ESTRUCTURA FUNDAMENTAL DE LA CRONOLOGÍA Y LA FUNCIÓN DE VERDAD COMO CLARA EXÉGESIS EN LA HERMENÉUTICA HEURÍSTICA.
Del mismo modo en que hemos desarrollado un orden cronológico para cualquier actividad en una lógica formal, hay que señalar que ya desde la definición metafísica del espacio tiempo aristotélica, el desarrollo del diagrama se presupone como la fundamentación en su estructura más esencial. En este sentido el tiempo para aquellos autores ortodoxos se presenta como la entelequia apórica que ya intuyera el propio Aristóteles. Para el filósofo griego, el tiempo no es un movimiento pero no existiría sin este, pues su presencia se pone de manifiesto cuando el movimiento comporta una sucesión numérica, en lo que el mismo definiría como la función de contar, con su frase célebre: "el número del movimiento según el antes y el después". Sin embargo, para Aristóteles esta definición solo pone de manifiesto la necesidad de un ente consciente para la percepción matemática del tiempo y no responde a la verdadera cuestión sobre su existencia, sino más bien la obvia en lo que se reconocerá más tarde como un olvido cognitivo, sustituyéndola por una noción de tiempo vulgar y su vez más práctica para el hombre.
Esta definición metafísica más primaria es reinterpretada por autores más actuales en una rescatada metafísica, ahora ontológica, que pasa primero por Kant y posteriormente por Martin Heidegger, quien vuelve finalmente a la cuestión del sentido del ser en su libro Sein und Zeit. Por otro lado, el pensador belga Jacque Derrida, en su libro Los márgenes de la filosofía, hace una descripción idónea para comprender de un modo superficial la metafísica aristotélica, utilizando la paráfrasis tradicional del propio tiempo metafísico y que nos sirve como exégesis para la transcripción en la función del propio diagrama. Para empezar, según la paráfrasis derridiana, el punto aislado debe aparecer como la negación del propio espacio o lo que en el tiempo serían un “ahora” que así sin más se niega de igual modo en el presente. Aquí hay que destacar que el tiempo como resultado numerado se esconde tras el número y que por el contrario, este no pertenece a la cosa numerada. De igual modo, el ahora no pertenece a la esencia del tiempo metafísico, es extraño al tiempo, como su accidente. Sin embargo, dicho punto o “ahora” representa cada parte de una línea de presentes y/o espacios numerados. Esta misma línea, define con mayor exactitud la presencia (parousia) de la esencia (ousia) que expone la continuidad del tiempo según la percepción del hombre sobre un espacio de cambios. Este proceso en el que el hombre solo puede rescatar aquello que se prolonga, que perdura, acabará definiendo el concepto más vulgar del tiempo. El continuum de tiempo se desarrolla por tanto, en la interpretación de sucesión de movimientos, en la superficie donde se percibe la verdad de la línea, una verdad contenida en la negación que se niega a sí, cuando aislamos cada ahora pero que en su conjunto configuran los tiempos pasados y los tiempos posibles o futuros. Trasladado a la temporalidad física, en la relatividad del caos, hablaríamos de la representación cronológica en la historigrafía de la narración del ser humano. Es decir, el ser autoconsciente que en su subjetum, establece un orden cognitivo para la comprensión del entorno entrópico. Por todo ello, siempre hablaremos de la suma de nuestros presentes en un orden determinado por una constante que se sucede, a pesar de que dicha suma o continuidad incremente su propia indeterminación (en el orden entrópico), su función más inmediata genera un principio de constancia que obliga establecer una estructura consecutiva de cambios concatenados perdurables, ofreciendo la verdad de todos esos puntos sumados en una misma superficie del espacio manifiesto.
Por otro lado, se hace imposible establecer otro orden distinto en este mismo orden de las cosas, por ejemplo inverso, pues la entropía estable imposibilita la consecución de los acontecimientos que se revierten. El término ‘revierten’ se comprende en un tiempo puramente metafísico como la oposición directa de reinvierten (para el tiempo circular-cíclico), por un principio muy básico y aclarado con la función de verdad relativa en el caso de la proyectividad. Llegados a este punto preceptivo de la proyectividad, comprendemos que la verdad del punto se convierte una variable al unirse a otro punto para formar parte de una línea continuada que es su función de verdad, y por extensión, a la superficie que contiene la suma en el orden de consecutivos sumandos, en la cronología lineal de la historia. Es decir, el principio de causa se tornaría en un resultado de inestabilidad que se implementa, una función de verdad relativa supeditada a un orden de caos entrópico.
Esta estructura determinista sobre el espacio tiempo, como el cambio constante, ofrece una perspectiva algo inquietante sobre la forma en que vivimos la espacialidad de la entropía, pues la autopoiesis (entropía cognitiva) que genera nuestra conciencia produce un mundo propio que se traslada en el orden de cualquier descubrimiento empírico, realizado por las ciencias demostrativas o formales, dentro de este mismo orden de cosas, en la constancia de valores que sí revierten, para el progreso de nuestra comprensión. Un sumando de positivos enteros por lo tanto, en forma de espacios a ocupar en la superficie lineal de la cronología de nuestros descubrimientos, aun cuando estos resultados de estudios puedan ser errores, que no “negándos”, ya que para el ser humano consciente, conformarán un valor negentrópico para la estabilidad en la autocomprensión del propio ser en el mundo. De nuevo, vemos que la función de verdad empírica en el principio de causa genera un orden de valores que concatenados fundamentan un exponente sobre cualquier juicio epistémico, guardando siempre el mismo orden lineal y determinando sus resultados a diferencias en factores de desarrollo evolutivo, solo que en este caso la función dependerá en mayor medida de la revisión objetiva de los datos analizados.
Este nuevo planteamiento onto-epistémico nos arroja a recapacitar sobre la composición de los componentes en el diagrama, también a una escala fundamentada de manera existencial del ser humano y definido por ende, por la propia construcción del lenguaje que compone nuestro universo simbólico. En general, para nuestra cosmovisión de todos esos fenómenos que se entretejen en la urdimbre simbólica que conforman ya nuestro lenguaje gramático, algebraico, geométrico y figurativo, complementando la construcción intelectual para la esencial supervivencia a un entrono accidental.
ONTOLOGÍA EN LA COMPRENSIÓN FUNDAMENTAL DEL DIAGRAMA.
Para proceder en un correcto desarrollo según las necesidades que se destacan con la función de verdad para cada punto de “suceso” (orden de 'negándos'), hechos no aislado en la superficie lineal, debemos destacar primeramente como el funcionamiento del diagrama se integra en la estructura fundamental de orden causal, pero esta vez haciendo un necesitado uso onto-epistémico de sus partes. En apartados anteriores ya se ha destacado que la relación que se produce entre los tres mundo del diagrama, definen un vector proyectivo a modo de intuición sensitiva, que converge en un punto proyectado de forma virtual (potencial) sobre el presente futuro, es decir una posibilidad concreta que tan solo se lleva a cabo en su ‘hecho fáctico’, en el factum del ser autoconsciente. Este punto focal representará tanto una constante que se repite con cada presente como una serie de posibles puntos destacados que permanecerán siempre sobre nuestra historia pasada. En otras palabras, se trata una vez más de la construcción de nuestra línea del espacio tiempo histórico-narrativo comprendido. Es por ello, que esta cronología de los acontecimientos y el funcionamiento más esencial del diagrama representa una forma obvia de proyección en un futuro inmediato y que nos impide trabajar en un simbólico presente, de apariencia manifiesta tan sólo cuando es continuado. Esta descripción ontológica conforme a las descripciones cuánticas, se presentan entonces propias de un medio de trabajo que evoca al ser práctico a una búsqueda para el propio curarse del mundo accidental. Este ser que toma la actividad intelectual como estudio formal en un commercium cognitivo con el mundo que lo rodea y queda modificado una vez resuelta la observación natural, en esa realidad de la que tan solo conforma una parte más y de la que se cura en este proceso de familiarización. Todo esto, se produce gracias al proceso que ya reconocimos mediante la conciencia activa, según la función esencial del diagrama. Por tanto, la comprensión del mundo, según el proceso evolutivo del diagrama en el ser autoconsciente, nos empuja a crear un mundo objetivo en el que contrastar nuestra conducta teorética, es decir, se produce en el ser un ‘estado de abierto’ sobre un mundo ajeno que compone un comercio de nociones sobre nuestros objetos de estudio, siempre en el marco de lo ‘ante los ojos’.
A pesar de resolver con esto, de manera solvente, el problema del sentido inmediato de un ser cognitivo, Heidegger realiza además una curiosa distinción aún más profunda de la palabra conciencia entre ese ser “natural” que necesita de continuar una actividad cognitiva prolongada dentro de un medio social biológicamente evolutivo, y ese ser “existencial” al que la verdad de su situación le invocan hacia sí mismo para un despertar de la conciencia perdida en el uno. Según el filósofo alemán, este ‘estado de abierto’ que repercute sobre sí mismo, es una vocación de la conciencia, una intención de tenerla. Esta excepción se diferencia fundamentalmente de la conciencia activa en el trabajo intelectual, mediante un proceso que nos lleva, según el esquema de los “entes”, de un ‘estado de perdido’ al ‘estado de resuelto’, donde se pone de manifiesto el más peculiar ‘poder ser’. Es decir, el sujeto autoconsciente es tomado ante el entorno más inmediato, para intuir de manera consciente una relación consigo mismo en un proceso de autocomprensión de ‘sí mismo’, de subjectum o singularización, evitando una referencia directa a otros para no perderse y al que es devuelto en la cura de la angustia de su propia inhospitalidad. En este sentido, es el subjetivismo al que referimos en la proyectividad simbólica, donde residen los fundamentos para una correcta asimilación del ‘estado de yecto’ en su más peculiar ‘poder ser’ que expone Heidegger. Por lo tanto, hablamos de un despertar de la conciencia el cual no encontramos en el marco de las circunstancias externas, pero que en su ‘estado de resuelto’ nos empuja hacia ellas, hacia nuestra propia situación espacial.
Llegados a este punto, no nos queda más remedio que referir al ser que razona consigo mismo en forma de crítica a la razón, pues de este modo juzgamos que este es un ser que busca cuestiones esenciales que nunca tienen una respuesta clara, es decir, busca respuesta ante posibles preguntas que pretenden solventar la imposible tarea de definir los límites del ser como estructura fundamental, desde una metafísica inabarcable. De esta forma tan peculiar, abrimos un resquicio de la conciencia, que plantea un círculo viciado que produce aporías y silogismos, muy próximos a las paradojas matemáticas pero en esa urdimbre que es la palabra hablada y que se entreteje con el logos. Este ser existencial sobre la forma del ser autoconsciente más primaria, quedaría ligado al ente que se plantea a sí, negarse a dilucidar simplemente con las facultades intelectuales que le otorgan la cotidianeidad de sus experiencias sensitivas, lo que le lleva de seguro a errores fenomenológicos de interpretación epistémica. Sin embargo, la función de verdad epistémica que desarrolla el conocimiento así acumulado, se torna en este sentido en una función de verdad relativa al conocimiento subjetivo, pues debemos tener en cuenta que el tiempo por ejemplo, sea o no una entelequia apórica, siempre infundirá una presencia de error en la comprensión inmediata. En el camino a la búsqueda de la verdad, el ser autoconsciente con una teoría de la mente que le permite abstraerse y destacar resultados teoréticos positivos/demostrativos pero también encontrar caminos que le producen infinidad de paradojas y entelequias debe por tanto, abandonar con el tiempo todas esas respuestas existencialistas onto-teológica deterministas para hallar un equilibrio entre ambas posturas que produzca verdaderos valores cognitivos.
TRANSICIÓN AL SER SOCIAL ONTO-EPISTÉMICO.
En el transcurso hacia un ser autoconsciente que depende y comprende una visión estimada exclusivamente por las sociedad que lo configura, ya no queda otra opción que reseñar el paso de una visión primariamente subjetiva, al conocimiento objetivado que sustenta el avance social y la opinión común que se formula por una dependencia social cognitiva. En este proceso de cambio en la proyectividad surtiría una última posibilidad en la diferenciación ontológica de comprensión de sí, ya que el diagrama proyectivo pasaría a formar parte de la estructura social que define un macrocosmos. El diagrama social actúa en este caso como un cuerpo común y las conectivas o vectores de convergencia no se proyectan en un ortocentro con la misma configuración sobre el individuo dependiente, pues la conducta del ser humano queda modificada al formar parte inexorable del conjunto orgánico-social en un proceso de facilitación extrema evolutiva. Por otro lado, todos los mundos posibles que se relacionan en el diagrama de forma directa, no obstante, están interrelacionados entre sí en círculos abiertos de reciprocidad con los de la sociedad, pues de otra manera no podrían proyectarse en el tiempo sobre la superficie de acontecimientos sociales. En este sentido, hay que destacar que los respectivos vectores de proyección social si convergen en el mismo punto focal (F), es decir, coinciden exactamente con el punto focal del individuo integrado en su momento espacial. Esto suscita la idea de que es el propio individuo social, quien porta cada una de las posibilidades de la sociedad misma, esto es, un mundo de posibilidades. Sin embargo, dicho fenómeno psicosocial también se transcribe en un resultado (modificación) puntual, determinado por la situación espacio tiempo que pertenece exclusivamente al propio individuo. Por tanto, en este proceso proyectivo también se manifiestan todas las posibilidades factibles del propio ‘ser de yecto’. Este desarrollo en el proceso, destaca la evidencia en que todos los procesos sociales nunca supeditan, sino que influyen, perdiendo al ser en la caída de su existencia, como diría Heidegger, pudiendo devolver sin embargo, el cambio que se produce sobre el individuo en una reciprocidad que se amplifica al resto del nivel social de forma indirecta en que el individuo es influido. Eso revertería las posibilidades del ser autoconsciente, permitiendo ese resquicio para la conciencia más intimista y que hemos reconocido como la invocación de la propia conciencia, a niveles más existencialistas.
Es por ende, y en vista de la transformación en el proceso de socialización aplicado al diagrama, donde surte la necesidad de un balance neutral entre el proceso conductual teorético y práctico de los mundos objetivos y subjetivos, es decir en el subjetivismo y el objetivismo. Dicho equilibrio permitirá entonces, la facilitación social que se desarrolla con el proceso biológico evolutivo de la especie y el resquicio necesario para la demanda de la deuda con uno mismo en una comprensión existencial, pero nunca como forma de aislamiento, sino como vocación de un despertar de la conciencia, una comprensión de sí como ser existente. Este proceso permitirá generar nuevas formas de pensamientos inspirados lejos del pensamiento común, para revelar una peculiar manera de situarnos en el mundo mediante una actividad resolutoria exclusivamente creativa, fundada en la propia verdad.
Esto es finalmente, la determinación de no limitar toda la latitud que ofrece la actividad de un cerebro biológicamente evolutivo que encierra la peculiaridad de experimentar la propia existencia no como un mero proceso físico.


