Para los medios, Cornelio había sido un
hombre enigmático. Un individuo excéntrico que mantuvo en vida un halo de
misterio, entorno a su persona. Sin embargo, este sentimiento popular no pudo
superar a su patrimonio. Las riquezas que amaso durante su época dorada,
ascendían en cantidades que se perdían en paraísos fiscales. Su muerte
repentina tampoco extraño a ricos, ni pobres que habían oído hablar de la
precariedad de su salud. La casa en la que habitó hasta el final de sus días,
se había convertido en el único testigo de su transformación en un hombre precario
y desgastado. Muy al contrario de lo que pudiera parecer, sus innumerables propiedades
eran territorios de un mínimo valor y sin visión de futuro para la construcción,
alejando las posibles expectativas del interés comercial para el sector.
Tras la pérdida de su mujer e hijos, las
cuentas del hombre fueron saneadas a conciencia pero al mismo tiempo, mermaron
debido a su alto tren de vida. Como colofón final, se vio obligado a
desaparecer casi en un anonimato austero, escondido en un decrepito piso del
centro de la ciudad. La construcción en el casco antiguo, presentaba una
fachada abandonada y un interior no menos vetusto. Las escalinatas de la
entrada, carcomidas por la mugre, conducían hasta la única propiedad registrada
por la aseguradora. La empresa que gestionaba esta toda información, había
contratado a Luis, un agente privado al servicio de grandes empresas. El implacable
individuo, de ojos vivarachos, supervisaba cualquier objeto de valor en aquella
especie de retiro del fallecido, y su interés principal se centraba en cajas
fuertes, viejas escrituras o simplemente alguna pieza que tuviera detrás una
historia y sobre todo, un valor económico.
Nada más entrar en la vivienda, Luis se cubrió
la nariz con una mascarilla de tela, lo que no impidió ocultar los olores
nauseabundos que se acentuaban determinadas zonas, debido al cadáver de pequeños
roedores o restos de alimentos en descomposición. E inmediatamente, pensó para sí
mismo que no iba a ser tarea sencilla eliminar toda aquella basura. El suelo de
la mayor parte de la habitación, permanecía cubierto por montones de periódicos
de la distinta prensa local y nacional. Era evidente que se habían estado
apiñando desde hacía tiempo, dando pie a la formación de enormes pilas de
celulosa, de más de un metro de altura. A todo eso, había que añadir una vieja
mesa de madera y un antiguo reloj de pie, que suponían las únicas pertenencias de
valor en aquella salita. Entonces, comenzó la búsqueda desde allí mismo. Con plena
vista de la insalubre estancia, lo primero que llamó su atención fueron las
fotografías enmarcadas que cubrían gran parte de la superficie de las paredes,
rememorando mejores tiempos para la familia de Cornelio. Se fijó en el colorido
de aquellas instantáneas, siendo evidente que el fallecido había disfrutado de
una vida agradable, nada desdichada y por el contrario, su actitud pública
siempre había sido reticente.
Acto seguido, Luis avanzó unos pocos metros y
pasó junto a un montón de papeles que llamaron su atención. Sobre la cumbre de
esta pila, descansaban unos viejos diplomas, documentos sin valor para el
agente pero que cercioraban la educación privilegiada de la que habían disfrutado,
todos los hijos del ricachón. Luis removió un poco las hojas y descubrió certificados
cum lauden en ingeniería para Leonard, su primer vástago con su esposa Elena. También
encontró grandes méritos para María y Susana en las carreras de física y matemáticas.
Ambas chicas de orígenes asiático y africano respectivos y de la misma edad que
el hijo, fueron adoptadas posteriormente por el adinerado fallecido. Por último,
halló algunos premios en certámenes de literatura y poesía. Al investigador le
costó creer con que facilidad se podía truncar una vida, en cuestión de unos
pocos segundos.
Tras alzar de nuevo la vista, se paró a
revisar los incontables recortes de periódicos que empapelaban los huecos
libres de las paredes, centrándose en las noticias de un mismo accidente. Entre
aquellos retales, se podía leer con detalle de información, la crónica del fatídico
viaje familiar, en una avioneta propiedad del padre, un excelente piloto. Por
otro lado, lo más destacado del revuelo que generó aquel siniestro, fue la desaparición
de todos los cuerpos de los familiares. De manera macabra, Cornelio había sido
el único superviviente del trágico suceso, al igual que un castigo del destino.
En los meses posteriores, mientras el hombre se recuperaba en el hospital, las
largas e infructuosas investigaciones no pudieron esclarecer nada, dejando el
caso en un completo desierto de pruebas. Y tras su salida del centro médico, el
cabeza de familia se cercioró en dejar todas sus posesiones a un solo nombre,
un tal Nemo, una práctica habitual entre los de su estatus económico, para no
hacer pasto de las riquezas acumuladas a los acreedores.
Después de unos minutos, absorto, Luis logró
desconectar del inquietante embrujo que supuso, el collage de todas aquellas
noticias grises, en contraste con los coloridos recuerdos del sujeto. Acto
seguido, prosiguió la búsqueda por el único dormitorio adyacente. Esta habitación
mantenía un peculiar orden aparente, comparado con la estancia anterior. El
investigador se imaginó que había sido proyectado tal vez, por una manía mental
del viejo. Pero el agradable cambio, tras haber superado los horribles obstáculos
previos, le indujo a mantenerse durante unos minutos en aquel lugar, descansando
sobre todo su pituitaria saturada del hedor. Aquel paréntesis de remanso, le
imprimió en su mente la extraña intuición de que el viejo había creado una especie
de muralla de papeles y olores fuertes, en torno a su auténtico refugio. Entonces,
llegó a la conclusión de que cualquier cosa de valor, probablemente permanecía escondida
en ese lugar exacto. Si de algo podía sentirse orgulloso, era de su correcto y
minucioso trabajo en estos casos. En ocasiones, admitía en su ámbito más
personal que actuaba como una verdadera ave de presa, en nombre de sus clientes.
Por ende, en un ritual de su oficio, se enfundo los guantes de trabajo y luego analizo
con detenimiento la distribución de los muebles en la estrecha estancia. Retiró
algunos cuadros y una vieja cómoda, intentando no remover demasiado las escasas
pertenencias. No hubo suerte. Así pues, decidió observar el único sitio en el
que no había reparado hasta el momento. Levanto el somier de la cama pero tampoco
hallo un resultado fructuoso. Por el contrario, al observar el suelo oculto
bajo el colchón, se percató de algo extraño. Una especie de escotilla, de no más
de medio metro de superficie, pasaba desapercibida con el mismo enlosado del resto
del suelo. Luis sabía que con aquel trabajo, el fallecido se había tomado
demasiadas molestias para esconder unas simples bagatelas, ya que no era la
primera vez que veía algo parecido. Entonces, accionó un pestillo en un extremo
y abrió de golpe la puertezuela. En su interior, se revelo un estrecho
habitáculo que escondía un tomo de dimensiones cuartilla, lomo ancho, con una portada
cuidada. De este manuscrito, sobresalían algunas hojas a modo de marca páginas.
No quiso perder el tiempo con lo que pensó que serían meras curiosidades y anécdotas
familiares, algo que de seguro interesaría a la prensa local pero no a la gente
para quienes trabajaba. Así que echó un ligero vistazo, acudiendo hasta algunas
de las hojas destacadas, leyendo lo siguiente de aquel manuscrito, escrito de
puño y letra por el mismo Cornelio:
“Los
muchachos han cumplido los 10 años:
Han
crecido bastante. Sus habilidades son cada vez más latentes y los tres crecen
en consonancia con lo acordado desde un primer momento. La conducta de Leonard,
mi único descendiente, es la propia de un joven de su edad y por el contario,
reconoce todo lo que se le explica e interpela en su mandato a la perfección.”
Luis se percató en que el tono que el viejo utilizaba
para referirse a sus hijos, parecía más el de un hombre que analizaba a un
grupo de animales que al de un padre. Movido por la curiosidad latente, paso
varias hojas y continúo leyendo con atención:
“Nada
aparente turba a las muchachas que crecen felizmente. María y Susana se han desarrollado
saludables y son muy educadas. A pesar de su entorno pudiente, he logrado que
mantengan poco interés en las cosas que les rodean, alejándolas de las
vanidades de esta vida. Sin embargo, les cuesta mantener un poco más, y a
diferencia de su hermano, esa doble vida a la que son sometidas. Estoy
convencido de que serán unas excelentes madres.”
El texto iba cobrando un cariz extraño. Las
palabras sobre sus hijos parecían distantes y siempre guardaban el interés
sobre un aparente pacto, mantenido en secreto con su familia. En sus memorias,
Cornelio hablaba de una doble vida pero no especificaba nada al respecto.
Decidido a seguir profundizando en la lectura tan reveladora, Luis volvió hasta
las primeras páginas de aquella especie de diario enfermizo, en busca del
origen de ese trato.
“Ha
nacido Leonard. Es un día alegre para mí y mi mujer Elena. Me honra poder
hablar de un heredero al fin pero jamás podre acostumbrarme a que será un
muchacho desdichado, tal y como su padre. Sera muy difícil mantener su vida
alejado de los intereses que mueven a esta sociedad, la avaricia, el poder, la
violencia. Si al menos pudiese interceder en su futuro familiar, le haría un
enorme regalo.”
Luis se percató del inocente interés con que había
comenzado el manuscrito Cornelio, alejándose por completo de los sentimientos que
embargaban al fallecido, en las páginas posteriores. El repetitivo tic tac del
reloj de pie desde la salita, pretendían distraerle de aquellas absorbentes palabras.
Si los rumores en torno a la adinerada persona del viejo eran innumerables, el
agente pensó que aquel diario no haría más que acrecentar su extravagante fama
de hombre anómalo. Impaciente por desenmascarar la verdad sobre dicha familia,
se adelantó hasta sus últimos párrafos.
“He
abonado todas mis deudas y mis acreedores parecen satisfechos con mi situación
actual. Mi transformación en una persona de situación complicada, han
convencido a todos en mi entorno, de la precariedad de mi economía. No me queda
otro remedio que sacrificarme por el bien del paraíso.”
Llegado a este punto, el agente supuso que
nada había sido lo que aparentaba, en la vida del reciente desaparecido. ¿Era
posible que sus últimos días como un miserable vagabundo, hubiesen sido una
simple interpretación para alejar todas las miradas acechantes, sobre su
figura? ¿A que se refería con el mencionado paraíso? Luis retrocedió algunas
páginas más y reanudo por última vez la lectura.
“Algunos
meses después del accidente, he podido recibir noticias del paraíso. La situación
en aquel lugar es idílica. Tal vez algún día pueda pisar ese trozo de libertad
en este mundo saturado de excesos. Mientras tanto, esta será mi última
voluntad.”
Aquellas palabras, confirmaban todas sus
sospechas. El manuscrito solo podía significar una cosa, el viejo había perdido
la cabeza o verdaderamente había preparado de manera premeditada, una gran farsa
para dejar un legado distinto a sus descendientes. Luis sabía que no debía
comunicarle a nadie lo que había descubierto, puesto que primero tenía que asegurar
la existencia de lo que Cornelio denominaba como, “el paraíso”, y que por ende,
aquel escrito no era producto de una mente febril y atormentada por las pérdidas
de sus seres más queridos. Durante unos segundos, permaneció en pie, quedo,
intentado meterse en la mente del personaje, algo que ponía en práctica muy a
menudo en su trabajo. Entonces, volvió a escuchar el insistente ruido del
reloj, una enorme antigualla entre la basura. Eso le dio una idea. De inmediato,
acudió hasta la puerta acristalada del aparatoso medidor de tiempo. Un péndulo
enorme marcaba el paso de los segundos con una exactitud casi hipnótica. Cogió
el pomo y abrió la puerta. Luego, detuvo el péndulo que quedó suspendido en el
centro, sin realizar más movimientos. Al palpar la circunferencia de metal
bruñido, descubrió que detrás se escondía adherida una hoja plegada en varios
dobleces. La despego y la extendió con cierto nerviosismo en sus manos,
revelando un plano del lugar exacto donde parecía encontrarse el susodicho paraíso,
unas tierras al norte del país. A su entender, el viejo siempre había mantenido
una remota posibilidad de llegar, hasta el verdadero retiro descrito en sus
palabras.

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