La hilera de carros serpenteaba penetrando las entrañas de
los rocosos desfiladeros de Despeñaperros, en una escueta comitiva. La nube de
polvo que se levantaba al paso, camuflaba los carros postreros que transitaban
manteniendo la formación ante un posible asalto de bandoleros que se ocultaban
en los montes de Andalucía. José ya había tomado asiento otras veces en uno de
aquellos carros, siempre siguiendo la lógica de su profesión.
- ¿Qué le trae al señó a Andalucía? -Preguntó a su único acompañante.
- Aires nuevos para esta insulsa vida. -Respondió con un
acento extraño.
El semblante fantasmagórico de aquel hombre reflejaba
vivencias dignas de ser relatadas en poemas de Bécquer. Era posible encontrar
más optimismo en la cara de un condenado a garrote que en los ojos pálidos de
aquel hombre extranjero.
- Ya sabrá el señó que vamos camino de Castilla, poco animao
pa buscá un buen aire.
- Mas sabiéndolo, tan solo puedo lamentarlo. –Miró alicaído
a José.- Pues hace siquiera un instante que fuera otra mi preocupación.
El carro se agitó en ese preciso momento, provocando que aquella
frágil figura se tambaleara como una brizna de hierba mecida por el viento. Por
contra, sus ropajes ricos en bordados hablaban para José en otros términos. También
las numerosas alhajas que desviaban su atención del resto del individuo,
transportado en su ignorancia a otro tiempo, a otro lugar. Entonces, supuso que
aquel era un acaudalado hombre de negocios venido desde oriente.
- No me lo tome a mal… pero veo que e’usted pudiente.
- Que no le confundan mis vestimentas que mi vida ya no es
tal.
- No, si yo lo digo más que ná, porque eso aquí e’un
peligro.
- ¿A qué os referís, caballero?
- Verá usted. Yo pertenezco al honrado gremio de los
guardaespaldas y por módico precio le guardo la suya hasta el punto final.
- ¿Mi final decís? –Preguntó dibujando la primera mueca de
mofa en su rígido rostro.- Hasta días que mi aciago destino fuera un socavón horadado
en tierra.
- Entonces, con mayor motivo para servirle a usted, ¿no cree?
–Sostenía José con insistencia.- Que en el bosque hay mucho maleante suelto.
- Será mejor dejarlo así, pues no soy rico en parabienes
sino en lo contrario.
- Está bien… ni pa mí, ni pa uste. –Insistió José viendo que
perdía un negocio que creía redondo.- Ya que el viaje se plantea largo y yo de aquí
no me voy a mové, le haré precio a razón de alguna sortija que le baile a usted
demasiao.
- Paréceme bien, más no digais que no os avisé. -Respondió
el otro.
- Sepa el señó que mi nombre es José, y en lo mío me’ce
conoce como er Malacitano.
- Pues el mío es Barukis Ben Malik.
En el pícaro oficio de José era habitual encontrar
mercaderes como Barukis, viajantes que cruzan las dehesas y campos andaluces en
caravanas. Comerciantes que huyen de acreedores o buscan mayor fortuna al otro
lado de la península. Tan solo había que elegirlos bien para entablar una
correcta conversación con ellos. Por supuesto, el Malacitano no pensaba usar el
trabuco que decoraba su cinto, ya que apenas tenía para los balines. Todo
formaba parte de su peculiar forma de ganarse la vida. En pocos minutos le
venció el sueño, pues le reconfortaba pensar sobre que bagatelas recibiría por
los servicios prestados. Mientras, su acompañante permanecía en un estado solemne,
casi sin inmutarse.
Sin embargo, José despertó al sentir como cesaba el
traqueteo del carro. Y en seguida comprobó que su acompañante ya no estaba.
- Creo que me acaban de estafar una güena. –Dijo con voz
áspera. A continuación, sacó la cabeza por la ventana y preguntó al cochero.-
Señó, ¿no habremos pasado ya Despeñaperros, verdad?
- ¿Despeñaperros? –Preguntó perplejo el conductor.- No hemos
hecho más que pasar varios picos.
- ¿Y qué ha sido de mi acompañante?
- ¿Su acompañante, dice? –Le miró asombrado.- Usted ha
estado en el carro solo todo este tiempo. -Y luego aclaró- Yo vi que dormía a
pierna suelta y no quise despertarle.
- Pero… ¿y el árabe bien vestío? –Gimoteó desconsolado.- Un
tal ‘Banuqui’ que m’a prometío recompensa. Sepa usted que si yo no l’encuentro,
aquí nadie paga el viaje.
- Uno con buena sombra y ropajes bordados... –Contestó
desconcertado José, bastante molesto por la burla.- ¿Qué tie eso de malo?
- ¡Eh, muchachos! –Llamó el cochero la atención de todos los
presentes.- Este honrado caballero, ha estado haciendo tratos con el fantasma
del mozárabe, con Barukis el perro despeñado. -Y a continuación siguió riendo a
carcajadas.
José el Malacitano, comprendió que jamás vería su dinero. 
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