Un viajero viene siguiendo desde hace años
una serie de indicaciones que le conducen hasta un tesoro escondido. Las últimas
pistas le empujan a adentrarse en un viejo torreón abandonado, a cincuenta
metros de un cruce de caminos.
El osado aventurero sube hasta la última
estancia de la torre y en su interior se encuentra con una estampa cuanto
menos, sorprendente.
En el centro de una sala de piedra hay una
mesa redonda carcomida y húmeda por el paso del tiempo. Sobre esta desgastada
pieza de madera, descansan tres cabezas putrefactas.
-Debieran ser delincuentes en vida. –Asegura
preocupado, mientras observa la dantesca escena.
- No lo creas, -responde de inmediato la
cabeza del centro, la cual carece de un ojo- aunque si gustaba del bien ajeno,
cuando disponía de ambas manos.
- ¿Qué? ¿Cómo es posible? –Se pregunta en voz
alta, el sorprendido forastero.- Esto no puede ser cierto.
- ¿A no? –Responde ahora la cabeza de la
derecha, a la que le falta la nariz.- Pues es tan cierto como que respiro.
- No podéis hablar si os falta el resto del
cuerpo.
- Más bien al contrario. Podemos hablar
porque aún no hemos perdido la cabeza… -le responde la última, la cual dejaba
al descubierto parte del contenido del cráneo.
- Ya pero es imposible pensar que lo uno… sin
lo otro… ¡Bueno que más da!- Parece haber despertado de un horrible sueño.- He
venido para hacerme con el tesoro de esta torre.
- Bien, no es nada nuevo. –Contesta la cabeza
tuerta.- ¿Verdad compañeros?
- Nada nuevo, nada nuevo… -Apostilla la
cabeza de cráneo abierto.
- Me dijeron que estaba custodiado por
cancerbero, perro guardián de tres cabezas.
- Pues aquí perro no hay. –Contradice la
cabeza sin nariz.- Por el contrario si quedan las tres cabezas. Debiste oír
mal. –Aclara.
- ¿Y entonces, donde queda este tesoro?
¿Existe? –Pregunta contrariado.
- Si, en eso te indicaron bien. Solo que este
en concreto no es como tú lo imaginas. –responde la cabeza sin un ojo.
- Concededme el placer, de indicarme en que
escondrijo de esta habitación, se oculta el susodicho botín.
- Tienes razón al decir que está en esta
habitación, en este preciso instante. Pero igual podría permanecer en cualquier
otra estancia. –Comenta la cabeza de cráneo roto.
- ¿Cómo es eso?
- O en los alrededores. –Aclara de forma
enigmática la cabeza de la izquierda.
- O a diez kilómetros de este lugar. – Comenta
la cabeza del centro.
- Entonces… ¿Dónde diablos se encuentra
exactamente?
- No se trata de donde está, amigo con manos.
–Le contesta la cabeza tuerta.- Sino dónde buscar.
- Pero eso no es lo… -Replica dubitativo el
aventurero.- Vale, vale. ¿Dónde busco?
- Puesto que esto es una torre completamente vacía
y nosotros solo somos tres cabezas, ¿dónde comenzarías a buscar TÚ? –Remarca
con mayor énfasis la última palabra, la cabeza tuerta.
- ¿Tras las paredes de piedra? –responde
desconfiado.
- Si aún tuviera mis botas puestas, te
patearía el trasero. –Achaca la cabeza de la izquierda.- Pero si te aproximas
un poco te puedo dar mordisquitos.
- Para gente como tú, tan completa y carente
al mismo tiempo, tenemos unas palabras mágicas que seguro, arrojarán luz sobre
tus dudas. –Aclara la cabeza de la derecha.
- Responde ahora, ¿qué es lo único por aquí
que no te es extraño o sin sentido?
- Yo soy lo único por aquí que no es extraño
o bizarro.
- Repite conmigo pues, –dice de nuevo la
cabeza tuerta- “no extrañó haberse
presentado, en un lugar tan olvidado, sin buscar previo instante, en un órgano
tan latente. Olvida vanas esperanzas, si tan solo buscas meras ganancias, pues
con algo que ya es tuyo, ganarás mucho más, ¡capullo!”
Tras unos segundos de duda el viajero
responde:
- Creo que sigo perdido. ¿No podríais ser más
directas?
-Este individuo es como los demás. –Comenta
la cabeza sin nariz a las otras.
- No, si ya nos lo avisaron cuando
solicitamos el trabajo. –Espeta la que tiene el cerebro al viento.
- A ver muchacho, recuerda tan solo el nombre
de esta torre, a lo mejor con eso un día encuentres el tesoro.
- Y el nombre de este torreón es… -Comienza
el viajero.
- Esta torre se llama “Mar de Adentro”, desde
el principio de los tiempos. –Interrumpe la cabeza sin nariz.
- Un momento… -Comienza a dilucidar el aventurero.- Si la torre se
llama… vosotros sois… yo soy el único por aquí que… el tesoro debe estar…
- Eso es. –Vuelve a interrumpir la cabeza sin
nariz.
- ¡Anda si, lumbreras! –Se mofa la cabeza
tuerta.- Ahora corre, ve y dilo; no queremos a más como tú por estos lares.
- ¡Eso corre “caza-tesoros”!
- ¡Ja, ja, ja! ¿Caza… tesoros? –Contesta la cabeza rota a cabeza tuerta.-
Esa es buena.
- Si, si, este es el aventurero desventurado.
- Si le diera un minuto de vida más por cada
tesoro encontrado, le debería tiempo a la creación.
- ¡Je, je, je, je! ¡Anda vuelve al pueblo y
pide limosna, te harás rico con mayor rapidez!
El aventurero vuelve sobre sus pasos y se
despide de la torre, dejando atrás a los guardianes que se mofaban en voz alta.
La sarna de las tres cabezas suena ahora como una única voz que atraviesa igual
que una lanza, la estima del osado viajero. Sus voces se continúan oyendo hasta el cruce de caminos, a unos cincuenta
metros de allí.
Sin embargo, había descubierto donde debía
buscar pero por el contrario, mantenía algunas dudas sobre el tesoro que ya
jamás se atrevería a resolver, por el miedo aberrante que ahora tenía a sus
guardianes:
- ¿Qué puedo encontrar en mi interior que no
hallaré en el camino, más que tripas, órganos y todas esas cosas de las que
nunca he sabido demasiado?
Está claro que este no es un tesoro, al
alcanza de todos.