La mayor parte de las
veces, no suelo hacer el trabajo sucio. Me puedo permitir pagar a alguien que
me trae los cuerpos a la misma entrada de mi laboratorio. Sin embargo, en
muchas ocasiones los cadáveres llegan en un estado lamentable, tan pútridos que
prefiero hacer yo mismo esta pesada actividad. Cuando los traen corrompidos,
demacrados, sus conciencias no reaccionan de ninguna manera. Esto se debe a que
los cerebros dañados, por la falta de riego prolongada, dan respuestas poco
fiables y se limiten a pronunciar palabras vagas e inconclusas. Por lo general,
si el cuerpo lleva poco tiempo muerto, su conversación puede ser más extensa
pero esto tampoco perdura demasiado. Los diálogos van devaluándose en
consonancia a su raciocinio y al final, sus respuestas se limitan a simples
monosílabos. Aun con todo, hay que elegir siempre un buen cadáver, pues de ello
depende que el experimento sea interesante, como cabe a entender. Si
reconstituyes la conciencia de un delincuente, este se limitará a maldecir su
situación y luego, te obligará a recordar a todos tus parientes, que están en
su misma situación vital. Si traes de nuevo a la vida a alguien demasiado
menesteroso, es posible que tan solo oigas sus lamentos. Y si haces lo mismo
con alguien de escaso intelecto, puede ser aun peor. A pesar de todo, de vez en
cuando encuentro algo interesante y es en ese preciso instante, cuando pienso
que toda esta molestia ha merecido la pena.
Por esta razón, no lamento
nada de lo que pueda surgir del entramado de mi laboratorio. Está claro que en
ello depende al final, el buen hacer de mi trabajo. Como acierto a asegurar
desde el inicio, no hay mejor oficio hecho que aquel que realiza uno mismo. Y
en ellas me ando.
Lo habitual en los barrios
marginales, es encontrar cuerpos con bastante facilidad. Cadáveres que se utilizan
para el tráfico de órganos u otras particularidades del ser humano más
depravado. Mi intención es más honrada y de mayor calado para la sociedad del
futuro. Déjeme aclararle que busco el elixir de la inmortalidad, al menos de
aquello que nos hace ser humanos.
Pero mientras le cuento
esto, debo dar un rodeo por mis inicios. Cuando de una forma muy triste, mi
trabajo dejó de ser una investigación oficial para convertirse en una
aberración en aquellos que compartían mi gremio. Los logros de mis descubrimientos,
en la rama de la neurociencia, habían conseguido grandes avances para el
mantenimiento del raciocinio humano. El sujeto del experimento, era sometido a
altas condiciones de adversidad, ya fuesen físicas o mentales y de esta forma
observamos que la resistencia de un cerebro podía prolongar con el tiempo, la
vida de las personas humanas, hasta el punto de que la misma muerte biológica,
podría haber dejado de ser un problema para el hombre del futuro. Pero todo
tiene un límite y en las investigaciones, la moral más reticente parece frenar
los avances que una persona de expectativas tan altas como las mías, podría
llegar a conseguir con un poco de fondos y amplitud de conciencia. Nunca mejor
dicho.
Por el contrario, la
facilidad con la que cualquier individuo puede conseguir un cuerpo, no denota
la condición de permisividad para una investigación independiente, dentro de
los lindes de esta sociedad. Fue al descubrir esta losa en mi labor, el momento
en que decidí buscar un lugar oculto, escondido de todas esas miradas
inquisitivas que únicamente frenaban mi creatividad en los laboratorios. Por
ello hui a las cloacas, donde encontré un lugar perfecto para mi trabajo. Aquí
sí obtuve lo que buscaba. En mi refugio, bajo la ciudad, el entramado
subterráneo se ha convertido en el lugar donde reinicio a las personas que han
alcanzado su último suspiro y dejan de lado el mundo físico que conocemos. Aquí
todo está permitido y mi labor no se ve obstaculizado por falsos impedimentos
de intachable ética, que no se aplican con igual rasero a todas las medidas que
se adoptan en la civilización.
Por otra parte, espero que
no crea que yo, de tan avanzado entendimiento, no me guio por mi propia moral
en mis ejercicios, no señor. Las personas tienen su dignidad, todas las que
dejan la vida para encontrarse con la muerte y aun así, son devueltas de este
letargo. En mi morada todos tienen una forma digna de alcanzar su fin, sin
hacer excepciones. También incluyo a aquellos que llevan marcados a hierro en
sus cuerpos inertes, las señales de un final violento. Absolutamente con todos
sigo el mismo proceso, rezo por ellos y luego, les ahorro mayor sufrimiento
tras mi trabajo. Nunca he visto mayor morbo en mi labor, que el simple hecho
del conocimiento, de la pura y sana curiosidad. He de añadir a esto, que los
individuos que logran despertar, no sienten ni padecen de una forma física. Y
que por tanto, su vuelta a la conciencia es tan solo un mero trámite que
inspira mi trabajo y les da una oportunidad de resarcir de alguna manera su
pasado. Déjeme añadirle que la
virtud de la vida es un regalo divino pero la virtud de la
"post-vida", esa es la única cuestión de mis logros.
En el trascurso de los
años, he hablado ya con no pocos sujetos, sometidos todos a estos experimentos.
Muchos han coincidido en algo, al iniciar conversación. Creen de forma errónea
que mi condición de hombre solitario, es la única respuesta a todos esos
bagajes en mi forma de actuar. Yo no admito esta sentencia de ninguna manera. Y
sino dígame usted, qué hombre busca únicamente compañía, en los que han
abandonado la vida. Dirá que nadie, verdad. Eso que le ahorro en pensar que
habla tan solo con un demente, alguien que no está en su uso cabal.
Pero no debo andarme más
por las ramas y proseguiré con mi pasado. De esta forma, podrá entender de una
vez por todas, el proceso que me ha llevado hasta aquí, delante de usted, para
narrarle mi historia, mis actos, tal y como le he mencionado. Después de todos
esos años de estudios en la superficie, sometido siempre a infinitud de
presiones por parte de mis acreedores que únicamente buscaban beneficios,
decidí desaparecer de la escena pública, como honrado científico que me
consideraba. Y tras años de investigación bajo ésta misma, encontré en el ADN
humano, la solución para despertar las conciencias que habían dejado de
trabajar en los cerebros inertes de sus dueños. Es increíble ver cómo al
inyectar una dosis de mi suero bajo sus cráneos y aplicar leves descargas en
algunos circuitos de los lóbulos del cerebro, los individuos reaccionan con
total precisión, como si quisieran despertar de un largo sueño pero sin poder
moverse, más que para hablar o emitir algún sonido. La mayor parte de estos
sujetos, siempre que pueden mantener una conversación normal, mencionan no
recordar nada de sus vidas pasadas. Es muy probable que si la muerte es
reciente, hablen de sus últimas horas de vida o del mal tiempo que hacía
entonces. Por el contrario, en todos los casos, sus sentimientos coinciden en
una única y curiosa sensación. Todos me acusan de molestarles de un agradable
descanso, de obligarles a sentir angustia, a procesar claustrofobia y sentirse
oprimidos por la situación a las que los someto. No es suficiente aliciente
este, querido oyente. No muestra esto un gran avance, tanto como para superar
las posibles asperezas que plantean la ética y la moral de mi trabajo.
Dígame pues ahora, cuál es
su sensación desde el prisma de una conciencia que ha admitido la muerte física
y despertado en una forma libre, que no responde en estos momentos sino al
capricho de mis experimentos y al motivo fundamental de la evolución del mismo
ser humano que es su propia curiosidad. Respóndame a mi hambre de saber y
comprender en la muerte lo que no he hallado en la vida. Porque es muy probable
que usted sea el último en despertar. Pues, yo seré el siguiente en perecer.