sábado, 5 de enero de 2013

Cuento Macabro: Flor de Dan.

Durante su estancia en la Tierra, de donde era originario, se codeaba entre la gente importante o como solían llamarlos, personas de presencia solicitada. El general era uno de esos héroes de guerra, versado en mil batallas y conocido por muchos. Envidiado por más aún. Jamás había dejado nada sin resolver. Para Dan todo comenzaba como un intrépido juego, uno de esos en los que siempre se muestra una solución final al puzle. Pues él estaba capacitado para encontrar siempre la salida exacta al laberinto. Tal vez era un poco temerario pero acaso no lo somos todos cuando amamos las aventuras extremas, que te dan vida. Los que le conocían de forma más personal, aseguraban ciertamente que era un hombre el cual perdía su esencia en cuanto volvía a pisar la superficie terrestre. Nadie dudaba por tanto, que los viajes interplanetarios estaban hechos a su entera medida. Durante los últimos quince años, antes de su defunción, se habían sucedido continuas incursiones a muy distintos mundos, más allá de las estrellas, encabezadas siempre por su persona. Estos viajes, pronto le procuraron el mérito de multitud de medallas en diferentes actos valerosos y para los distintos rangos militares, por los que ascendió con una celeridad inusitada en el ejército. Sin embargo, nunca había encontrado algo que le llamara tanto su atención como el último planetoide en el que, junto a su tripulación, habían decidido aterrizar movidos por la curiosidad. También parecía lógico, cuando aquel indómito paraje se había convertido en su tumba.
Las flores de Dan, nombradas así posteriormente, eran gigantescas formas vegetales que visualmente formaban la mejor de las fotografías. Espectaculares y hermosas, proyectaban una serie de colores muy vivos, que oscilaban según se reflejaban los rayos de las distintas estrellas de su sistema, sobre las hojas de esta. Los pétalos de aquella maravilla eran tan suaves que adormecían a las fieras más enfervorecidas y templaban a los hombres más beligerantes. Un simple roce con la piel humana era suficiente. Pero para entonces, ya habría hecho efecto su olor o mejor dicho, su perfume embriagador. Un aroma a melaza, tan dulce como la propia miel y que impregnaba toda las fosas nasales y saturaban la pituitaria de almizcle, produciendo una atracción casi mística u orgásmica.
Cuando estos tres sentidos, olor, vista y tacto, se conjugaban con la peculiar llamada de la flor de Dan, nadie podía resistirse. Era algo parecido a bailar con la voz de Dios, bajo los efectos de mil drogas distintas al mismo tiempo. Como retener sin esfuerzo una eyaculación continua, acostado junto a la diosa Venus, rociada con su mejor perfume. Todo eso eran motivos suficientes para estar en el interior de una de esas exóticas formas vegetales. Más eso no restaba importancia a su mortífera intención, pues es en la naturaleza donde se esconden las trampas más sutiles.
Para el general y el resto de sus hombres, la situación comenzó a cobrar sentido a medida que la planta desgastaba sus miembros adormecidos con los potentes jugos gástricos de sus vainas, algo que por el contrario no dejaba de parecerles maravilloso ya que mientras tanto, se les oía reír alegremente. Por otro lado, sus mentes extasiadas se nublaban lentamente para dar paso a la tenue oscuridad eterna. Era una muerte tan agradable, que en los años posteriores se hicieron multitud de viajes desde la Tierra hasta aquel apartado planetoide con la intención de sus ocupantes, de expirar la vida de la misma manera que aquel héroe de guerra que había dado su nombre a una magnifica flor. Los que se dedicaban a organizar de forma ilegal aquellos viajes, utilizaban el siguiente eslogan para captar a los nuevos clientes: “Nunca fue mejor una vida que una muerte maravillosa”.
Una muerte tan cínicamente maravillosa.