domingo, 18 de agosto de 2013

Cuento macabro: El despertar.

Siento haber llamado su atención. No debe preguntarse el por qué, tan solo escuche mi historia. Después de oírla, es posible que usted mismo reconozca que en la misma situación, actuaría de igual manera. Entonces, estoy seguro que me excusaría. De primeras, deseo que no me juzgue, pues está claro que cualquiera en mi condición, estaría dispuesto a realizar mis proezas y aun los hay, que añadiendo el morbo que acompaña a mis experimentos, lo harían sin pestañear siquiera.
La mayor parte de las veces, no suelo hacer el trabajo sucio. Me puedo permitir pagar a alguien que me trae los cuerpos a la misma entrada de mi laboratorio. Sin embargo, en muchas ocasiones los cadáveres llegan en un estado lamentable, tan pútridos que prefiero hacer yo mismo esta pesada actividad. Cuando los traen corrompidos, demacrados, sus conciencias no reaccionan de ninguna manera. Esto se debe a que los cerebros dañados, por la falta de riego prolongada, dan respuestas poco fiables y se limiten a pronunciar palabras vagas e inconclusas. Por lo general, si el cuerpo lleva poco tiempo muerto, su conversación puede ser más extensa pero esto tampoco perdura demasiado. Los diálogos van devaluándose en consonancia a su raciocinio y al final, sus respuestas se limitan a simples monosílabos. Aun con todo, hay que elegir siempre un buen cadáver, pues de ello depende que el experimento sea interesante, como cabe a entender. Si reconstituyes la conciencia de un delincuente, este se limitará a maldecir su situación y luego, te obligará a recordar a todos tus parientes, que están en su misma situación vital. Si traes de nuevo a la vida a alguien demasiado menesteroso, es posible que tan solo oigas sus lamentos. Y si haces lo mismo con alguien de escaso intelecto, puede ser aun peor. A pesar de todo, de vez en cuando encuentro algo interesante y es en ese preciso instante, cuando pienso que toda esta molestia ha merecido la pena.
Por esta razón, no lamento nada de lo que pueda surgir del entramado de mi laboratorio. Está claro que en ello depende al final, el buen hacer de mi trabajo. Como acierto a asegurar desde el inicio, no hay mejor oficio hecho que aquel que realiza uno mismo. Y en ellas me ando.
Lo habitual en los barrios marginales, es encontrar cuerpos con bastante facilidad. Cadáveres que se utilizan para el tráfico de órganos u otras particularidades del ser humano más depravado. Mi intención es más honrada y de mayor calado para la sociedad del futuro. Déjeme aclararle que busco el elixir de la inmortalidad, al menos de aquello que nos hace ser humanos.
Pero mientras le cuento esto, debo dar un rodeo por mis inicios. Cuando de una forma muy triste, mi trabajo dejó de ser una investigación oficial para convertirse en una aberración en aquellos que compartían mi gremio. Los logros de mis descubrimientos, en la rama de la neurociencia, habían conseguido grandes avances para el mantenimiento del raciocinio humano. El sujeto del experimento, era sometido a altas condiciones de adversidad, ya fuesen físicas o mentales y de esta forma observamos que la resistencia de un cerebro podía prolongar con el tiempo, la vida de las personas humanas, hasta el punto de que la misma muerte biológica, podría haber dejado de ser un problema para el hombre del futuro. Pero todo tiene un límite y en las investigaciones, la moral más reticente parece frenar los avances que una persona de expectativas tan altas como las mías, podría llegar a conseguir con un poco de fondos y amplitud de conciencia. Nunca mejor dicho.
Por el contrario, la facilidad con la que cualquier individuo puede conseguir un cuerpo, no denota la condición de permisividad para una investigación independiente, dentro de los lindes de esta sociedad. Fue al descubrir esta losa en mi labor, el momento en que decidí buscar un lugar oculto, escondido de todas esas miradas inquisitivas que únicamente frenaban mi creatividad en los laboratorios. Por ello hui a las cloacas, donde encontré un lugar perfecto para mi trabajo. Aquí sí obtuve lo que buscaba. En mi refugio, bajo la ciudad, el entramado subterráneo se ha convertido en el lugar donde reinicio a las personas que han alcanzado su último suspiro y dejan de lado el mundo físico que conocemos. Aquí todo está permitido y mi labor no se ve obstaculizado por falsos impedimentos de intachable ética, que no se aplican con igual rasero a todas las medidas que se adoptan en la civilización.
Por otra parte, espero que no crea que yo, de tan avanzado entendimiento, no me guio por mi propia moral en mis ejercicios, no señor. Las personas tienen su dignidad, todas las que dejan la vida para encontrarse con la muerte y aun así, son devueltas de este letargo. En mi morada todos tienen una forma digna de alcanzar su fin, sin hacer excepciones. También incluyo a aquellos que llevan marcados a hierro en sus cuerpos inertes, las señales de un final violento. Absolutamente con todos sigo el mismo proceso, rezo por ellos y luego, les ahorro mayor sufrimiento tras mi trabajo. Nunca he visto mayor morbo en mi labor, que el simple hecho del conocimiento, de la pura y sana curiosidad. He de añadir a esto, que los individuos que logran despertar, no sienten ni padecen de una forma física. Y que por tanto, su vuelta a la conciencia es tan solo un mero trámite que inspira mi trabajo y les da una oportunidad de resarcir de alguna manera su pasado. Déjeme añadirle que la virtud de la vida es un regalo divino pero la virtud de la "post-vida", esa es la única cuestión de mis logros.
En el trascurso de los años, he hablado ya con no pocos sujetos, sometidos todos a estos experimentos. Muchos han coincidido en algo, al iniciar conversación. Creen de forma errónea que mi condición de hombre solitario, es la única respuesta a todos esos bagajes en mi forma de actuar. Yo no admito esta sentencia de ninguna manera. Y sino dígame usted, qué hombre busca únicamente compañía, en los que han abandonado la vida. Dirá que nadie, verdad. Eso que le ahorro en pensar que habla tan solo con un demente, alguien que no está en su uso cabal.
Pero no debo andarme más por las ramas y proseguiré con mi pasado. De esta forma, podrá entender de una vez por todas, el proceso que me ha llevado hasta aquí, delante de usted, para narrarle mi historia, mis actos, tal y como le he mencionado. Después de todos esos años de estudios en la superficie, sometido siempre a infinitud de presiones por parte de mis acreedores que únicamente buscaban beneficios, decidí desaparecer de la escena pública, como honrado científico que me consideraba. Y tras años de investigación bajo ésta misma, encontré en el ADN humano, la solución para despertar las conciencias que habían dejado de trabajar en los cerebros inertes de sus dueños. Es increíble ver cómo al inyectar una dosis de mi suero bajo sus cráneos y aplicar leves descargas en algunos circuitos de los lóbulos del cerebro, los individuos reaccionan con total precisión, como si quisieran despertar de un largo sueño pero sin poder moverse, más que para hablar o emitir algún sonido. La mayor parte de estos sujetos, siempre que pueden mantener una conversación normal, mencionan no recordar nada de sus vidas pasadas. Es muy probable que si la muerte es reciente, hablen de sus últimas horas de vida o del mal tiempo que hacía entonces. Por el contrario, en todos los casos, sus sentimientos coinciden en una única y curiosa sensación. Todos me acusan de molestarles de un agradable descanso, de obligarles a sentir angustia, a procesar claustrofobia y sentirse oprimidos por la situación a las que los someto. No es suficiente aliciente este, querido oyente. No muestra esto un gran avance, tanto como para superar las posibles asperezas que plantean la ética y la moral de mi trabajo.
Dígame pues ahora, cuál es su sensación desde el prisma de una conciencia que ha admitido la muerte física y despertado en una forma libre, que no responde en estos momentos sino al capricho de mis experimentos y al motivo fundamental de la evolución del mismo ser humano que es su propia curiosidad. Respóndame a mi hambre de saber y comprender en la muerte lo que no he hallado en la vida. Porque es muy probable que usted sea el último en despertar. Pues, yo seré el siguiente en perecer.  




   

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