LA MADUREZ:
Así era el génesis. A que no hubiera tono más dulce que el arroyo que linda en la ribera, en los límites de su existencia, allí donde se perdía la vista entre longevas columnas arboladas, de repliques y soniquetes de aves del paraíso. Empero no es un día cualquiera, cuando toda esta aparente existencia cambiase por completo. La figura le desvela entonces, tal como en sueños más profundos, robándole las horas de su paz interior. Tornó su vida en una desdicha amarga, para mancillar la cotidianidad la seguridad del efebo, dando largas zancadas al deseo. Donde antaño hubiere un individuo único, tal vez difiera en sucintas nimias, de forma repentina se acostumbra a los placeres de la curiosidad no correspondida. Y sin más, comienza a llamar una voz por su ventana. Al principio pura fantasía desmedida. Tal vez recuerdos de vidas pasadas, como el eco de una lejana impresión. Nada de lo que lea jamás corresponde a esa escueta llamada. Ninguna descripción se asemeja a la melodía. Cada día con su noche más intensa. Decía cosas ininteligibles al inicio, tan solo traducidas para el corazón. Pronuncia palabras de consuelo que silban más allá del tono de un instrumento simple. Suben luego desde el corazón transmutado, más desolado que nunca, para rondar la cabeza contrariada, para modificar la razón ajena y solitaria. Rodea de dulzura envenenada cada sonido que se emite desde su madriguera de mujer.
Cierta noche de cansancio, de penumbra iluminada por una luna redonda, salió en busca de la voz que ya tanto anhelaba. Sin vestir o mayor cordura, paseó por la campiña. Buscó siguiendo aquello que robó su calma despreocupada. Anduvo por la helada foresta. Luego cruzó un ebrio torrente de agua. Más tarde subió a una loma parda, dibujada sobre un ensombrecido horizonte. Cruzó entre las hileras de frondosas formas vegetales que reflejan un odio vetusto por su naturaleza arrugada y sus raquíticas ramas despobladas. Cuando alcanzó los límites de sus reino, se convenció de que debía volver sobre sus pasos. Se ocultó de nuevo en su palacete, que lo protegía del sibilino exterior. Sin embargo, en su cabeza seguía atrayéndole una lejana voz. Y como de costumbre aparecía de nuevo la figura sin rostro pero de atractivo fulgor y feminidad. “¿Dónde se haya esa forma tan singular? ¿Dónde se oculta esa deidad que aparente en mis pensamientos?” Se preguntaba desconsolado. Tal vez fuera la soledad que avisa desde la necesidad de la carne. Tal vez. Quizás fuera el corazón enjaulado que grita el antídoto para su desdicha. Con el tiempo asimiló lo que aquella melodía venía a decir. Quiso entonces darle un nombre para así entablar conversación. Por ende, la llamó Soledad, cuan nombre de mujer por su atractivo dibujo. A continuación, repetía cada noche al descubierto, con la llegada de una nueva oscuridad:
Soledad que llamas cada noche.
Soledad que abrumas mi paz.
Soledad que turbas mi calma.
¿Soledad por qué te evades sin más?
UN MANUSCRITO:
¡Qué gran amigo! He compartido con él una única
historia la mía propia y por el contrario, ha sido más que suficiente que diría
Selassie o el mismo rey David. Él no demanda más, sin embargo, os repito ¡qué gran amigo! Rememora
montones de sitios donde pasamos horas, hablando sobre el pasado, el presente y
los supuestos futuros. Sobre grandes empresas o grandes emprendedores. Me contó
abiertamente sus secretos más ocultos, mientras prestaba entera atención. Cada
minuto era fugaz, ameno. Me evadía del tiempo. Me atrevo a decir que en
ocasiones sus palabras me hacían abstraerme inclusive del espacio, podía
decirse que nos arreglábamos con el mundo. No solucionaba mis problemas pero si
las dudas posibles, suficiente para sortearlos pues. Es interesante reseñar que
ese instante significaba atesorar una relación equilibrada, ontológicamente
cuasi negentrópica.
Amigo mío, debo decir, ahora más que nunca, que
me has ofrecido la historia que guardas en tus entrañas, sin denuestos, ni
demandas. Yo te he oferté mi tiempo con el resultado de tu entero altruismo. Cuanto
hemos reído, disfrutado pero también sufrido. Aún con todo, tranquilo porque yo
me quedo con que todo ha sido sincero y no fingido. De algún modo, te llevo en
el alma y aún por nuestras evidentes diferencias físicas, con cada secuencia de
nuestro espacio tiempo imborrable, te aprecio como un compañero eterno al leer
tus páginas de nuevo.

