martes, 7 de enero de 2014

Relato vitalista: El elixir de la felicidad.

Cierta ocasión, un mercader ambulante visitó un pequeño poblado en el que vivía un muchacho llamado Pablo, protagonista de esta historia. El anciano vendedor cantaba las alabanzas de un remedio casero llamado “el elixir de la felicidad”. “No encontraran nada parecido. Tan revelador, tan fresco que les parecerá casi mágico. No lo duden ni un instante, amigos.” Decía a viva voz.
Ningún aldeano en el pueblo, se atrevía a ser el primero en pagar unas monedas a aquel buhonero por ese dudoso tratamiento contra la desidia, para no quedar en ridículo ante los demás presentes. Pero entonces, se adelantó Pablo en un acto atrevido, sin dudar de las propiedades del extraño tónico. El muchacho, parecía estar obnubilado por las palabras del vendedor y aproximándose al carromato sacó del bolsillo de su pantalón el precio justo que el viejo pedía por uno de los frascos. Al instante, un centenar de ojos se posaron sobre su persona, mientras sus bocas murmuraban como el inocente podía haber caído en aquella estafa tan descarada.
A la mañana siguiente, Pablo sacó el frasco del bolsillo en que lo había guardado y convencido todavía de sus propiedades, se lo bebió de un trago. Al principio, solo sentía calma. Luego le invadió un gran sosiego en su interior y más tarde, se tornó en una paz profunda. El resto del día le sucederían una serie de acontecimientos, que tan solo se le podían asignar al hombre más afortunado del mundo. Y es que nada más salir de casa encontró unas monedas, con las que compro el diario de la capital. Convencido de su buena racha, reviso con ánimo la sección de empleos y señaló la primera oferta que llamó su atención. Acudió a la entrevista e incluso pudo conseguir el puesto. Era increíble lo que había logrado con unas pocas gotas enfrascadas en un bote de cristal.
Pasaron varios meses y el muchacho obtuvo en ese tiempo un trabajo estable, un maravilloso hogar y una buena esposa llamada Emilia, a punto de darle su primer hijo. Sin embargo, Pablo tuvo un ligero malestar en su trabajo. Lo que parecía una simple anécdota se acrecentó y le llevo a discutir con su jefe. Eso le costó el despido inmediato. Y poco tiempo después, llego el día del parto de Emilia y pensó que con la venida del pequeño, cambiaría su situación. Más por el contrario, no pudo pagar un buen tratamiento para su débil esposa, debido al desamparo de sus escasos medios. Así que su mujer enfermó irremediablemente, tras el complicado parto.
En el trascurso de los días, el muchacho oyó de nuevo noticias sobre el viejo ambulante. Según parecía pasaba por un poblado cercano. Sus pensamientos achacaron su mala situación a la poción de aquel engañabobos. Así pues, no lo dudó dos veces. Dejo a su mujer y al recién nacido en buena compañía y gastó casi todo lo que le quedaba para emprender el viaje en busca de respuestas. Nada más llegar al pueblo vecino, se topó con el peculiar mercader que narraba con armonía las propiedades de su producto milagroso como de costumbre y que ahora, vendía en frascos más pequeños todavía, gracias al éxito que estaba teniendo el producto.
-¡Oiga señor!- Grito Pablo al verlo.
-Dígame joven.
-Le compro dos frascos con lo que me queda en el bolsillo.
Pensó en recuperar la suerte suficiente tras tomar la doble ración del elixir y de esta manera, recuperar al instante el dinero para regresar a su casa.
-Lo siento. -Dijo el mercader bastante triste que lo reconoció al momento.- No puedo venderte otro elixir de la felicidad.
- ¿Cómo que no, anciano? -Contestó sorprendido por la negativa.- Con este dinero le pago suficiente.
- No se trata del dinero, joven. Es que nunca he vendido dos veces en el mismo poblado, para evitar de esta forma venderle a la misma persona.
- Señor, necesito ese líquido como sea. -Insistió el joven ante el asombro del populacho- Mi suerte ha desaparecido desde hace algún tiempo.
- No, amigo. Eres tú el que has dudado de tu propia suerte.
- Pero he perdido mi empleo y mi esposa está muy enferma. –Le insistió desesperado.              
- Querido, te voy a revelar un secreto, -dijo el viejo en voz baja, casi susurrándole al oído.- Tan solo un elixir basta para cambiar la vida de un hombre, si de veras cree en sus propiedades. Son solo unas pocas gotas de fe para corazones valientes y dispuestos.


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