rendimiento y un ruidoso refrigerador alimentado con otra energía alternativa, se puso en marcha para evitar el sobrecalentamiento que producía todo el circuito eléctrico. 
- Con esta última prueba, lograré demostrar al mundo que tengo razón. –Dijo en voz alta.- Una vez haya finalizado, callaré a todos esos bocazas de una vez y por todas.
Abrió la gruesa puerta de acero que daba paso a una estrecha cabina para un solo ocupante humano. Desde el interior cerró girando un volante que anclaba la puerta y pulsó el botón sin vacilar un segundo. De repente, una serie de estelas blancas y azules empezaron a envolverle. Luego aparecieron unas formas abrasivas en la piel, provocadas al generar elevadas incidencias de radiación, sobre la estructura molecular que suponía las propias células de su cuerpo biológico. Sin embargo, la instalación de una enorme resistencia proporcionaba la incidencia correcta, permitiendo que la vida no sucumbiera al impacto directo de dicha acumulación de partículas radiactivas. Observó agobiado como se elevada la temperatura. A través de un pequeño ojo de buey buscó un cambio en el exterior más estático. De manera instintiva se miró las manos que simplemente quedaban en un estado de vejez severa. Le comenzaron a pesar los brazos. Se percató de que también las piernas. Cuando no pudo más, se recostó sobre el interior de la cabina que había dejado de desprender ese calor intenso. Por último, comenzó a sentir una incomodidad por la extenuación que dio paso una bajada en el ritmo cardíaco, como si por su cuerpo pasaran de golpe los años. Asustado, observó atónito su reflejo vetusto y demacrado sobre el cristal de la ventanilla circular.
- ¡Oh, no! –Gritó sorprendido.- ¿Cómo ha podido suceder? -Sus fuerzas se vieron mermadas y aún mas su ánimo.
El rostro del Henry había envejecido decenas de años y parecía tener un lustro. En su cara tomaron forma todos los huesos que componían su cráneo, solo recubierto por una fina capa de piel repleta de manchas y arrugas. Algunos pelos blanquecinos caían débilmente por su frente, finos y livianos como si tratasen de una pluma. Esta aceleración en el proceso de envejecimiento de todas las células del doctor le produjeron un obvio deterioro en los órganos vitales. Posiblemente tenía reuma, una artritis aguda en todas sus articulaciones, protuberancias en forma de melanomas, anemia y algún problema en el aparato circulatorio. Para cuando lo encontraran estaría muerto por una vejez prematura, debido a la aceleración de su propio tiempo y no por los motivos de su verdadera búsqueda. Tan solo disponía de unos segundos de vida que le sabían a una amarga victoria muy macabra. En sus últimos pensamientos nada de eso le fastidiaba tanto, de manera irracional barajaba la idea absurda de no haber podido disfrutar de la cara de todos aquellos incrédulos al descubrir que su máquina podía desplazar cosas en el tiempo según sus ideas erróneas. Henry perecería seguro de que su trabajo era la prueba palpable de que los “desplazamientos” en el tiempo funcionaban a la perfección. Además, quedaría postrado en el lugar exacto para demostrarlo.
Una aparición repentina, de una figura antropomórfica pero enfundada en un extraño traje asoma el rostro por la escotilla para observar al viejo doctor Henry. Nada más contemplar su rostro desfigurado, pronuncia las siguientes palabras con incredulidad:
- ¡Diantres! Hemos vuelto a fallar en la hora exacta… 

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