El
móvil suena como si fuese necesario ¿acaso alguien le requiere de madrugada? Las
tenues presencia de la mañana que se manifiesta en tonos pálidos, bailan de
manera desacompasada por su habitación desordenada. Modulan ritmos de una noche
desdibujada empero destacada, nada aborrecible. Después de todo lo mejor es que
acabara tomando un café para despejarse y se enfunde en seguida, la ropa que
habla de sí de manera elegante. Es evidente que está determinado a no frenarse
en su fuga, a pesar de que un breve vistazo a la algarabía producida en su
habitación se lo sugiera. La cama es un campo de batalla. Las persianas
semibajadas, tan solo dejan entrever la luz de un preludio consecuente. Por
otro lado, las ventanas cerradas mantienen un sano olor viciado. Las notas
recogidas por toda la mesilla, indicios de un pensamiento estructurado, acaban
en el bolsillo derecho de la chaqueta. O son serios indicativos que le empujan
a hacerse con su maletín de cuero para acudir con celeridad a una recepción. En
ese preciso instante, recordar que tiene una cita con el destino, un imperativo
propio y remarcado.
En
la calle el aire es cálido pero no molesta, pues mantiene la seguridad
cotidiana o señala la contrariedad de un día diferente. La vía transitada produce
ruidos. Los ruidos conducen hasta el bordillo de una acera. Y un coche blanco
se detiene justo frente a él guiado por su mano en alza. Al subir a este, interfiere
en su realidad de sonidos de radiofrecuencias para buscar su salvoconducto
entre sus pensamientos anotados. La tarjeta de visitas, como una citación para
un lugar concreto. En contra a la voluntad propia, coge un montón de hojas
sueltas del bolsillo de la chaqueta. Repentinamente un frenazo inoportuno. Un
pitido estridente consecuente. El taxista que farfulla: “¡Dichoso los
conductores de autocares!”. Y acto seguido, observar por la ventanilla el
letrero de publicidad de unos grandes almacenes, una oferta, el número de
registro del bus con tres cifras de dos números iguales, el primero suma las unidades,
el segundo las dobla y el último difiere de ambos iguales en una unidad menos. El
suceso no le permite parar a ordenar las pequeñas hojas y los nervios le
atenazan la mano que deja escapar esos pocos apuntes sin orden. Recoger varios,
dejar alguno bajo el asiento del conductor. Intentar recuperar este trozo de papel
rezagado, le mantiene cabizbajo con la vista perdida en el suelo del vehículo.
Ahí, agachado sobre sí, un aroma le recuerda ciertas normas poco éticas durante
una noche extenuante. Sin embargo, no hay más tiempo para obnubilaciones. Pues,
el vehículo estaciona en el lugar acordado con el taxímetro en marcha. La
entrada al edificio se le hace enorme. Observar la imagen corporativa que
decora aquella lata de conservas vivientes, como un envoltorio publicitario que
imprime un magnetismo casi hipnótico. Allí le espera su futuro.
Tras
superar esa espiral recíproca de “entrada/salida”,
observar que la tónica habitual de las personas se mantiene similar a una nebulosa
de miradas furtivas. Lo primero divisar y tomar el ascensor. En un sitio
cerrado, estrecho, se puede decir que angosto, salva el aroma que se mantiene
desde haber recuperado una de sus anotaciones concretas en el dichoso taxi. Después,
las puertas automáticas dan pie a un pasillo amplio que desemboca en un enorme
mostrador, con un emblema desdibujado por un desorganizado va y ven de personas
colmadas con sus recetas cotidianas, las que les permiten permanecer al pie. Tras
el recibidor una hermosa mujer que le devuelve a un deyaví incesante y le dirige
una agradable sonrisa de complicidad. Y al entregar la tarjeta de visita, antes
esquiva y ahora en su contexto reseñado, esta le hace esperar con agradables
maneras. Unas delicadas manos femeninas que se encajan en un paréntesis positivo.
Ya se puede hacer la entrevista eterna o exhaustiva, con una intuición tan
marcada sobre un día grande. A la salida, la efusividad de la tensión acumulada
le hará sonreír como un idiota. Pero ella le devolverá una nueva mirada, de
esas que se quedan clavadas. Tras ese momento de evasión, surge una escueta
interrogación emitida a través del manos libres y desintencionadamente oír
algunas palabras sueltas. A continuación, pregunta: “¿Para cuándo la cita?” Las
miradas se encuentran con demasiada frecuencia. “Es para hoy. ¿No lo
recuerdas?” Una respuesta más breve que la pregunta y un ademán que muestra una
vez más la tarjeta. “Tal vez lo hubiera olvidado.” Ella sale de detrás para
mostrar su figura y le acompaña hasta la sala de reuniones, donde hará lo que
ha venido a hacer. En la antesala a dicha sala, en el preludio a dicho acontecimiento,
un cartel indica que el habitáculo mantiene un orden establecido para el
edificio al que ha sido asignado; pues son suficientes sus cifras como para justificar
tres formas de contarlo, en dos, en tres y en cinco veces y un solo múltiplo
como un mínimo común para las tres, el número dos, dicho resultado es además la
cifra de la suma de tres triangulares. 
No hay comentarios:
Publicar un comentario