viernes, 14 de noviembre de 2014

Relato: 1. De madrugada.


El móvil suena como si fuese necesario ¿acaso alguien le requiere de madrugada? Las tenues presencia de la mañana que se manifiesta en tonos pálidos, bailan de manera desacompasada por su habitación desordenada. Modulan ritmos de una noche desdibujada empero destacada, nada aborrecible. Después de todo lo mejor es que acabara tomando un café para despejarse y se enfunde en seguida, la ropa que habla de sí de manera elegante. Es evidente que está determinado a no frenarse en su fuga, a pesar de que un breve vistazo a la algarabía producida en su habitación se lo sugiera. La cama es un campo de batalla. Las persianas semibajadas, tan solo dejan entrever la luz de un preludio consecuente. Por otro lado, las ventanas cerradas mantienen un sano olor viciado. Las notas recogidas por toda la mesilla, indicios de un pensamiento estructurado, acaban en el bolsillo derecho de la chaqueta. O son serios indicativos que le empujan a hacerse con su maletín de cuero para acudir con celeridad a una recepción. En ese preciso instante, recordar que tiene una cita con el destino, un imperativo propio y remarcado.
En la calle el aire es cálido pero no molesta, pues mantiene la seguridad cotidiana o señala la contrariedad de un día diferente. La vía transitada produce ruidos. Los ruidos conducen hasta el bordillo de una acera. Y un coche blanco se detiene justo frente a él guiado por su mano en alza. Al subir a este, interfiere en su realidad de sonidos de radiofrecuencias para buscar su salvoconducto entre sus pensamientos anotados. La tarjeta de visitas, como una citación para un lugar concreto. En contra a la voluntad propia, coge un montón de hojas sueltas del bolsillo de la chaqueta. Repentinamente un frenazo inoportuno. Un pitido estridente consecuente. El taxista que farfulla: “¡Dichoso los conductores de autocares!”. Y acto seguido, observar por la ventanilla el letrero de publicidad de unos grandes almacenes, una oferta, el número de registro del bus con tres cifras de dos números iguales, el primero suma las unidades, el segundo las dobla y el último difiere de ambos iguales en una unidad menos. El suceso no le permite parar a ordenar las pequeñas hojas y los nervios le atenazan la mano que deja escapar esos pocos apuntes sin orden. Recoger varios, dejar alguno bajo el asiento del conductor. Intentar recuperar este trozo de papel rezagado, le mantiene cabizbajo con la vista perdida en el suelo del vehículo. Ahí, agachado sobre sí, un aroma le recuerda ciertas normas poco éticas durante una noche extenuante. Sin embargo, no hay más tiempo para obnubilaciones. Pues, el vehículo estaciona en el lugar acordado con el taxímetro en marcha. La entrada al edificio se le hace enorme. Observar la imagen corporativa que decora aquella lata de conservas vivientes, como un envoltorio publicitario que imprime un magnetismo casi hipnótico. Allí le espera su futuro.
Tras superar esa espiral recíproca de “entrada/salida”, observar que la tónica habitual de las personas se mantiene similar a una nebulosa de miradas furtivas. Lo primero divisar y tomar el ascensor. En un sitio cerrado, estrecho, se puede decir que angosto, salva el aroma que se mantiene desde haber recuperado una de sus anotaciones concretas en el dichoso taxi. Después, las puertas automáticas dan pie a un pasillo amplio que desemboca en un enorme mostrador, con un emblema desdibujado por un desorganizado va y ven de personas colmadas con sus recetas cotidianas, las que les permiten permanecer al pie. Tras el recibidor una hermosa mujer que le devuelve a un deyaví incesante y le dirige una agradable sonrisa de complicidad. Y al entregar la tarjeta de visita, antes esquiva y ahora en su contexto reseñado, esta le hace esperar con agradables maneras. Unas delicadas manos femeninas que se encajan en un paréntesis positivo. Ya se puede hacer la entrevista eterna o exhaustiva, con una intuición tan marcada sobre un día grande. A la salida, la efusividad de la tensión acumulada le hará sonreír como un idiota. Pero ella le devolverá una nueva mirada, de esas que se quedan clavadas. Tras ese momento de evasión, surge una escueta interrogación emitida a través del manos libres y desintencionadamente oír algunas palabras sueltas. A continuación, pregunta: “¿Para cuándo la cita?” Las miradas se encuentran con demasiada frecuencia. “Es para hoy. ¿No lo recuerdas?” Una respuesta más breve que la pregunta y un ademán que muestra una vez más la tarjeta. “Tal vez lo hubiera olvidado.” Ella sale de detrás para mostrar su figura y le acompaña hasta la sala de reuniones, donde hará lo que ha venido a hacer. En la antesala a dicha sala, en el preludio a dicho acontecimiento, un cartel indica que el habitáculo mantiene un orden establecido para el edificio al que ha sido asignado; pues son suficientes sus cifras como para justificar tres formas de contarlo, en dos, en tres y en cinco veces y un solo múltiplo como un mínimo común para las tres, el número dos, dicho resultado es además la cifra de la suma de tres triangulares.          

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