El investigador pidió una excedencia poco
tiempo después. Planificó un viaje en tren al norte y mediante una agencia de
viajes, hizo la reserva en un lugar lo más próxima a su destino final, una de
las propiedades de Cornelio. Según las pesquisas que había hecho hasta el
momento, el sitio no era más que una enorme extensión de tierra pedregosa,
abandonada desde hacía décadas. Posiblemente se trataba de una de las primeras
adquisiciones del fallecido. Según su información sobre aquel lugar, en su
interior había existido una antigua aldea, de no más de cuatro o cinco casas y más
de dos siglos de historia. Era más que probable que todo aquello permaneciera
en completa ruina, sin electricidad, ni comunicación telefónica. La copiosa
vegetación del entorno y su localización entre montañas hacían casi imposible
el acceso de vehículos. La única forma de llegar hasta el emplazamiento, era con
algún animal de carga. Luego existían según los planos, otro tramo al que
únicamente se accedía a pie, de al menos cinco escarpados quilómetros.
Nada más llego el tren a la estación, Luis
acudió hasta el hotel donde se hospedaba, dejo las maletas, se dio una ducha y decidió
visitar el pueblo colindante al entorno, en busca de posible información sobre
las tierras. Las investigaciones que realizo el agente, no concretaron nada que
no hubiese leído en algunas páginas web de interés o en los libros que se
encontraban en el catastro del ayuntamiento, al que accedió gracias a sus
contactos. Los habitantes de la zona mencionaban ciertos rumores sobre ocupas y
desconocidos. Sin embargo, el enorme vallado y los carteles de la propiedad
privada, habían hecho efectivo el trabajo de ahuyentar a los curiosos, de
intentar entrar en el recinto sin permiso. Hasta que al fin, apareció una pista
curiosa, justo en un comercio de frutas cercano al hotel.
- Gracias a la orientación de mi escaparate,
poseo unas vistas privilegiadas del único buzón de correos del pueblo. -Eran las
palabras del dependiente.- Como usted comprenderá en este pueblo, las horas
pasan muertas y los que vivimos aquí, nos entretenemos con cualquier cosa.
- Estoy totalmente de acuerdo. –Afirmo Luis con
un tono condescendiente, procurando ganarse la confianza de aquel individuo.
- El caso es que desde hace un tiempo, he
podido observar en varias ocasiones a un joven de no más de diecinueve años y
rasgos asiáticos, completamente desconocido para los que vivimos en el pueblo.
–Continuó el hombre su relato con mayor interés.– El muchacho envía correspondencia
una vez al mes de manera puntual. Primero pasa por el estanco de enfrente.
–Señalo en la dirección.- Allí compra los sellos necesarios y después de soltar
la carta en el buzón, desaparece internándose en ese campo, tomando el sendero que
conducía hacia la antigua aldea de pastores, en la montaña.
- Le agradezco mucho su información, ¿me
puede poner dos de esas hermosas manzanas y tres plátanos, por favor?
- Por supuesto, señor.
Luis acudió al estanco, donde le confirmaron
los hechos. Además descubrió que el precio de los sellos, sumaban la cantidad
exacta para un envío nacional ordinario. El agente había venido expresamente a
encontrar el denominado “paraíso” y no estaba dispuesto a demorarse ni tan
siquiera un segundo. Todo el interés que había suscitado aquella historia de la
familia de Cornelio, le habían llevado a indagar por su cuenta en los archivos
del banco sobre las cuentas del viejo. Al estar fallecido el cliente, sin un
supuesto heredero a la vista, no le había costado encontrar la información
necesaria. Cornelio había acumulado y posteriormente perdido, un montón de acciones
en los sectores inmobiliarios, en comunicación y aseguradoras y lo que era aún más
curioso por el carácter de sus otras inversiones, en investigación y energías
renovables.
Tras la breve y fructuosa ruta por el pueblo,
Luis volvió de forma perentoria al hotel. Descanso algunas horas y acto
seguido, preparo una bolsa ligera con agua, frutas, brújula, una linterna y los
planos necesarios para hacer la travesía. Calculo las distancias, teniendo en
cuenta la inestabilidad del terreno. Era muy probable que no pudiese alcanzar
la aldea, aunque saliese en mitad de la madrugada. Sin embargo y confiando en su
buena forma física, partió hacia el mismo lugar por el que se había internado el
personaje en el monte, según las indicaciones del dependiente. Siguiendo los supuestos
pasos del susodicho, avanzó unos doscientos metros en la misma dirección,
cuando se topó con la prevista valla de alambre trenzado. Un cartel oxidado y
viejo, advertía en letras desgastadas: PROHIBIDO EL PASO. Y haciendo caso
omiso, accedió por un pequeño hueco abierto por liebres y otros animales del
campo, que agrandó utilizando unos alicates de su navaja multiusos. Tras varias
horas de caminata entre el follaje, comenzó a subir una ligera pendiente en un
hermoso entorno natural. Algunas rapaces volaban en la lejanía, cerca de los
picos más escarpados de la montaña. Aquella escena le recordó a Luis ciertas
similitudes metafóricas de su oficio. Y varias horas después, se detuvo un
instante para comer una pieza de fruta, disfrutando de las vistas. El sol se
encontraba en su posición más alta. Sin embargo, el clima era más bien húmedo.
No había caído en la posibilidad de que nada de lo que Cornelio había descrito
fuera real. En tales circunstancias, se vería alcanzado por la noche en un
paraje desconocido y frio.
Había confiado ciegamente en las palabras del
viejo.
En cuanto retomo una vez más el camino, tuvo
que aplicarse con mayor esfuerzo en el ascenso. Comenzaba un tramo de escasa
vegetación y piedras al descubierto, entrelazando un sendero por las rocas
peladas. Horas después, la tarde había depuesto al sol y la temperatura
descendió rápidamente en un par de grados. Por un momento, el agente se hizo a la
idea de volver sobre sus pasos y prepararse a conciencia para otra ocasión. Tal
vez hacerse con algo de abrigo y un poco más de alimento. Pero si volvía en ese
instante, intuía que desistiría en su intento. Además, si un muchacho había
logrado hacer el trayecto en varias ocasiones, su estima le impedía abandonar y
aún menos, habiendo alcanzado aquella posición tan avanzada. Por otro lado,
reconoció que también era probable que el muchacho conociese a la perfección el
terreno y hubiese utilizado algún atajo oculto en sus excursiones. Se detuvo para
reponer líquidos y observar el mapa, cotejándolo siempre con su brújula. Por
sus cábalas, le quedaban varios quilómetros hasta la aldea. Pero se hallaba en
una verdadera encrucijada emocional. Las distancias desde su posición hasta el
supuesto lugar y los lindes del territorio, eran aproximadamente las mismas.
“Doble o nada”, pensó para sí.
Entonces, continuó caminando.
Después de su última batida, observo como el
sol se puso en el horizonte y la penumbra venció en toda la zona. El uso de la
linterna se volvió necesario, mientras la extenuación y la falta de oxígeno debido
a la altitud, hicieron mella en su estima cada vez más abotargada por la
posibilidad de no encontrar absolutamente nada en el supuesto “paraíso”. Observo
el plano de nuevo, cuando aún quedaba algo más de un quilómetro para alcanzar
el punto clave. En ese preciso instante, se percató de que estaba rodeado por
una incipiente vegetación, diferente a todo lo que había visto hasta entonces.
Los arboles estaban decorados con multitud de pendientes frutícolas que a
simple vista parecían manzanos, nogales, limoneros o higueras pero a medida que
avanzaba, se hacían más numerosos estos árboles y arbustos alimenticios, muchos
repletos de frutos totalmente desconocidos para él. Entonces, comió hasta
saciar el hambre de esta manera, tendría una cosa menos de la que preocuparse. Luego,
prosiguió el interminable ascenso. Tras diez minutos infatigables, alcanzó el
punto exacto de las indicaciones del plano, en una expedición improvisada,
desprovista de medios y de cualquier razonamiento posible. Fue entonces, cuando
se dio cuenta de que en aquel extremo del mundo, tan solo moraban un cumulo de
piedras sin ninguna estructura sólida para guarecerse durante la noche. Evidentemente,
ya era demasiado tarde para volver atrás y tan solo pensaba en encontrar un
refugio para poder pernoctar en aquel paraje inhóspito.
En seguida, le inundo un intenso frio en todas
las partes del cuerpo y su sistema nervioso se volvió insensible al mínimo roce.
No podía continuar con aquel entumecimiento por todas las extremidades. Así que
se detuvo bajo la copa de un frondoso árbol, esperando escapar de la terrible
humedad nocturna. Desde aquel refugio improvisado, pudo observar como aquel
maravilloso campo, había quedado oculto en la penumbra. El investigador
reconoció que jamás se había visto en una situación tan extrema. Y para mayor preocupación,
un incesante viento comenzó a sacudir su única cubierta de ramas. Entonces,
comenzó a formarse una fina capa blanca sobre las piedras y los árboles del
entorno. Luis sintió que le caía nieve sobre algunas partes del cuerpo
descubiertas y su cuerpo al completo, tembló de manera horrible. Estaba claro
que había llegado su fin y seria de una manera cínica y absurda, teniendo en
cuenta las fechas en las que había osado emprender aquella aventura. A
continuación, le invadió la oscuridad, el silencio y no pudo hacer más que
dejarse llevar en mitad de una fuerte hipotermia.
- ¡Padre, parece que vuelve a respirar! –De
repente, una voz jovial sonó en la lejanía.- Le he aplicado la loción que me
has dicho y ha vuelto rápidamente en sí. –Volvió a oírse.
Luis abrió con cuidado sus ojos y le llegó una
luz tenue, colorida y que se adaptaba a las formas del entorno, aun nublado y borroso.
A medida que su mente recobraba la conciencia, reconoció a cuatro figuras que
le observaba con interés. Sus aspectos eran lozanos y estaban ataviados con unas
simples túnicas de colores sobrios. El más próximo al camastro donde el investigador
descansaba, no tenía más de diecinueve años, e intuyó que posiblemente se trataba
del mencionado muchacho de la correspondencia.
- ¿Quién diantres eres? ¿Tal vez un ángel? –Pregunto
todavía conmocionado y haciendo evidente el delicado rostro del más joven.- ¿Dónde
demonios estoy?
- Mi nombre es Justo. –Hablo de nuevo el chico,
luego señaló al resto del grupo de más edad que permanecían en espera.- Estos
son mis padres, Leonard, María y Susana.
Luis pudo apreciar que el entorno de aquella habitación
era extraño. En apariencia, no existían ventanas por la que se colara la luz natural
o puertas que aislaran los distintos espacios diáfanos. Los diseños del posible
mobiliario, parecía que se acoplaba a las paredes curvilíneas, sin dibujar
ángulos, ni formas planas. Además de esto, su mirada se percató de la presencia
de una figura anciana, sentada en segundo plano, en el extremo de la habitación.
Entonces, posó la vista fija en ella. Y la mujer le devolvió la mirada.
- Es mi abuela Elena. –Repuso Justo.
Aquel comentario le cercioro de que al fin se
encontraba en el paraíso de Cornelio. Luis hizo un esfuerzo y señalo su bolsa
intentando alcanzarla. Justo le facilito la mochila. Rebusco en su interior,
sacando el diario de Cornelio. Después, se lo ofreció a Leonard.
- Me llamo Luis, soy una especie de agente investigador
para algunas empresas. Este texto es de tu padre. –Añadió.- Cornelio murió hace
algunas semanas e imaginé que te interesaría esconderlo. A parte de esto, no
existe ninguna otra evidencia de este lugar.
- Muchas gracias, Luis. Puedes quedarte el
tiempo que sea necesario. –Hablo entonces Leonard, con una voz apacible y
pausada.- Por otro lado, espero que se mantenga el secreto de mi padre.
- No te preocupes, he leído varias veces, cada
página de ese manuscrito y respeto su voluntad. A continuación, Luis cambió el
semblante serio y dejó escapar una ligera sonrisa.
- ¿De cuánto esta Susana? –Pregunto
evidenciando la prominente barriga de la chica negra.
- De seis meses. –Contesto la mujer que hasta
el momento, había permanecido en completo silencio junto a su compañera
asiática.
- ¿Habéis pensado en un nombre para el nuevo
miembro de la familia?
- Sí. –Respondió
Leonard.- El próximo nacimiento, se llamará Nemo. 
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