lunes, 20 de enero de 2014

Poemas breves.

Deja que otros
se ahoguen en vicios
que rían, lloren al filo
de sus precipicios.
Tan solo consume
las delicadas horas,
ante la proximidad
de tu propio juicio.
                       
                                          La voz de la conciencia II.

Atrevido pertinaz,
recurrente insensato.
Seductor escribano,
sobre papel mordaz.
               
                                    Deseo.

La perlada, a las miradas.
Es como luz, es reservada.
En su letra, de condición.
Revestida, entreverada.
                    
                                       Suma de letras.

Es simbiosis drástica
de naturaleza básica.
Un caudal de cifras
en ríos de fibras.
Nomenclatura numérica,
de apariencia lumínica.
Información a raudales,
en referencias semánticas.

                             
                                    W.w.w.


Botarate, ganapán,
alimenta su desdicha,
con productos de la tierra.
Buenas dosis de patraña,
arte y bulos muy de España.
Doble plato de boniato,
para el pobre mojigato.
                                       
                                                                           Desahogo.                                            

lunes, 13 de enero de 2014

Cuento Macabro: La Gran Carpa.

Cuenta una historia local que un pobre pescador se alejó del lugar de pesca habitual río arriba, debido a la escasez de capturas en las cercanías. La historia asegura que este hombre portaba siempre en su cinto un valioso objeto de orfebrería, una daga bañada en oro, decorada con multitud de piedras preciosas incrustadas y que recibió de su padre, quien a su vez recibió de las manos agradecidas de un señor. Este objeto había sido escondido como un tesoro familiar durante generaciones, con la intención de ser vendido solo en caso de absoluta necesidad. Según la versión más antigua de esta narración, tras haber navegado unos kilómetros, el personaje decidió detenerse en un pequeño remanso donde el río tenía mayor profundidad. El pescador reconoció en su experiencia que aquel lugar era apropiado para la pesca por su abundante caudal. “¿Quién sabe? Lo mismo encuentro a la “Gran Carpa”, de la que tanto se habla en la región.” Pensó.
Decidido a probar suerte soltó una modesta red y a continuación, preparó un sedal. Después, esperó unas cuantas horas ya que como él bien sabía, al arte de la pesca se sustenta en la paciencia. De repente, las pequeñas boyas redondas que sostenían a flote una parte de la red, describieron una serie de movimientos repetidos y su sedal se tensó al mismo tiempo, llevando al extremo la curvatura de su caña. Aquella señal significaba una enorme presa. De inmediato, se levantó para recoger ambas trampas para peces. Sin embargo, se puso tan nervioso que no sabía a cuál de las dos acudir primero y puesto que la red se estaba alejando de la barca, decidió recogerla lo antes posible. El pescador estaba tan excitado pensando en su captura que no se percató de que la valiosa daga se deslizaba suavemente de su cinto para caer al agua. Nada más darse cuenta de su desgracia, soltó la red y olvidó la caña. Entonces, busco en el fondo del caudal donde observó un brillo titilante. Aquel reflejo del sol se hundía lentamente en la profundidad del río. Pero después de reunir la valentía suficiente para arrojarse al agua, descubrió una enorme silueta cruzando bajo su barca. Por la agilidad y celeridad de la figura supuso que se trataba de la famosa “Gran Carpa”. Y temeroso de sus exageradas proporciones, el pescador esperó a ver si el horrible animal se marchaba y acudir en busca de su preciado objeto. Pasaron los minutos y empezó a perder la esperanza. Negándose a abandonar el tesoro, en un intento por ahuyentar al animal, grito a viva voz:
- ¡Maldito seas, horrible bicho! ¡Márchate o no podré recuperar mi arma!
De repente, la silueta fue cobrando forma en la superficie, muy próxima a la barcaza. Una larga y afilada espina dorsal, rodeada de grandes escamas cobrizas, asomaron del agua. Y bajo la enorme hilera de agujas florecieron unos ojos del tamaño de dos platos y de un color dorado. El animal miró de manera fija al pescador que atónito ante la situación, se quedó rígido como una piedra.
- No pretendo marcharme de mi hogar. –Le respondió la carpa en un alarde de intenciones.
- Pero… ¿tú hablas? –Balbuceó el hombre explotando de asombro.
- Siempre he hablado. Solo que nadie me ha preguntado.
- Si no te quieres marchar, al menos podrías ayúdame a recuperar mi tesoro. Es ese objeto que brilla con intensidad allá en el fondo.
- Espera un momento, -espetó el animal- yo soy una carpa y tú un pescador. ¿Qué te hace pensar que te ayudaré, siendo tu quien captura a los peces?
- Por favor, he perdido la pieza más valiosa de mi vida.
- ¿Tan valioso es ese objeto? –Preguntó la curiosa carpa.
- Tanto, que si lo recuperase y lo vendiese, no tendría más necesidad de volver a este río para capturar a los de tu especie. – Comentó con argucia el desesperado pescador.
- Si no vienes tú vendrán otros a hacerlo por ti, pues te alimentas igualmente de mi carne.
El pescador, viendo que no tenía nada que hacer suplicó en un último intento de conmover al animal de que le ayudase a recuperar su daga.
- Te lo ruego, Gran Carpa. Ese objeto es realmente la pieza más valiosa de mi vida.
- Por tus palabras veo que estas solo en la vida, sin familia, ni amigos.
- No es verdad, tengo amigos y familiares. Más ese objeto que brilla en lo profundo vale más que mi propia vida. –Insistió el hombre.
- De acuerdo, recuperaré tu preciado objeto. Pero antes, prométeme primero que no volverás a probar de las carnes de los que habitamos este río, en el resto de tu vida.
- Te lo juro por mi existencia.
La acuática figura tornó a las profundidades y en pocos segundos, regresó a la superficie con la boca entreabierta. Del interior de las gelatinosas fauces del animal, surgían brillos de colores, como reflejos de las distintas piedras que decoraban la hermosa creación de orfebrería.
- Para recuperar tu arma deberás cogerlo tú mismo, pues sin manos me es imposible devolvértelo. –evidenció el animal.
El hombre se abalanzó sobre el brillante objeto sin pensarlo dos veces. En cuanto había introducido medio cuerpo dentro de las fauces, descubrió con horror que los brillos lo emitían las escamas de los restos de otros peces, devorados por la Gran Carpa. Por el contrario, su daga continuaba reposando en el fondo. Finalmente, se cerró la única vía de escape para la victima del enorme monstruo de río. Luego, sabiendo que su captura aún se mantenía con vida, exclamó el pez satisfecho:
- Que mi capacidad de hablar no te confunda, yo sigo siendo pez y tu pescador.
 

martes, 7 de enero de 2014

Relato vitalista: El elixir de la felicidad.

Cierta ocasión, un mercader ambulante visitó un pequeño poblado en el que vivía un muchacho llamado Pablo, protagonista de esta historia. El anciano vendedor cantaba las alabanzas de un remedio casero llamado “el elixir de la felicidad”. “No encontraran nada parecido. Tan revelador, tan fresco que les parecerá casi mágico. No lo duden ni un instante, amigos.” Decía a viva voz.
Ningún aldeano en el pueblo, se atrevía a ser el primero en pagar unas monedas a aquel buhonero por ese dudoso tratamiento contra la desidia, para no quedar en ridículo ante los demás presentes. Pero entonces, se adelantó Pablo en un acto atrevido, sin dudar de las propiedades del extraño tónico. El muchacho, parecía estar obnubilado por las palabras del vendedor y aproximándose al carromato sacó del bolsillo de su pantalón el precio justo que el viejo pedía por uno de los frascos. Al instante, un centenar de ojos se posaron sobre su persona, mientras sus bocas murmuraban como el inocente podía haber caído en aquella estafa tan descarada.
A la mañana siguiente, Pablo sacó el frasco del bolsillo en que lo había guardado y convencido todavía de sus propiedades, se lo bebió de un trago. Al principio, solo sentía calma. Luego le invadió un gran sosiego en su interior y más tarde, se tornó en una paz profunda. El resto del día le sucederían una serie de acontecimientos, que tan solo se le podían asignar al hombre más afortunado del mundo. Y es que nada más salir de casa encontró unas monedas, con las que compro el diario de la capital. Convencido de su buena racha, reviso con ánimo la sección de empleos y señaló la primera oferta que llamó su atención. Acudió a la entrevista e incluso pudo conseguir el puesto. Era increíble lo que había logrado con unas pocas gotas enfrascadas en un bote de cristal.
Pasaron varios meses y el muchacho obtuvo en ese tiempo un trabajo estable, un maravilloso hogar y una buena esposa llamada Emilia, a punto de darle su primer hijo. Sin embargo, Pablo tuvo un ligero malestar en su trabajo. Lo que parecía una simple anécdota se acrecentó y le llevo a discutir con su jefe. Eso le costó el despido inmediato. Y poco tiempo después, llego el día del parto de Emilia y pensó que con la venida del pequeño, cambiaría su situación. Más por el contrario, no pudo pagar un buen tratamiento para su débil esposa, debido al desamparo de sus escasos medios. Así que su mujer enfermó irremediablemente, tras el complicado parto.
En el trascurso de los días, el muchacho oyó de nuevo noticias sobre el viejo ambulante. Según parecía pasaba por un poblado cercano. Sus pensamientos achacaron su mala situación a la poción de aquel engañabobos. Así pues, no lo dudó dos veces. Dejo a su mujer y al recién nacido en buena compañía y gastó casi todo lo que le quedaba para emprender el viaje en busca de respuestas. Nada más llegar al pueblo vecino, se topó con el peculiar mercader que narraba con armonía las propiedades de su producto milagroso como de costumbre y que ahora, vendía en frascos más pequeños todavía, gracias al éxito que estaba teniendo el producto.
-¡Oiga señor!- Grito Pablo al verlo.
-Dígame joven.
-Le compro dos frascos con lo que me queda en el bolsillo.
Pensó en recuperar la suerte suficiente tras tomar la doble ración del elixir y de esta manera, recuperar al instante el dinero para regresar a su casa.
-Lo siento. -Dijo el mercader bastante triste que lo reconoció al momento.- No puedo venderte otro elixir de la felicidad.
- ¿Cómo que no, anciano? -Contestó sorprendido por la negativa.- Con este dinero le pago suficiente.
- No se trata del dinero, joven. Es que nunca he vendido dos veces en el mismo poblado, para evitar de esta forma venderle a la misma persona.
- Señor, necesito ese líquido como sea. -Insistió el joven ante el asombro del populacho- Mi suerte ha desaparecido desde hace algún tiempo.
- No, amigo. Eres tú el que has dudado de tu propia suerte.
- Pero he perdido mi empleo y mi esposa está muy enferma. –Le insistió desesperado.              
- Querido, te voy a revelar un secreto, -dijo el viejo en voz baja, casi susurrándole al oído.- Tan solo un elixir basta para cambiar la vida de un hombre, si de veras cree en sus propiedades. Son solo unas pocas gotas de fe para corazones valientes y dispuestos.