Cuenta
una historia local que un pobre pescador se alejó del lugar de pesca habitual
río arriba, debido a la escasez de capturas en las cercanías. La historia
asegura que este hombre portaba siempre en su cinto un valioso objeto de
orfebrería, una daga bañada en oro, decorada con multitud de piedras preciosas
incrustadas y que recibió de su padre, quien a su vez recibió de las manos
agradecidas de un señor. Este objeto había sido escondido como un tesoro
familiar durante generaciones, con la intención de ser vendido solo en caso de
absoluta necesidad. Según la versión más antigua de esta narración, tras haber
navegado unos kilómetros, el personaje decidió detenerse en un pequeño remanso
donde el río tenía mayor profundidad. El pescador reconoció en su experiencia
que aquel lugar era apropiado para la pesca por su abundante caudal. “¿Quién sabe? Lo mismo encuentro a la “Gran
Carpa”, de la que tanto se habla en la región.” Pensó.
Decidido
a probar suerte soltó una modesta red y a continuación, preparó un sedal.
Después, esperó unas cuantas horas ya que como él bien sabía, al arte de la
pesca se sustenta en la paciencia. De repente, las pequeñas boyas redondas que
sostenían a flote una parte de la red, describieron una serie de movimientos
repetidos y su sedal se tensó al mismo tiempo, llevando al extremo la curvatura
de su caña. Aquella señal significaba una enorme presa. De inmediato, se
levantó para recoger ambas trampas para peces. Sin embargo, se puso tan
nervioso que no sabía a cuál de las dos acudir primero y puesto que la red se
estaba alejando de la barca, decidió recogerla lo antes posible. El pescador
estaba tan excitado pensando en su captura que no se percató de que la valiosa
daga se deslizaba suavemente de su cinto para caer al agua. Nada más darse
cuenta de su desgracia, soltó la red y olvidó la caña. Entonces, busco en el
fondo del caudal donde observó un brillo titilante. Aquel reflejo del sol se
hundía lentamente en la profundidad del río. Pero después de reunir la valentía
suficiente para arrojarse al agua, descubrió una enorme silueta cruzando bajo
su barca. Por la agilidad y celeridad de la figura supuso que se trataba de la
famosa “Gran Carpa”. Y temeroso de sus exageradas proporciones, el pescador
esperó a ver si el horrible animal se marchaba y acudir en busca de su preciado
objeto. Pasaron los minutos y empezó a perder la esperanza. Negándose a
abandonar el tesoro, en un intento por ahuyentar al animal, grito a viva voz:
-
¡Maldito seas, horrible bicho! ¡Márchate o no podré recuperar mi arma!
De
repente, la silueta fue cobrando forma en la superficie, muy próxima a la
barcaza. Una larga y afilada espina dorsal, rodeada de grandes escamas
cobrizas, asomaron del agua. Y bajo la enorme hilera de agujas florecieron unos
ojos del tamaño de dos platos y de un color dorado. El animal miró de manera
fija al pescador que atónito ante la situación, se quedó rígido como una
piedra.
-
No pretendo marcharme de mi hogar. –Le respondió la carpa en un alarde de
intenciones.
-
Pero… ¿tú hablas? –Balbuceó el hombre explotando de asombro.
-
Siempre he hablado. Solo que nadie me ha preguntado.
-
Si no te quieres marchar, al menos podrías ayúdame a recuperar mi tesoro. Es
ese objeto que brilla con intensidad allá en el fondo.
-
Espera un momento, -espetó el animal- yo soy una carpa y tú un pescador. ¿Qué
te hace pensar que te ayudaré, siendo tu quien captura a los peces?
-
Por favor, he perdido la pieza más valiosa de mi vida.
-
¿Tan valioso es ese objeto? –Preguntó la curiosa carpa.
-
Tanto, que si lo recuperase y lo vendiese, no tendría más necesidad de volver a
este río para capturar a los de tu especie. – Comentó con argucia el
desesperado pescador.
-
Si no vienes tú vendrán otros a hacerlo por ti, pues te alimentas igualmente de
mi carne.
El
pescador, viendo que no tenía nada que hacer suplicó en un último intento de
conmover al animal de que le ayudase a recuperar su daga.
-
Te lo ruego, Gran Carpa. Ese objeto es realmente la pieza más valiosa de mi
vida.
-
Por tus palabras veo que estas solo en la vida, sin familia, ni amigos.
-
No es verdad, tengo amigos y familiares. Más ese objeto que brilla en lo
profundo vale más que mi propia vida. –Insistió el hombre.
-
De acuerdo, recuperaré tu preciado objeto. Pero antes, prométeme primero que no
volverás a probar de las carnes de los que habitamos este río, en el resto de
tu vida.
-
Te lo juro por mi existencia.
La
acuática figura tornó a las profundidades y en pocos segundos, regresó a la
superficie con la boca entreabierta. Del interior de las gelatinosas fauces del
animal, surgían brillos de colores, como reflejos de las distintas piedras que
decoraban la hermosa creación de orfebrería.
-
Para recuperar tu arma deberás cogerlo tú mismo, pues sin manos me es imposible
devolvértelo. –evidenció el animal.
El
hombre se abalanzó sobre el brillante objeto sin pensarlo dos veces. En cuanto
había introducido medio cuerpo dentro de las fauces, descubrió con horror que
los brillos lo emitían las escamas de los restos de otros peces, devorados por
la Gran Carpa. Por el contrario, su daga continuaba reposando en el fondo.
Finalmente, se cerró la única vía de escape para la victima del enorme monstruo
de río. Luego, sabiendo que su captura aún se mantenía con vida, exclamó el pez
satisfecho:
-
Que mi capacidad de hablar no te confunda, yo sigo siendo pez y tu pescador.

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