Hubo una vez, unos tratantes de Sevilla con
la intención de cruzar despeñaperros hasta topar con Castilla. Eran jóvenes e
impetuosos sin olvidar respetuosos. Más aquello cambiaria con su paso por una
venta de Andalucía. Se hacía de noche en el camino, algo peligroso para
cualquier viajero sin condiciones. Así es que decidieron tomar hospedaje en la
posada más cercana, una pequeña venta no muy cerca de Granada. Al llegar a la
entrada hallaron a un anciano menesteroso que pedía limosna con aspecto lastimoso.
Los jóvenes comerciantes lo vieron desvalido y pensaron que también falto de
raciocinio. Entonces quisieron gastarle una broma.
- Buenas noches, amable hombre. –Comento uno
mientras se le acercaba junto al resto de amigos.
- Buenas noches tengan ustedes caballeros,
-respondió el anciano- no podrían ayudar a este viejo enfermo, con una miserable
limosna.
- Podríamos y no con eso le solucionaríamos
la pobreza. Más si usted quiere yo le voy a contar un secreto sobre el agua de
ese abrevadero, que le solucionara el problema de su mal agüero.
- A mí que me place, señores.
- Según tengo entendido, -continuo el
comerciante, seguido muy de cerca por sus acompañantes que esperaban con
entusiasmo, ver por dónde iba a salir- beber del agua de ese lugar de caballos
cambia la situación del que la beba. Es decir, el que está enfermo, enseguida
sana; el que es pobre, de la noche al día se enriquece; y el que es triste,
enseguida se torna en alegrías.
El viejo oyó con atención su consejo. Este
que era enfermo pero no falto de entendimiento, enseguida supo que aquellos
comerciantes venían con engaño por entretenerlo en su viaje, así que les siguió
en la falacia.
- No le falta razón, querido amigo. Yo llegué
a este lugar con una condición lastimera. Solo dios y mi cuerpo saben en qué
lugar entre la vida y la muerte, me encontraba en ese instante. Más, buscaba
solución en esas aguas de las que una vez oí hablar. Luego, fue beber de las
que decís y quede salvo al instante. Si ahora creen que estoy enfermo deberían
haberme visto horas antes. –El viejo se dio golpecitos con su bastón sobre su
pierna en ademan de buena salud.
Los hombres quedaron con la duda de no saberle
contestar. Así que diéronle unos pocos trapos con algunas despedidas.
Durante la noche los comerciantes que se
alojaron en la venta decidieron probar del agua, dudosos de si aquello que
había empezado como una falacia se tornaba en realidad por aquello del azar. Pensaron
que si no por la salud, tal vez hicieran buenas las ventas que portaban en sus
jumentos. De esta forma, en cuanto vieron despejada la entrada a la venta y en
mitad de la penumbra, bajaron al abrevadero. Luego, empezaron a beber de su agua
estancada. El olor de aquel brebaje, en donde solo bebían asnos y equinos, era
nauseabundo. Mas, ninguno deseaba concluir su viaje con enfermedad alguna. Así
pues preferían beber y prevenir que curarse con sus las dudas. Luego, de haber
llenado los propios estómagos, decidieron rellenar unos pellejos para el camino.
Por si acaso.
A la mañana siguiente con el despertar, todos
ellos enfermos con un dolor que parecía provocado por los ardores del mismo
infierno. Sin embargo, no quisieron decir nada, pues sabían que aquello sería
de estigma entre hombres de mundo. No les tomaría por cabales, no les
considerarían hombres de razón. Luego, no sería honroso si narraban lo
acontecido con aquel abrevadero, donde tan solo bebían animales.
Por ende, decidieron partir con celeridad para
llegar lo más raudo a la ciudad más próxima y así, poder visitar a algún médico
que remedirá un dolor tan agudo. Si de paso se topaban al viejo vagabundo en el
mismo caminar, pues aquel ya había retomado su sendero, le recriminarían su
burla con escarnios.
Cuando habían pasado unas cuantas horas arda
travesía, entre llantos y sollozos, vieron la figura del viejo que con
insistencia pedía. Se acercaron hasta él y le dijo el mismo que inició la vez
pasada la conversación:
- ¡Maldito, perro lastimero! Tú, nos has aconsejado
con falacia. Por tu culpa hemos enfermado al beber de aquel agua de pudredumbre.
Pues, no es cierto que sea de sanación sino a lo sumo para las bestias inmundas.
El hombre en seguida recordó las palabras que
allí se hablaron. A lo hecho contestó:
- Eso que decís no es cierto, buen hombre.
Pues, de vuesas mismas palabras tome yo las mías. Vos mismos dijisteis aquel
día que bebiendo de esas aguas cambiaría mí desdicha. Más, yo que estaba
enfermo de gravedad quede enfermo de levedad. Vosotros que estabais sanos, aun
bebisteis agua y caísteis enfermos.
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